Galbraith y la economía de los fraudes inocentes

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John Kenneth Galbraith es la más fina pluma económica de los últimos cincuenta años. Su clásico sobre el auge y el derrumbe de los 20 (“The great crash”) es una joya. Pero su reciente “Economics of innocent fraud” es un poco superficial.

Así comienza el comentario de John Key, columnista del “Financial Times” experto en mercados –no en economía-, sobre el último libro de JKG, editado por el sello Houghton Miffin. No obstante, el opúsculo “deleitará a quienes aprecian el humor agrio y la lacónica iconoclasia del maestro”.

Entre otros aportes, Galbraith acuñó “sapiencia convencional”, para describir verdades reveladas sin mucho fundamento técnico ni histórico, cuyos apóstoles son proclives a menospreciar o perseguir a quienes disientan. También puso en circulación “managerese English”, la jerga en boga donde “industria” es todo, inclusive la asistencia médica, y un plazo fijo puede ser un “producto”.

En cuanto a la manía persecutoria de la “sapiencia convencional”, basta verla hacer estragos en países periféricos. Argentina, por ejemplo, donde al más craso fundamentalismo de mercado se lo llama “liberalismo”.

Volviendo a la nueva obra, dedica –apunta Key- un capítulo a un caso actual y especialmente agudo de sapiencia convencional: la idea de que el poder, en el capitalismo moderno, reside en los dueños de paquetes accionarios y las deliberaciones en la Reserva Federal realmente importan para la marcha de la economía.

A ese tipo de equívocos, Galbraith lo llama “fraudes inocentes”. Es decir, sin culpables ni responsables ante la ley. Pero esa figura no existe legalmente, pues fraude entraña intención deshonesta. Por ejemplo, quienes recomendaban acciones puntocom en 1998/2000 creían verdaderamente que esas empresas valían algo –en cuyo caso eran culpables de incompetencia profesional- o sabían que no era así. Por tanto, cometían una forma sutil de fraude.

De ahí que los correos electrónicos obtenidos por Eliot Spitzer, el fiscal general de Nueva York -mostrando opiniones muy distintas a los análisis que se publicaban- fueran claves en sus acciones contra bancas de inversión en Wall Street. Pero, en un mundo dominado por la sapiencia convencional, esos distingos tan relevantes suelen soslayarse. A menudo, ello refleja confusión, fruto de la reiterar sistemáticamente ideas a medida de ciertos intereses. Igual ocurre en política y educación.

Carece de sentido, señala JKG, averiguar si las personas o entidades involucradas realmente creen en lo que dicen pues, simplemente, repiten hasta el hartazgo conceptos no pensados para someter a escrutinio. Tampoco los agentes bursátiles ni los hombres de negocios se plantean el asunto: es más fácil y, por cierto, más redituable aferrarse a la sapiencia convencional.

Por eso, de todos los “fraudes inocentes”, los que se cometen en los mercados especulativos exigen aptitudes especiales. Las formas habituales de fraude presuponen transacciones ventajosas para la parte que conoce ciertos mecanismos y perjudicial para la que los ignora. Nada de eso estaba fuera de la ley, hasta que desembocó en “insider trading” y una serie de escándalos que involucraban empresas y firmas bursátiles.

El libro pasa luego al imperativo de no cuestionar ni dudar, como clave de la sapiencia convencional y el pensamiento de mercado. Ese desinterés por la verdad es hoy muy común en negocios, finanzas, política y educación. “Abunda la gente que se siente cómoda manejando clichés”, especialmente en lo que JKG denomina “universidad de la globalización”. ¿Cuál es su credo? “Fácil: la influencia totalizadora de la tecnología informática y la inevitable hegemonía del neoconservatismo y los mercados de capital”. En cierto, es un trotskismo actualizado, de ahí que su ideal sea China, a la que se define como “economía de mercado sin necesidad de democracia” (dixit el extinto Rüdiger Dornbusch).

