G-7: los riesgos reales son propios, no ajenos

“Este fin de semana, el G-7 inevitablemente abordará los graves desequilibrio de las potencias. Pero no es probable que se ocupe de los mercados emergentes y periféricos. Después de todo, son economías líderes las que amenazan al mundo”.

7 febrero, 2004

Así sostiene Jerome Booth, investigador principal de Ashmore Investment Management, firma de valores británica. “Salvo en el muy corto plazo, los bonos de esos países se ven estables y, aun en lo inmediato, los administradores de carteras emergentes deben cambiar tácticas más a menudo a causa de los vaivenes de bonos norteamericanos que por culpa de emisores periféricos”.

En el mundillo financiero “persisten viejos prejuicios sobre los riesgos de las deudas emergentes y la presunta solidez de los mercados representados por el G-7. Hay que replantear radicalmente esas ideas”. Curiosamente, administradores de fondos tales como Leuthold Weeden Capital Management (LWCM, Londres) o EmergingPortfolio.com (EP, Nueva York) temen que se haya creado una burbuja de acciones emergentes y periféricas.

En cierto sentido, esa demanda de papeles periféricos le da la razón a Booth. Efectivamente, muchos inversores empiezan a advertir que los riesgos periféricos no son tan grandes ni las bondades de las plazas centrales son tantas. Por de pronto, el indicador de valores emergentes que compila Morgan Stanley Capital International (MSCI) subió 52% en 2003. Argentina, Brasil, Tailandia y Turquía están entre los mejores desempeños, con más 100%.

Los prejuicios asoman precisamente en un informe del Institute for International Finance, el lobby de donde sale la “agencia” de acreedores privados que presiona sobre Argentina. Con vistas a la reunión del G-7 y usando como fuentes a LWCM y EP, la entidad anuncia un giro de 180 grados, respecto de 2003, en el desempeño de bonos emergentes y periféricos.

En otras palabras, el IIF cree que la plaza de deuda emergente sigue siendo básicamente volátil y está condenada a un derrumbe en cadena. Pero, sostiene Booth, “los contagios inevitables de los 90 han perdido vigencia. Muchas cosas han cambiado desde la crisis mexicana de 1982/3. En particular porque, pese al mal negocio que implicaba para los países endeudados, el esquema de Nicholas Brady –a partir de 1987- restructuraba pasivos generando “eurobonos” colaterales a cada refinanciamiento”.

Esa tramoya, pensada realmente para fomentar el negocio de banqueros y otros intermediarios, “elevó perceptiblemente la liquidez y atrajo flujos de fondos especulativos. Ahí sí hubo crisis por contagio de un mercado emergente a otro. Pero se debían a la conducta de inversores y firmas de valores en Nueva York o Londres”. ¿Por qué? Porque “el grueso de los canales inversores va de norte a sur, no a la inversa”. Lo mismo sucedía con los sucesivos “efectos manada” vividos entre 1994/5 (tequila, caída de Baring Brothers) y la crisis sistémica internacional de 1997/8.

Durante esa tormenta, la violenta devaluación rusa de 1998 cambió el panorama. El trauma se sumaba al reciente colapso de Long Term Capital Management, as de las operaciones de aire; o sea, derivativos sobre futuros y opciones (los mismos que acabaron con Baring). El doble golpe sacudió a los especuladores y dio vuelta la dinámica del mercado. Los volúmenes cayeron dos tercios y el componente “timbero” de la plaza global cedió de 33 a 5% de las transacciones.

A diferencia del espinel bursátil, con Wall Street a la cabeza, la “exuberancia irracional” ya no prima en los mercados financieros y de deuda. Desde 1998, por cierto, ha habido dos crisis severas: la devaluación brasileña de 1999 y el cese de pagos argentino de 2001. En ambos casos, los mercados se recobraron temprano, no hubo contagio y, hoy, los riesgos básicos están dentro del G-7.

¿Cuáles son? Los mismos que, semanas atrás, le reprochó el Fondo Monetario Internacional a Estados Unidos: el “triple déficit” (fiscal, comercial, balanza de pagos), el excesivo gasto público y los efectos adversos del doble paquete de rebajas tributarias –US$ 2,35 billones en 2001-12- a grandes empresas, rentistas bursátiles y estamentos de altos ingresos.

En este contexto, quizá suene algo descolgado el “reto” que –según los acreedores privados, sus bancos, medios y columnistas- el G-7 le propinará a la Argentina. Algo que ciertos gobiernos europeos ni soñarían con hacerles a Turquía o Ucrania. En cambio, con Buenos Aires emulan al FMI y se comportan como cobradores de bancas privadas, otros intermediarios y hasta fondos buitres.

