Globalización: ni inexorable, ni unánime, ni irreversible

Los últimos 150 años “demuestran que la globalización no un fenómeno continuo, sino cíclico. Posiblemente, estemos al borde de un retroceso en el proceso actual, cuyo beneficiario casi único es el sector financiero, no la sociedad”.

31 mayo, 2003

El encomillado proviene de Paul de Grauwe, profesor de economía internacional en la universidad de Lovaina (Bélgica). En uno de los tantos trabajos destinados a la reunión del Grupo de los 8 (este fin de semana en Evian, Francia), este economista estructural recuerda que la presente globalización “nace, en 1973, como forma supoerior de especulación financiera, impulsada por los instrumentos derivativos y la tendencia del dinero a moverse por encima de los grandes bancos centrales”.

En otras palabras, el fin de la guerra fría y la licuación del bloque soviético sólo proyectaron esa globalización al plano político. Más tarde, Internet y su burbuja bursátil añadieron “componente casi fundamentalistas. En particular, el mito de una nueva economía con leyes propias”. Por cierto, los predicadores de este credo –por ejemplo, Abigail Joseph Cohen, ex gurú de Goldman Sachs- postulaban que quien no estuviera en el ciberespacio prácticamente no existían. “Esto excluía del mundo económico a 75% de los consumidores”, admite Phillipe Crouzet, director financiero de la francesa Saint-Gobain (materiales de construcción).

La brecha en la alianza atlántica, la política imperial de Estados Unidos, los síntomas deflacionarios en los tres mayores bloques económicos –EE.UU., Unión Europea, Japón- y el capitalismo salvaje que, en la ex URSS, ha reemplazado a la planificacíón centralizada son los factores que obran contra la actual globalización. Algunos expertos creen que el “ciclo descendente” comenzó, en realidad, con la crisis sisteámica de 1997/8, detonada en el sudeste asiático.

El mismo fenómeno inició la decadencia del Fondo Monetario Internacional y sus recetas (pensadas para favorecer a la gran banca privada, como han demostrado Joseph Stiglitz o Michael Mussa). Como subraya Grauwe, “el colapso en Argentina puso de manifiesto que la apertura financiera indiscriminada, la privatización a cualquier precio y un estado pasivo eran contraproducentes. El propio FMI confiese ahora haberse equivocado”. Entretanto, el “impasse” que vive la ronda Dohá revela que los grandes bloques económicos tampoco creen en la globalización más antigua, la del comercio internacional, pues la traban mediante subsidios y barreras tarifarias.

El encomillado proviene de Paul de Grauwe, profesor de economía internacional en la universidad de Lovaina (Bélgica). En uno de los tantos trabajos destinados a la reunión del Grupo de los 8 (este fin de semana en Evian, Francia), este economista estructural recuerda que la presente globalización “nace, en 1973, como forma supoerior de especulación financiera, impulsada por los instrumentos derivativos y la tendencia del dinero a moverse por encima de los grandes bancos centrales”.

En otras palabras, el fin de la guerra fría y la licuación del bloque soviético sólo proyectaron esa globalización al plano político. Más tarde, Internet y su burbuja bursátil añadieron “componente casi fundamentalistas. En particular, el mito de una nueva economía con leyes propias”. Por cierto, los predicadores de este credo –por ejemplo, Abigail Joseph Cohen, ex gurú de Goldman Sachs- postulaban que quien no estuviera en el ciberespacio prácticamente no existían. “Esto excluía del mundo económico a 75% de los consumidores”, admite Phillipe Crouzet, director financiero de la francesa Saint-Gobain (materiales de construcción).

La brecha en la alianza atlántica, la política imperial de Estados Unidos, los síntomas deflacionarios en los tres mayores bloques económicos –EE.UU., Unión Europea, Japón- y el capitalismo salvaje que, en la ex URSS, ha reemplazado a la planificacíón centralizada son los factores que obran contra la actual globalización. Algunos expertos creen que el “ciclo descendente” comenzó, en realidad, con la crisis sisteámica de 1997/8, detonada en el sudeste asiático.

El mismo fenómeno inició la decadencia del Fondo Monetario Internacional y sus recetas (pensadas para favorecer a la gran banca privada, como han demostrado Joseph Stiglitz o Michael Mussa). Como subraya Grauwe, “el colapso en Argentina puso de manifiesto que la apertura financiera indiscriminada, la privatización a cualquier precio y un estado pasivo eran contraproducentes. El propio FMI confiese ahora haberse equivocado”. Entretanto, el “impasse” que vive la ronda Dohá revela que los grandes bloques económicos tampoco creen en la globalización más antigua, la del comercio internacional, pues la traban mediante subsidios y barreras tarifarias.

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