En efecto, Kovytka es otra señal de que el presidente Vladyímir Putin busca manejar los grandes recursos naturales no renovables en el país más extenso del mundo. Eso forma parte de su estrategia para enriquecer el estado y recobrar para Rusia la categoría de gran potencia. Entonces, los líderes que asistan a la cumbre del Grupo de los 8, ese fin de semana en Petersburgo, se verán ante un Putin pleno de confianza en sí mismo y asaz frustrante para Occidente.
Inquirido el miércoles sobre recientes críticas del vicepresidente Richard Cheney, a cuyo juicio “Rusia se desliza fuera de la democracia y usa sus hidrocabrusos como instrumentos de intimidación o chantaje”, Putín replicó: “Creo que hacer esos comentarios es como disparar mal durante una partida de caza”. El ruso se refería a chistes circulantes en los medios, luego de que, en febrero, Cheney hiriera accidentalmente a un amigo mientras cazaban.
Las políticas moscovitas en materia de combustibles fósiles generan cada vez más preocupaciones y objeciones en algunos círculos occidentales (no en todos). Pese a exhortaciones para que permita más inversión externa y acceso a su red de ductos, Putin no muestra señales de aflojar. Ha desdeñado gestiones de la Unión Europea sobre el tema. También desdeña inquietudes originadas, hace siete meses, durante una disputa por precios con Ucrania que llevó a interrumpir el abasto de gas natural al oeste.
Más tarde, Moscú adoptó varios recaudos para acentuar el control gubernamental. Así, otorgó virtuales facultades monopólicas a las dos mayores compañías estatales en el sector: Gazprom y Rosñeft. A su lado, Hugo Chávez o Evo Morales parecen liberales.
Pero las cosas no se limita a hidrocarburos. En junio, Vládíslav Surkov –vicepremier e ideólogo de Putin- sostuvo que “Rusia ya no se someterá a las demandas de las democracias occidentales”. Esas manifestaciones reflejan una nueva agresividad, tras quince años de tumultuosa evolución tras el colapso de la Unión Soviética. Estimulada por los precios petroleros, esta actitud se deba al deseo de definir un nuevo papel internacional como potencia separada e igual de sus socios por ahora más ricos.
“Debiéramos volver unos cien años y ver –señalaba Surkov- qué argumento empleaban los imperios coloniales de entonces para justificar su expansión en Africa y Asia. Hablaban de la tarea civilizadora del hombre blanco. Si reemplazamos ese término por democratización, habremos transpuesto ese pensamiento a la actualidad”.
Con sus pedidos por políticas más liberales desechados, George W.Bush y otros líderes no tiene casi más opción de aceptar los planteos rusos en materia de hidrocarburos, esperando hacer negocio como socios menores en un desarrollo controlado por el Kremlin. Es lo que hace Alemania con el gasoducto del Báltico y lo que contemplan empresas noruegas, francesas y norteamericanas que planean asociarse con Gazprom en el enorme proyecto de Shtokman, sobre el círculo polar ártico.<´>
Hace apenas tres años, British Petroleum fusionaba sus activos rusos con una firma privada local para formar TNK-BP, en l oque parecía un nuevo modelo de complementación. Kovytka era una de sus joyas. La cercanía a China justificaba los cientos de millones invertidos. Pero Moscú congeló el plan ¿Por qué? La respuesta es Gazprom y su insistencia en controlar exportaciones. El monopolio apeló a sus conexiones y ductos, para frustrar planes de sus rivales privados. En Kovytka, bloqueó esfuerzos de TNK-BP para tender su propio gasoducto hacia China y dejó a reservas gigantescas sin mercado accesibl, por ahora.
En efecto, Kovytka es otra señal de que el presidente Vladyímir Putin busca manejar los grandes recursos naturales no renovables en el país más extenso del mundo. Eso forma parte de su estrategia para enriquecer el estado y recobrar para Rusia la categoría de gran potencia. Entonces, los líderes que asistan a la cumbre del Grupo de los 8, ese fin de semana en Petersburgo, se verán ante un Putin pleno de confianza en sí mismo y asaz frustrante para Occidente.
Inquirido el miércoles sobre recientes críticas del vicepresidente Richard Cheney, a cuyo juicio “Rusia se desliza fuera de la democracia y usa sus hidrocabrusos como instrumentos de intimidación o chantaje”, Putín replicó: “Creo que hacer esos comentarios es como disparar mal durante una partida de caza”. El ruso se refería a chistes circulantes en los medios, luego de que, en febrero, Cheney hiriera accidentalmente a un amigo mientras cazaban.
Las políticas moscovitas en materia de combustibles fósiles generan cada vez más preocupaciones y objeciones en algunos círculos occidentales (no en todos). Pese a exhortaciones para que permita más inversión externa y acceso a su red de ductos, Putin no muestra señales de aflojar. Ha desdeñado gestiones de la Unión Europea sobre el tema. También desdeña inquietudes originadas, hace siete meses, durante una disputa por precios con Ucrania que llevó a interrumpir el abasto de gas natural al oeste.
Más tarde, Moscú adoptó varios recaudos para acentuar el control gubernamental. Así, otorgó virtuales facultades monopólicas a las dos mayores compañías estatales en el sector: Gazprom y Rosñeft. A su lado, Hugo Chávez o Evo Morales parecen liberales.
Pero las cosas no se limita a hidrocarburos. En junio, Vládíslav Surkov –vicepremier e ideólogo de Putin- sostuvo que “Rusia ya no se someterá a las demandas de las democracias occidentales”. Esas manifestaciones reflejan una nueva agresividad, tras quince años de tumultuosa evolución tras el colapso de la Unión Soviética. Estimulada por los precios petroleros, esta actitud se deba al deseo de definir un nuevo papel internacional como potencia separada e igual de sus socios por ahora más ricos.
“Debiéramos volver unos cien años y ver –señalaba Surkov- qué argumento empleaban los imperios coloniales de entonces para justificar su expansión en Africa y Asia. Hablaban de la tarea civilizadora del hombre blanco. Si reemplazamos ese término por democratización, habremos transpuesto ese pensamiento a la actualidad”.
Con sus pedidos por políticas más liberales desechados, George W.Bush y otros líderes no tiene casi más opción de aceptar los planteos rusos en materia de hidrocarburos, esperando hacer negocio como socios menores en un desarrollo controlado por el Kremlin. Es lo que hace Alemania con el gasoducto del Báltico y lo que contemplan empresas noruegas, francesas y norteamericanas que planean asociarse con Gazprom en el enorme proyecto de Shtokman, sobre el círculo polar ártico.<´>
Hace apenas tres años, British Petroleum fusionaba sus activos rusos con una firma privada local para formar TNK-BP, en l oque parecía un nuevo modelo de complementación. Kovytka era una de sus joyas. La cercanía a China justificaba los cientos de millones invertidos. Pero Moscú congeló el plan ¿Por qué? La respuesta es Gazprom y su insistencia en controlar exportaciones. El monopolio apeló a sus conexiones y ductos, para frustrar planes de sus rivales privados. En Kovytka, bloqueó esfuerzos de TNK-BP para tender su propio gasoducto hacia China y dejó a reservas gigantescas sin mercado accesibl, por ahora.