George W.Bush sigue sin tener un equipo económico serio

Medios europeos temen que, aun si existiera, el programa económico estadounidense no tendría quién lo aplicase. Ido Benjamin Bernanke, Bush carece de equipo idóneo y no parece desvelado por eso ni por escándalos como el de los puertos.

25 febrero, 2006

Por lo menos dos objetivos básicos para el segundo mandato, reformas tributaria y jubilatoria, fracasaron porque exigían un afiatado elenco de primera y segunda línea. En lo formal, el equipo económico federal tiene al frente a John Snow, secretario de Hacienda. Bush estuvo a punto de despedirlo varias veces en 2004.Luego lo redjo a marquetinero de la privatización de la seguridad social.

Ex gerente ferroviario, este mediocre funcionario no pesa en los mercados y nadie lo toma muy serio. Su antecesor, Paul O’Neill, algo entendía en materia económica, pero era un improvisado y ni siquiera Bush le prestaba atención. El actual jefe de asesores económicas, Alan Hubbard -viejo amigo del presidente-, está años luz por debajo del jubilado Alan Greenspan y su sucesor, Bernanke, a su vez antecesor de Hubbard. Igual ocurre con el evangelista de ultraderecha Karl Rove, salpicado por escándalos.

El nuevo subjefe de gabinete para política económica fue un gran jefe de campaña, pero no entiende nada de presupuesto ni demás asuntos que debiera abordar. En realidad, su objetivo es pelear la sucesión de Bush en la interna republicana, aliado a los judíos ultraconservadores que rodean al presidente. Su consigna: hacer pedazos a Rodolfo Giuliani y Condoleezza Rice, potenciales aspirantes a la Casa Blanca. Claro, si la nueva serie de escándanlos afecta las posibilidades republicanas en las próximas elecciones parlamentarias, ese problema desaparece.

En cuanto a quien reemplazó a Robert Zoellick como representante comercial viajero, Robert Portman, es un respetado legislador republicano, apto para vender políticas presidenciales en el Congreso. No para manejar complicadas negociaciones en el plano internacional y en un campo donde la hegemonía militar no sirve de mucho.

A diferencia de Richard Nixon, Ronald Reagan y su padre, Bush prefiere empresarios petroleros afines a Richard Cheney y fundamentalistas religiosos, no profesionales económicos ni, mucho menos, gente allegada a Wall Street. En este plano se parece a Carlos S.Ménem, Néstor Kirchner o Hugo Chávez, proclives a rodearse de superficiales o gente de pueblo chico.

Pero, a diferencia de esos ejemplos, el presidente norteamericano puede afrontar en cualquier momento una crisis sistémica global peor que las de 1982, 1995 o 1997/8. O nuevos desmadres petroleros. El caso de Hacienda es una clara muestra de pasividad. Bajo William J.Clinton y conducida por Robert Rubin y Lawrence Summers, dominaba al resto del gabinete. Hoy no tiene presencia, especialmente ante la Reserva Federal.

Según “The Economist” o el “Frankfurter Allegemeine Zeitung”, un tercio de puestos jerárquicos en Hacienda está vacante o en manos provisorias, particularmente en el área tributaria. Al menos, durante su primer mandato Bush contó con dos sucesivos asesores principales de sólida formación, Glenn Hubbard (sin relación con Alan) y Gregory Mankiw. El primero dimitió porque nadie le prestaba atención, el segundo fue apartado porque apoyaba la tercerización laboral en el exterior (la última novedad en varios sectores que asocian productividad con mano de obra barata). Quien substituyó a Mankiw fue Harvey Rosen, experto en finanzas públicas sin acceso directo a Bush.

Analistas y observadores temen que, en materia de equipo económico, el presidente sólo quiera promotores de sus proyectos específicos. Con notable fe en los mercados virtuosos, Bush parece suponer que la economía se maneja sola y sólo se precisan vendedores hábiles de sus reformas.

Eso explica en entusiasmo por marquetineros como el cubano Carlos Gutiérrez, que pasó de vender cereales Kellogg a secretario de Comercio. “La lealtad y el amiguismo importan más que el conocimiento o la experiencia”, decía años atrás Lawrence Lindsay, primer asesor económico presidencial, que debió irse por estimar que la aventura iraquí podría costar más de US$ 200.000. Se quedó corto.

Entretanto, el único funcionario de gabinete con experiencia internacional (John Taylor, subsecretario de Hacienda fue reemplazado por Timothy Adams. ¿Quién es? Pues ex miembro del equipo de la campaña electoral y, antes, jefe de gabinete de Snow. Por ende ¿qué pararía en caso de crisis grande? Que la Casa Blanca dependa de Zoellick –ahora segundo de Condoleezza Rice en el departamento de Estado- y Bernanke.

Durante la crisis de 1982, Reagan contaba con Henry Kissiger como asesor, Paul Volcker (un banquero central más talentoso que Greenspan) y Jacques de Larosière en el Fondo Monetario. O sea, un experto muy superior a Rodrigo Rato.

