Foleygate: nuevas denuncias afectan el voto republicano

Más novedades en el “Foleygate” perjudican al oficialismo. Dos “pajes” denunciaron delitos más graves. Uno de ellos –revela “Los Ángeles times”- inclusive tuvo relaciones sexuales con el diputado renunciante. Ambos permanecen anónimos.

9 octubre, 2006

Según nuevas encuestas, 52% de quienes votaron al oficialismo en 2004 no volvería a hacerlo en noviembre. Amén de los fracasos en Afganistán e Irak, pesan el caso de Mark Foley y su encubrimiento durante meses.

Las nuevos sondeos sacan de quicio a George W.Bush, su asesor clave (Karl Rove) y su eminencia gris, el vicepresidente Richard Cheney. Rove era muy allegado a Foley, que encabezaba un comité contra el abuso sexual de menores. También amigo de Jeb Bush, gobernador de Florida –estado que representaba el hoy ex diputado-, era un enemigo de Charles Darwin.

Máximo porque, como se encargan de recordar cientos de humoristas gráficos, todo eso es una mezcla justa para hundir la campaña electoral de lo que Bush define como el “partido de Dios” (en árabe, “hezbollá”). Alguien recordpò, de pasò, que el alemán Gerhard Schröder –cuando era canciller- tuvo una entrevista con Bush que lo asustó: “se consideraba un cristiano nuevo. Me dijo que oían voces angélicas y se sentìa un elegido del señor”.

Naturalmente, los demócratas se hallan cerca de lograr ventajas decisivas en la opinión pública. Según “Time” (de orientación republicana), casi 80% entre mil entrevistados conoce el escándalo y 25% admite que probablemente no vote por el oficialismo el 7 de noviembre. En otro sondeo, entre votantes registrados, 54% de inclina por los demócratas y 37% por los republicanos. En otras palabras, la intención favorable a los opositores subió once puntos desde julio (cuando ya era algo superior a la tendencia oficialista).

Lo que está en juego en poco más de cuatro semanas es importante. A saber, 435 representantes, 33 senadores (un tercio) y 36 entre cincuenta gobernaciones. También, el futuro de casi todo el equipo político de Bush, con Cheney a la cabeza. “Sólo una locura nuclear norcoreana podría modificar el panorama y hasta postergar los comicios”, señalan docenas de “blogs” en Internet.

Entretanto, el dirigente hoy más presionado, Dennis Hastert (presidente de la cámara baja) se resistía a renunciar a esa función. Varios analistas creen que acabará haciéndolo, pues lo arrastrará el escándalo creado por Foley y el envío de e-mails pornográficos protagonizados por menores a otros menores.

El “Washington times”, periódico conservador pro republicano controlado por el grupo Moon, acusa a Hastert por “no prestar mucha atención a denuncias que venían circulando desde abril sobre Foley y sus mensajes. Ante semejante falta de acción, Hastert no tiene otra salida que dimitir al cargo, aunque el partido esté en plena campaña electoral”. Por supuesto, la justicia lo investiga por encubrimiento en una causa penal. Además, ahora una comisión bicameral interviene en el asunto.

El jefe de los diputados insiste en que no sabía nada de Foley ni sus correos electrónicos con sexo explícito, enviados a jóvenes pasantes que ofician de “pajes” –algo así como botones- en el congreso. De ellos partieron las primeras denuncias, meses atrás, sin que Hastert o otros movieran un dedo. El jueves, un medio virtual (“Drudge report”) sostuvo que todo era una broma entre amigos, pero se trata del mismo vocero de la derecha ultraconservadora que exageraba groseramente los devaneos de William Clinton con Monica Levinsky (inclusive con fotos trucadas). Al margen de las revelaciones, los hábitos sexuales de Foley y su adicción a jovencitos eran de conocimiento público desde hace años.

Hastert “ha conducido y conducirá los republicanos a otra cómoda mayoría en noviembre, o sea en el CX congreso”, proclamaba su vocero Ronald Bonjeau, en una muestra de escaso realismo que arrancó sonrisas a muchos periodistas.

Foley “ha dejado la banca con deshonor y las acciones penales en este asunto seguirán adelante. Pero Hastert continúa trabajando para mejorar la posición del partido”, gorjeaba Bonjeau. Olvidando un detalle: su jefe está involucrado en el manto de silencio desplegado desde abril hasta que estalló el escándalo.

A criterio de polìticos de ambos partidos, cualquier parlamentario que conocía el asunto, y no hizo nada, tiene que apartarse. “Hastert es el primero que debe irse, pero no el único. No vamos a salir de esto mientras no tengamos líderes éticamente creíbles”. Asì subraya Richard Viguerie, un dirigente conservador.

