Futuros jubilados, una obsesión de corte monetarista

Cada tanto, surgen voces de alarma, a medida como se jubila la población que cumple 60/65 años en Estados Unidos. Aluden a los ”baby boomers”, dislate semántico y mito de la ortodoxa neoclásica.

14 enero, 2008

En realidad, desde las reformas de preguerra (Franklin Roosevelt) cada año se jubila o retira un creciente número de norteamericanos y el mundo no se ha venido abajo. En realidad, analistas y operadores políticos conservadores –industria, banca- presiona paran liquidar el sistema de fondos de pensión instituido a fines de los años 30. Básicamente, la idea es que el sector privado deje de “sufrir esa sangría”, en palabras del hoy jubilado Alan Greenspan.

El “leit motiv” es que, entre ahora y 2030, los pasivos podrían subir de 50 a 85 millones. Como las proyecciones en boga suponen, sin mayor fundamento, que cada vez menos gente empezará a trabajar o seguirá haciéndolo, la media de 40 aportantes por cada pasivo (1945) habrá caído a dos. Esto lleva a estimar un costo total de US$ 50 billones entre 2006 a 2070.

Para entonces, en tren de futurables, tampoco habrá hidrocarburos suficientes y la geografía del planeta –política, económica- será irreconocible. Dejando de lado el colapso del presente macrociclo (iniciado en la posguerra) o severos desequilibrios climáticos, el mapa habrá cambiado mucho más en 2006/70 que en 1901/2005. Las proyecciones jubilatorias norteamericanas hablan –para 2008- de apenas 1.600.000 de gente con 60 años que pedirá el retiro. Hacia 2012, con 65 de edad, podrán solicitar cobertura médica, ese cuco de los economistas y analistas privados.

Pero el déficit en materia de salud está a eones de los déficit sistémicos estadounidenses (deuda pública, presupuesto, comercio exterior) y no pueden comparase, verbigracia, con los 1,5 billones en malas hipotecas. Tampoco con el billón inyectados por los principales emisores, del 9 al 14 de agosto y de mediados de diciembre a fin de enero, para rescatar los pésimos negocios de la banca comercial.

Esas magnitudes ponen en ridículo las propuestas de George W.Bush al congreso para “evitar que el sistema previsional pase al rojo en 2017”. Mucho más peligrosas son la burbuja derivativa –irónicamente, involucra US$ 7,3 billones de fondos jubilatorios cautivos- o la de compras apalancadas que licúan valor agregado (700.000 millones sólo en 2006/7). Un campeón del mito es David Walker, controlador general de la república, que anuncia desde 2004 “la tormenta que se avecina”. Sus villanos, los “baby boomers” (debiera decirse “boom babies”). Vale decir, nacidos durante dos auges de crecimiento vegetativo, 1946-50 y 1953-6, posteriores a la II guerra mundial y a la de Corea. Después, no se repitieron, detalle soslayado por los tremendistas.

En realidad, desde las reformas de preguerra (Franklin Roosevelt) cada año se jubila o retira un creciente número de norteamericanos y el mundo no se ha venido abajo. En realidad, analistas y operadores políticos conservadores –industria, banca- presiona paran liquidar el sistema de fondos de pensión instituido a fines de los años 30. Básicamente, la idea es que el sector privado deje de “sufrir esa sangría”, en palabras del hoy jubilado Alan Greenspan.

El “leit motiv” es que, entre ahora y 2030, los pasivos podrían subir de 50 a 85 millones. Como las proyecciones en boga suponen, sin mayor fundamento, que cada vez menos gente empezará a trabajar o seguirá haciéndolo, la media de 40 aportantes por cada pasivo (1945) habrá caído a dos. Esto lleva a estimar un costo total de US$ 50 billones entre 2006 a 2070.

Para entonces, en tren de futurables, tampoco habrá hidrocarburos suficientes y la geografía del planeta –política, económica- será irreconocible. Dejando de lado el colapso del presente macrociclo (iniciado en la posguerra) o severos desequilibrios climáticos, el mapa habrá cambiado mucho más en 2006/70 que en 1901/2005. Las proyecciones jubilatorias norteamericanas hablan –para 2008- de apenas 1.600.000 de gente con 60 años que pedirá el retiro. Hacia 2012, con 65 de edad, podrán solicitar cobertura médica, ese cuco de los economistas y analistas privados.

Pero el déficit en materia de salud está a eones de los déficit sistémicos estadounidenses (deuda pública, presupuesto, comercio exterior) y no pueden comparase, verbigracia, con los 1,5 billones en malas hipotecas. Tampoco con el billón inyectados por los principales emisores, del 9 al 14 de agosto y de mediados de diciembre a fin de enero, para rescatar los pésimos negocios de la banca comercial.

Esas magnitudes ponen en ridículo las propuestas de George W.Bush al congreso para “evitar que el sistema previsional pase al rojo en 2017”. Mucho más peligrosas son la burbuja derivativa –irónicamente, involucra US$ 7,3 billones de fondos jubilatorios cautivos- o la de compras apalancadas que licúan valor agregado (700.000 millones sólo en 2006/7). Un campeón del mito es David Walker, controlador general de la república, que anuncia desde 2004 “la tormenta que se avecina”. Sus villanos, los “baby boomers” (debiera decirse “boom babies”). Vale decir, nacidos durante dos auges de crecimiento vegetativo, 1946-50 y 1953-6, posteriores a la II guerra mundial y a la de Corea. Después, no se repitieron, detalle soslayado por los tremendistas.

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