Por lo menos dos objetivos básicos para el segundo mandato, reformas tributaria y jubilatoria, fracasaron porque exigían un afiatado elenco de primera y segunda línea. En lo formal, el equipo económico federal tiene al frente a John Snow, secretario de Hacienda. Bush estuvo a punto de despedirlo varias veces en 2004.Luego lo redjo a marquetinero de la privatización de la seguridad social.

Ex gerente ferroviario, este mediocre funcionario no pesa en los mercados y nadie lo toma muy serio. Su antecesor, Paul O’Neill, algo entendía en materia económica, pero era un improvisado y ni siquiera Bush le prestaba atención. El actual jefe de asesores económicas, Alan Hubbard -viejo amigo del presidente-, está años luz por debajo del jubilado Alan Greenspan y su sucesor, Bernanke, a su vez antecesor de Hubbard. Igual ocurre con el evangelista de ultraderecha Karl Rove, salpicado por escándalos.

El nuevo subjefe de gabinete para política económica fue un gran jefe de campaña, pero no entiende nada de presupuesto ni demás asuntos que debiera abordar. En realidad, su objetivo es pelear la sucesión de Bush en la interna republicana, aliado a los judíos ultraconservadores que rodean al presidente. Su consigna: hacer pedazos a Rodolfo Giuliani y Condoleezza Rice, potenciales aspirantes a la Casa Blanca. Claro, si la nueva serie de escándanlos afecta las posibilidades republicanas en las próximas elecciones parlamentarias, ese problema desaparece.

En cuanto a quien reemplazó a Robert Zoellick como representante comercial viajero, Robert Portman, es un respetado legislador republicano, apto para vender políticas presidenciales en el Congreso. No para manejar complicadas negociaciones en el plano internacional y en un campo donde la hegemonía militar no sirve de mucho.

A diferencia de Richard Nixon, Ronald Reagan y su padre, Bush prefiere empresarios petroleros afines a Richard Cheney y fundamentalistas religiosos, no profesionales económicos ni, mucho menos, gente allegada a Wall Street. En este plano se parece a Carlos S.Ménem, Néstor Kirchner o Hugo Chávez, proclives a rodearse de superficiales o gente de pueblo chico.

Pero, a diferencia de esos ejemplos, el presidente norteamericano puede afrontar en cualquier momento una crisis sistémica global peor que las de 1982, 1995 o 1997/8. O nuevos desmadres petroleros. El caso de Hacienda es una clara muestra de pasividad. Bajo William J.Clinton y conducida por Robert Rubin y Lawrence Summers, dominaba al resto del gabinete. Hoy no tiene presencia, especialmente ante la Reserva Federal.

Según “The Economist” o el “Frankfurter Allegemeine Zeitung”, un tercio de puestos jerárquicos en Hacienda está vacante o en manos provisorias, particularmente en el área tributaria. Al menos, durante su primer mandato Bush contó con dos sucesivos asesores principales de sólida formación, Glenn Hubbard (sin relación con Alan) y Gregory Mankiw. El primero dimitió porque nadie le prestaba atención, el segundo fue apartado porque apoyaba la tercerización laboral en el exterior (la última novedad en varios sectores que asocian productividad con mano de obra barata). Quien substituyó a Mankiw fue Harvey Rosen, experto en finanzas públicas sin acceso directo a Bush.

Analistas y observadores temen que, en materia de equipo económico, el presidente sólo quiera promotores de sus proyectos específicos. Con notable fe en los mercados virtuosos, Bush parece suponer que la economía se maneja sola y sólo se precisan vendedores hábiles de sus reformas.

Eso explica en entusiasmo por marquetineros como el cubano Carlos Gutiérrez, que pasó de vender cereales Kellogg a secretario de Comercio. “La lealtad y el amiguismo importan más que el conocimiento o la experiencia”, decía años atrás Lawrence Lindsay, primer asesor económico presidencial, que debió irse por estimar que la aventura iraquí podría costar más de US$ 200.000. Se quedó corto.

Entretanto, el único funcionario de gabinete con experiencia internacional (John Taylor, subsecretario de Hacienda fue reemplazado por Timothy Adams. ¿Quién es? Pues ex miembro del equipo de la campaña electoral y, antes, jefe de gabinete de Snow. Por ende ¿qué pararía en caso de crisis grande? Que la Casa Blanca dependa de Zoellick –ahora segundo de Condoleezza Rice en el departamento de Estado- y Bernanke.

Durante la crisis de 1982, Reagan contaba con Henry Kissiger como asesor, Paul Volcker (un banquero central más talentoso que Greenspan) y Jacques de Larosière en el Fondo Monetario. O sea, un experto muy superior a Rodrigo Rato.

Compartir:
Notas Relacionadas

Suscripción Digital

Suscríbase a Mercado y reciba todos los meses la mas completa información sobre Economía, Negocios, Tecnología, Managment y más.

Suscribirse Archivo Ver todos los planes

Newsletter


Reciba todas las novedades de la Revista Mercado en su email.

Reciba todas las novedades