Key admite que, personalmente, le tiene respeto a la sapiencia convencional y así lo denota el idioma de su comentario. Igual, cree que es una suerte contar con alguien que, pasados los 90 años (como Peter Drucker, ese gurú escéptico sobre los gurúes), siga ridiculizando los clichés imperantes.

Así comienza el comentario de John Key, columnista del “Financial Times” experto en mercados –no en economía-, sobre el último libro de JKG, editado por el sello Houghton Miffin. No obstante, el opúsculo “deleitará a quienes aprecian el humor agrio y la lacónica iconoclasia del maestro”.

Entre otros aportes, Galbraith acuñó “sapiencia convencional”, para describir verdades reveladas sin mucho fundamento técnico ni histórico, cuyos apóstoles son proclives a menospreciar o perseguir a quienes disientan. También puso en circulación “managerese English”, la jerga en boga donde “industria” es todo, inclusive la asistencia médica, y un plazo fijo puede ser un “producto”.

En cuanto a la manía persecutoria de la “sapiencia convencional”, basta verla hacer estragos en países periféricos. Argentina, por ejemplo, donde al más craso fundamentalismo de mercado se lo llama “liberalismo”.

Volviendo a la nueva obra, dedica –apunta Key- un capítulo a un caso actual y especialmente agudo de sapiencia convencional: la idea de que el poder, en el capitalismo moderno, reside en los dueños de paquetes accionarios y las deliberaciones en la Reserva Federal realmente importan para la marcha de la economía.

A ese tipo de equívocos, Galbraith lo llama “fraudes inocentes”. Es decir, sin culpables ni responsables ante la ley. Pero esa figura no existe legalmente, pues fraude entraña intención deshonesta. Por ejemplo, quienes recomendaban acciones puntocom en 1998/2000 creían verdaderamente que esas empresas valían algo –en cuyo caso eran culpables de incompetencia profesional- o sabían que no era así. Por tanto, cometían una forma sutil de fraude.

De ahí que los correos electrónicos obtenidos por Eliot Spitzer, el fiscal general de Nueva York -mostrando opiniones muy distintas a los análisis que se publicaban- fueran claves en sus acciones contra bancas de inversión en Wall Street. Pero, en un mundo dominado por la sapiencia convencional, esos distingos tan relevantes suelen soslayarse. A menudo, ello refleja confusión, fruto de la reiterar sistemáticamente ideas a medida de ciertos intereses. Igual ocurre en política y educación.

Carece de sentido, señala JKG, averiguar si las personas o entidades involucradas realmente creen en lo que dicen pues, simplemente, repiten hasta el hartazgo conceptos no pensados para someter a escrutinio. Tampoco los agentes bursátiles ni los hombres de negocios se plantean el asunto: es más fácil y, por cierto, más redituable aferrarse a la sapiencia convencional.

Por eso, de todos los “fraudes inocentes”, los que se cometen en los mercados especulativos exigen aptitudes especiales. Las formas habituales de fraude presuponen transacciones ventajosas para la parte que conoce ciertos mecanismos y perjudicial para la que los ignora. Nada de eso estaba fuera de la ley, hasta que desembocó en “insider trading” y una serie de escándalos que involucraban empresas y firmas bursátiles.

El libro pasa luego al imperativo de no cuestionar ni dudar, como clave de la sapiencia convencional y el pensamiento de mercado. Ese desinterés por la verdad es hoy muy común en negocios, finanzas, política y educación. “Abunda la gente que se siente cómoda manejando clichés”, especialmente en lo que JKG denomina “universidad de la globalización”. ¿Cuál es su credo? “Fácil: la influencia totalizadora de la tecnología informática y la inevitable hegemonía del neoconservatismo y los mercados de capital”. En cierto, es un trotskismo actualizado, de ahí que su ideal sea China, a la que se define como “economía de mercado sin necesidad de democracia” (dixit el extinto Rüdiger Dornbusch).

Key admite que, personalmente, le tiene respeto a la sapiencia convencional y así lo denota el idioma de su comentario. Igual, cree que es una suerte contar con alguien que, pasados los 90 años (como Peter Drucker, ese gurú escéptico sobre los gurúes), siga ridiculizando los clichés imperantes.

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