Estrategia de ilusión

Con contorsiones legislativas el Gobierno logró metas que considera preciadas con respecto a las leyes de Quiebras y Subversión Económica. Paradójicamente, las entidades de crédito esperan otro tipo de medidas.

1 junio, 2002

¿Habrá acuerdo con el FMI? En los primeros meses de 2002 había en el oficialismo, tal vez, y en no pocos analistas un exceso de optimismo con respecto al arribo a buen puerto de estas negociaciones.

Para entonces, algunos economistas comenzaban a pensar que el Gobierno jugaba, erróneamente, su estrategia de recuperación económica sobre el acuerdo con la entidad, invirtiendo así una ecuación que indicaba que, en primer lugar, se debía tener un plan para después sentarse a negociar con los acreedores. Como se vio, todas las cartas se jugaron a lograr cambios y derogación, respectivamente, en las leyes de Quiebra y Subversión Económica, sin pensar en un plan de crecimiento viable.

En aquel momento -podría decirse que desde enero a marzo-, resultaba incomprensible que lo que solicitaban aquellos analistas mereciese ser tenido en cuenta. Ahora comienza a creerse lo contrario.

Porque en este escenario macroeconómico todavía es difícil alcanzar ese acuerdo. Es que el verdadero interés del FMI radican en la solidez de los programas monetario y fiscal. Un interés que supera al logrado por el Congreso en torno a aquellas leyes.

Con respecto al frente monetario, en primer lugar vale decir que el plan diseñado a principios de año ya fue superado por la crisis bancaria que, pese al nuevo Plan Bono, todavía no muestra posibilidades de solución.

El programa fiscal depende del comportamiento de las provincias, que no están bajo el control del Gobierno nacional, aunque la mayoría estaría decidida a reducir su déficit en 60%, tal cual se acordó en la declaración de los 14 puntos, en abril.

Pero la situación es peor si se toma en cuenta que el FMI pedirá a las autoridades nacionales un superávit primario importante para dar una primera señal a los acreedores privados externos. Mientras tanto, el Gobierno y sus aliados, equivocadamente, afinaron una compleja -y en ocasiones infantil- ingeniería legislativa para alcanzar triunfos parlamentarios.

Cuestión de formas

Más allá de los avatares de la política, la Argentina sigue sin resolver la más grave crisis financiera de su historia. Las propuestas del ministro Roberto Lavagna, como se dijo, no solucionan lo esencial: los $ 25.000 millones en cuentas a la vista del sector privado siguen sin liberarse por el miedo de las autoridades a que presionen sobre el mercado cambiario.

Esta concepción podría ser errónea. Es que entre algunos economistas predomina la opinión de que toda esa masa de dinero no podría volcarse a la compra de dólares: hay un país detenido debido a la imposibilidad de movilizar esos fondos. Y gran parte de ese dinero, por lo menos la atrapada en el corralito transaccional, se emplearía para dinamizar la economía.

En tanto, los 40.000 millones en depósitos reprogramados podrían ahora convertirse en bonos más o menos voluntarios y comprar -como ocurrió durante un breve período de la gestión Remes- ciertos bienes registrables. Sin embargo se cree que la desconfianza en las instituciones bancarias persistirá, tanto como la incógnita sobre el verdadero valor de la riqueza financiera de los argentinos.

Esto conspira contra cualquier posibilidad de recuperación. Las dudas en cuanto a la moneda nacional y la desintegración del sistema financiero, como se señaló, no se compensan con reformas parlamentarias. En todo caso sólo son innovaciones marginales.

Fuga y futuro

Sin embargo, para apoyar el nuevo plan Lavagna basta un dato: la sangría de los bancos ha continuado durante los últimos días. Finalizado mayo, la pérdida neta de depósitos privados promedia los $ 120 millones diarios, cifra similar a la de febrero, cuando todavía los amparos judiciales no la habían elevado por encima de los $ 200 millones.
Así, el Banco Central se ha visto obligado a incrementar la asistencia a las instituciones financieras, emitiendo dinero. Y la compra de dólares por parte de los particulares más el pago de intereses a los organismos multilaterales redujo las reservas internacionales del Central por debajo de los US$ 10.700 millones. Los hombres del aún presidente de la entidad, Mario Blejer, tienen una regla cada vez más clara: si al tipo de cambio corriente la pérdida de reservas no se detiene, entonces el Central pasa a defender la cotización a un tipo de cambio más depreciado.

Esto es inquietante: si no hay arreglo con el FMI, en julio el Gobierno deberá abonar a los organismos más de US$ 1.000 millones. Esto significa que para fines de ese mes el dólar puede valer cerca de $ 4,50 pesos y la inflación anual estimada superar 100%. El riesgo de hiperinflación pasa a ser más alto.

Sin embargo, desde el extremo opuesto a este pensamiento se dice que ante la ausencia de demanda, a la que la vigencia del corralito contribuye, y con un déficit fiscal que apenas alcanza a 3% del PBI, la hiperinflación es imposible, y que agitar su fantasma puede traer conflictos sociales menos manejables de lo que creen sus agitadores.

