G-8: un documento final que trasunta impotencia y vacilaciones

Pensada para hablar de hidrocarburos, la cumbre de Petersburgo se halló ante una guerra en Israel, Palestina y Líbano. Las potencias parecen incapaces de controlar a sus clientes. Rusia aprovechó para emitir un mensaje inquietante (17-VII).

17 julio, 2006

El Grupo de los 8 intentó dar una imagen de cohesión ante el conflicto desatado por Tel Aviv, mientras Hezbol-lá bombardeaba Haifa y Nazaret. Sorprendido por el poder del grupo shi’í, Israel acentúa los ataques sobre territorio libanés, mientras Siria amenaza con intervenir. Pese al triunfalismo imperante, se teme que sea muy difícil luchar en Gaza, el norte y un tercer frente, Golán. Esa misma situación llevó al fracaso en 1973.

En cuanto a la tibia declaración de los 8, sólo sirvió para que Vladyímir Putin pusiese en claro su propia posición. El domingo, presumía que “el objetivo real israelí vaya más allá de rescatar dos o tres soldados mantenidos en rehenes”. El presidente ruso sospecha que Tel Aviv “busca arreglar finalmente cuentas con Irán”. Una meta que ni Estados Unidos ha logrado alcanzar.

Como solía ocurrir con los pequeños, agresivos países balcánicos hace justo un siglo, hoy las potencias no consiguen poner en caja a Israel, Hamás y, particularmente, Hezbol-lá. Ahora, no sólo Jacques Chirac, Tony Blair o Angela Merkel deploran los excesos israelíes -¿cuántos muertos costarán esos tres soldados secuestrados por el enemigo?-, pues también George W.Bush y Condoleezza Rice tratan de apaciguar, bien que con gestos tibios, a Tel Aviv.

Un día ante de la cumbre, por cierto, Washington y Moscú intentaban separar a Líbano del problema. Pero ello implicaba levantar el bloqueo naval israelí a sus puertos. Simultáneamente, rusos y chinos trataban de frenar presuntas respuestas bélicas de Siria y su aliado, Irán. En el medio, la guerra civil iraquí no facilita justamente las cosas.

La actual ola bélica en Levante se asemeja mucho más que las anteriores a los conflictos balcánicos de 1908 a 1912. “La iniciativa ha pasado totalmente a pequeños actores con el dedo en el botón lanzaproyectiles. Las potencias son impotentes y eso se vio en Petersburgo”, señala el analista Franco Venturini.

En ese marco, nadie esperaba que el G-8 fuese más allá de expresiones voluntaristas y recomendaciones a los combatientes. Nadie cree, por ahora, que esta crisis imite a la tercera guerra balcánica y desemboque en una conflagración general. Pero sus características y sus nexos con los precios internacionales de hidrocarburos (el pico de US$ 78,40 era especulativo, pero no podía ignorarse) son francamente turbadoras.

En ese plano, la mecha la encendió Israel, seguro de que Washington le sacaría las papas del fuego, de un modo u otro. Pero, este fin de semana, ni siquiera el bisoño Ehud Olmert se veía muy seguro de eso y barajaba la posibilidad de una mediación egipcia. Sin duda, la “operación Lìbano” consiguió que los sunníes de Hamás y los shi’íes de Hezbol-lá se uniesen y sumasen a Siria e, indirectamente, Irán. Tel Aviv libra ya una guerra en el sudoeste y en el norte. Un tercer frente al noreste puede resultarle fatal. “Entretanto –observa el columnista italiano-, si los persas se meten, estarán arrastrando a los afganos.

El Grupo de los 8 intentó dar una imagen de cohesión ante el conflicto desatado por Tel Aviv, mientras Hezbol-lá bombardeaba Haifa y Nazaret. Sorprendido por el poder del grupo shi’í, Israel acentúa los ataques sobre territorio libanés, mientras Siria amenaza con intervenir. Pese al triunfalismo imperante, se teme que sea muy difícil luchar en Gaza, el norte y un tercer frente, Golán. Esa misma situación llevó al fracaso en 1973.

En cuanto a la tibia declaración de los 8, sólo sirvió para que Vladyímir Putin pusiese en claro su propia posición. El domingo, presumía que “el objetivo real israelí vaya más allá de rescatar dos o tres soldados mantenidos en rehenes”. El presidente ruso sospecha que Tel Aviv “busca arreglar finalmente cuentas con Irán”. Una meta que ni Estados Unidos ha logrado alcanzar.

Como solía ocurrir con los pequeños, agresivos países balcánicos hace justo un siglo, hoy las potencias no consiguen poner en caja a Israel, Hamás y, particularmente, Hezbol-lá. Ahora, no sólo Jacques Chirac, Tony Blair o Angela Merkel deploran los excesos israelíes -¿cuántos muertos costarán esos tres soldados secuestrados por el enemigo?-, pues también George W.Bush y Condoleezza Rice tratan de apaciguar, bien que con gestos tibios, a Tel Aviv.

Un día ante de la cumbre, por cierto, Washington y Moscú intentaban separar a Líbano del problema. Pero ello implicaba levantar el bloqueo naval israelí a sus puertos. Simultáneamente, rusos y chinos trataban de frenar presuntas respuestas bélicas de Siria y su aliado, Irán. En el medio, la guerra civil iraquí no facilita justamente las cosas.

La actual ola bélica en Levante se asemeja mucho más que las anteriores a los conflictos balcánicos de 1908 a 1912. “La iniciativa ha pasado totalmente a pequeños actores con el dedo en el botón lanzaproyectiles. Las potencias son impotentes y eso se vio en Petersburgo”, señala el analista Franco Venturini.

En ese marco, nadie esperaba que el G-8 fuese más allá de expresiones voluntaristas y recomendaciones a los combatientes. Nadie cree, por ahora, que esta crisis imite a la tercera guerra balcánica y desemboque en una conflagración general. Pero sus características y sus nexos con los precios internacionales de hidrocarburos (el pico de US$ 78,40 era especulativo, pero no podía ignorarse) son francamente turbadoras.

En ese plano, la mecha la encendió Israel, seguro de que Washington le sacaría las papas del fuego, de un modo u otro. Pero, este fin de semana, ni siquiera el bisoño Ehud Olmert se veía muy seguro de eso y barajaba la posibilidad de una mediación egipcia. Sin duda, la “operación Lìbano” consiguió que los sunníes de Hamás y los shi’íes de Hezbol-lá se uniesen y sumasen a Siria e, indirectamente, Irán. Tel Aviv libra ya una guerra en el sudoeste y en el norte. Un tercer frente al noreste puede resultarle fatal. “Entretanto –observa el columnista italiano-, si los persas se meten, estarán arrastrando a los afganos.

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