Foley no mejoró su posición al revelar su homosexualidad –dato no ignorado- y que fue iniciado por un sacerdote católico cuando era mozo. Esto ya parece una novela de Roger Peyrefitte, pero instalada en Washington, no en la iglesia romana.

Según nuevas encuestas, 52% de quienes votaron al oficialismo en 2004 no volvería a hacerlo en noviembre. Amén de los fracasos en Afganistán e Irak, pesan el caso de Mark Foley y su encubrimiento durante meses.

Las nuevos sondeos sacan de quicio a George W.Bush, su asesor clave (Karl Rove) y su eminencia gris, el vicepresidente Richard Cheney. Rove era muy allegado a Foley, que encabezaba un comité contra el abuso sexual de menores. También amigo de Jeb Bush, gobernador de Florida –estado que representaba el hoy ex diputado-, era un enemigo de Charles Darwin.

Máximo porque, como se encargan de recordar cientos de humoristas gráficos, todo eso es una mezcla justa para hundir la campaña electoral de lo que Bush define como el “partido de Dios” (en árabe, “hezbollá”). Alguien recordpò, de pasò, que el alemán Gerhard Schröder –cuando era canciller- tuvo una entrevista con Bush que lo asustó: “se consideraba un cristiano nuevo. Me dijo que oían voces angélicas y se sentìa un elegido del señor”.

Naturalmente, los demócratas se hallan cerca de lograr ventajas decisivas en la opinión pública. Según “Time” (de orientación republicana), casi 80% entre mil entrevistados conoce el escándalo y 25% admite que probablemente no vote por el oficialismo el 7 de noviembre. En otro sondeo, entre votantes registrados, 54% de inclina por los demócratas y 37% por los republicanos. En otras palabras, la intención favorable a los opositores subió once puntos desde julio (cuando ya era algo superior a la tendencia oficialista).

Lo que está en juego en poco más de cuatro semanas es importante. A saber, 435 representantes, 33 senadores (un tercio) y 36 entre cincuenta gobernaciones. También, el futuro de casi todo el equipo político de Bush, con Cheney a la cabeza. “Sólo una locura nuclear norcoreana podría modificar el panorama y hasta postergar los comicios”, señalan docenas de “blogs” en Internet.

Entretanto, el dirigente hoy más presionado, Dennis Hastert (presidente de la cámara baja) se resistía a renunciar a esa función. Varios analistas creen que acabará haciéndolo, pues lo arrastrará el escándalo creado por Foley y el envío de e-mails pornográficos protagonizados por menores a otros menores.

El “Washington times”, periódico conservador pro republicano controlado por el grupo Moon, acusa a Hastert por “no prestar mucha atención a denuncias que venían circulando desde abril sobre Foley y sus mensajes. Ante semejante falta de acción, Hastert no tiene otra salida que dimitir al cargo, aunque el partido esté en plena campaña electoral”. Por supuesto, la justicia lo investiga por encubrimiento en una causa penal. Además, ahora una comisión bicameral interviene en el asunto.

El jefe de los diputados insiste en que no sabía nada de Foley ni sus correos electrónicos con sexo explícito, enviados a jóvenes pasantes que ofician de “pajes” –algo así como botones- en el congreso. De ellos partieron las primeras denuncias, meses atrás, sin que Hastert o otros movieran un dedo. El jueves, un medio virtual (“Drudge report”) sostuvo que todo era una broma entre amigos, pero se trata del mismo vocero de la derecha ultraconservadora que exageraba groseramente los devaneos de William Clinton con Monica Levinsky (inclusive con fotos trucadas). Al margen de las revelaciones, los hábitos sexuales de Foley y su adicción a jovencitos eran de conocimiento público desde hace años.

Hastert “ha conducido y conducirá los republicanos a otra cómoda mayoría en noviembre, o sea en el CX congreso”, proclamaba su vocero Ronald Bonjeau, en una muestra de escaso realismo que arrancó sonrisas a muchos periodistas.

Foley “ha dejado la banca con deshonor y las acciones penales en este asunto seguirán adelante. Pero Hastert continúa trabajando para mejorar la posición del partido”, gorjeaba Bonjeau. Olvidando un detalle: su jefe está involucrado en el manto de silencio desplegado desde abril hasta que estalló el escándalo.

A criterio de polìticos de ambos partidos, cualquier parlamentario que conocía el asunto, y no hizo nada, tiene que apartarse. “Hastert es el primero que debe irse, pero no el único. No vamos a salir de esto mientras no tengamos líderes éticamente creíbles”. Asì subraya Richard Viguerie, un dirigente conservador.

Foley no mejoró su posición al revelar su homosexualidad –dato no ignorado- y que fue iniciado por un sacerdote católico cuando era mozo. Esto ya parece una novela de Roger Peyrefitte, pero instalada en Washington, no en la iglesia romana.

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