Así sostiene Jerome Booth, investigador principal de Ashmore Investment Management, firma de valores británica. “Salvo en el muy corto plazo, los bonos de esos países se ven estables y, aun en lo inmediato, los administradores de carteras emergentes deben cambiar tácticas más a menudo a causa de los vaivenes de bonos norteamericanos que por culpa de emisores periféricos”.

En el mundillo financiero “persisten viejos prejuicios sobre los riesgos de las deudas emergentes y la presunta solidez de los mercados representados por el G-7. Hay que replantear radicalmente esas ideas”. Curiosamente, administradores de fondos tales como Leuthold Weeden Capital Management (LWCM, Londres) o EmergingPortfolio.com (EP, Nueva York) temen que se haya creado una burbuja de acciones emergentes y periféricas.

En cierto sentido, esa demanda de papeles periféricos le da la razón a Booth. Efectivamente, muchos inversores empiezan a advertir que los riesgos periféricos no son tan grandes ni las bondades de las plazas centrales son tantas. Por de pronto, el indicador de valores emergentes que compila Morgan Stanley Capital International (MSCI) subió 52% en 2003. Argentina, Brasil, Tailandia y Turquía están entre los mejores desempeños, con más 100%.

Los prejuicios asoman precisamente en un informe del Institute for International Finance, el lobby de donde sale la “agencia” de acreedores privados que presiona sobre Argentina. Con vistas a la reunión del G-7 y usando como fuentes a LWCM y EP, la entidad anuncia un giro de 180 grados, respecto de 2003, en el desempeño de bonos emergentes y periféricos.

En otras palabras, el IIF cree que la plaza de deuda emergente sigue siendo básicamente volátil y está condenada a un derrumbe en cadena. Pero, sostiene Booth, “los contagios inevitables de los 90 han perdido vigencia. Muchas cosas han cambiado desde la crisis mexicana de 1982/3. En particular porque, pese al mal negocio que implicaba para los países endeudados, el esquema de Nicholas Brady –a partir de 1987- restructuraba pasivos generando “eurobonos” colaterales a cada refinanciamiento”.

Esa tramoya, pensada realmente para fomentar el negocio de banqueros y otros intermediarios, “elevó perceptiblemente la liquidez y atrajo flujos de fondos especulativos. Ahí sí hubo crisis por contagio de un mercado emergente a otro. Pero se debían a la conducta de inversores y firmas de valores en Nueva York o Londres”. ¿Por qué? Porque “el grueso de los canales inversores va de norte a sur, no a la inversa”. Lo mismo sucedía con los sucesivos “efectos manada” vividos entre 1994/5 (tequila, caída de Baring Brothers) y la crisis sistémica internacional de 1997/8.

Durante esa tormenta, la violenta devaluación rusa de 1998 cambió el panorama. El trauma se sumaba al reciente colapso de Long Term Capital Management, as de las operaciones de aire; o sea, derivativos sobre futuros y opciones (los mismos que acabaron con Baring). El doble golpe sacudió a los especuladores y dio vuelta la dinámica del mercado. Los volúmenes cayeron dos tercios y el componente “timbero” de la plaza global cedió de 33 a 5% de las transacciones.

A diferencia del espinel bursátil, con Wall Street a la cabeza, la “exuberancia irracional” ya no prima en los mercados financieros y de deuda. Desde 1998, por cierto, ha habido dos crisis severas: la devaluación brasileña de 1999 y el cese de pagos argentino de 2001. En ambos casos, los mercados se recobraron temprano, no hubo contagio y, hoy, los riesgos básicos están dentro del G-7.

¿Cuáles son? Los mismos que, semanas atrás, le reprochó el Fondo Monetario Internacional a Estados Unidos: el “triple déficit” (fiscal, comercial, balanza de pagos), el excesivo gasto público y los efectos adversos del doble paquete de rebajas tributarias –US$ 2,35 billones en 2001-12- a grandes empresas, rentistas bursátiles y estamentos de altos ingresos.

En este contexto, quizá suene algo descolgado el “reto” que –según los acreedores privados, sus bancos, medios y columnistas- el G-7 le propinará a la Argentina. Algo que ciertos gobiernos europeos ni soñarían con hacerles a Turquía o Ucrania. En cambio, con Buenos Aires emulan al FMI y se comportan como cobradores de bancas privadas, otros intermediarios y hasta fondos buitres.

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