Apostar a las históricas

Por otro lado, sigue existiendo el riesgo de descalabro financiero. Con la salida de la Argentina del banco Credit Agricole, el conjunto de bancos suspendidos y administrados por el Banco Nación ya alcanza a casi 10% de los depósitos y préstamos privados del sistema bancario. Este es el segundo abandono de una entidad financiera extranjera -el primero había sido el Scotia canadiense- acentúa la tendencia gradual a la nacionalización del sistema. Esto se logra a través de los redescuentos del Banco Central, que se otorgan a cambio de la cartera de las instituciones y por medio de la intervención directa del Banco Nación y de la creciente transferencia de depósitos desde bancos privados a bancos públicos. Esta tendencia podría revertirse con entidades financieras extranjeras de primera línea que decidan seguir en el país -hay quienes piensan que las que “históricamente” han trabajado en la Argentina seguirán- y capitalizar a sus sociedades locales. Claro, esto requiere de reglas muy claras para el futuro. Algo que, en medio de aguas tan procelosas, todavía parece difícil de vislumbrar.

¿Habrá acuerdo con el FMI? En los primeros meses de 2002 había en el oficialismo, tal vez, y en no pocos analistas un exceso de optimismo con respecto al arribo a buen puerto de estas negociaciones.

Para entonces, algunos economistas comenzaban a pensar que el Gobierno jugaba, erróneamente, su estrategia de recuperación económica sobre el acuerdo con la entidad, invirtiendo así una ecuación que indicaba que, en primer lugar, se debía tener un plan para después sentarse a negociar con los acreedores. Como se vio, todas las cartas se jugaron a lograr cambios y derogación, respectivamente, en las leyes de Quiebra y Subversión Económica, sin pensar en un plan de crecimiento viable.

En aquel momento -podría decirse que desde enero a marzo-, resultaba incomprensible que lo que solicitaban aquellos analistas mereciese ser tenido en cuenta. Ahora comienza a creerse lo contrario.

Porque en este escenario macroeconómico todavía es difícil alcanzar ese acuerdo. Es que el verdadero interés del FMI radican en la solidez de los programas monetario y fiscal. Un interés que supera al logrado por el Congreso en torno a aquellas leyes.

Con respecto al frente monetario, en primer lugar vale decir que el plan diseñado a principios de año ya fue superado por la crisis bancaria que, pese al nuevo Plan Bono, todavía no muestra posibilidades de solución.

El programa fiscal depende del comportamiento de las provincias, que no están bajo el control del Gobierno nacional, aunque la mayoría estaría decidida a reducir su déficit en 60%, tal cual se acordó en la declaración de los 14 puntos, en abril.

Pero la situación es peor si se toma en cuenta que el FMI pedirá a las autoridades nacionales un superávit primario importante para dar una primera señal a los acreedores privados externos. Mientras tanto, el Gobierno y sus aliados, equivocadamente, afinaron una compleja -y en ocasiones infantil- ingeniería legislativa para alcanzar triunfos parlamentarios.

Cuestión de formas

Más allá de los avatares de la política, la Argentina sigue sin resolver la más grave crisis financiera de su historia. Las propuestas del ministro Roberto Lavagna, como se dijo, no solucionan lo esencial: los $ 25.000 millones en cuentas a la vista del sector privado siguen sin liberarse por el miedo de las autoridades a que presionen sobre el mercado cambiario.

Esta concepción podría ser errónea. Es que entre algunos economistas predomina la opinión de que toda esa masa de dinero no podría volcarse a la compra de dólares: hay un país detenido debido a la imposibilidad de movilizar esos fondos. Y gran parte de ese dinero, por lo menos la atrapada en el corralito transaccional, se emplearía para dinamizar la economía.

En tanto, los 40.000 millones en depósitos reprogramados podrían ahora convertirse en bonos más o menos voluntarios y comprar -como ocurrió durante un breve período de la gestión Remes- ciertos bienes registrables. Sin embargo se cree que la desconfianza en las instituciones bancarias persistirá, tanto como la incógnita sobre el verdadero valor de la riqueza financiera de los argentinos.

Esto conspira contra cualquier posibilidad de recuperación. Las dudas en cuanto a la moneda nacional y la desintegración del sistema financiero, como se señaló, no se compensan con reformas parlamentarias. En todo caso sólo son innovaciones marginales.

Fuga y futuro

Sin embargo, para apoyar el nuevo plan Lavagna basta un dato: la sangría de los bancos ha continuado durante los últimos días. Finalizado mayo, la pérdida neta de depósitos privados promedia los $ 120 millones diarios, cifra similar a la de febrero, cuando todavía los amparos judiciales no la habían elevado por encima de los $ 200 millones.
Así, el Banco Central se ha visto obligado a incrementar la asistencia a las instituciones financieras, emitiendo dinero. Y la compra de dólares por parte de los particulares más el pago de intereses a los organismos multilaterales redujo las reservas internacionales del Central por debajo de los US$ 10.700 millones. Los hombres del aún presidente de la entidad, Mario Blejer, tienen una regla cada vez más clara: si al tipo de cambio corriente la pérdida de reservas no se detiene, entonces el Central pasa a defender la cotización a un tipo de cambio más depreciado.

Esto es inquietante: si no hay arreglo con el FMI, en julio el Gobierno deberá abonar a los organismos más de US$ 1.000 millones. Esto significa que para fines de ese mes el dólar puede valer cerca de $ 4,50 pesos y la inflación anual estimada superar 100%. El riesgo de hiperinflación pasa a ser más alto.

Sin embargo, desde el extremo opuesto a este pensamiento se dice que ante la ausencia de demanda, a la que la vigencia del corralito contribuye, y con un déficit fiscal que apenas alcanza a 3% del PBI, la hiperinflación es imposible, y que agitar su fantasma puede traer conflictos sociales menos manejables de lo que creen sus agitadores.

Apostar a las históricas

Por otro lado, sigue existiendo el riesgo de descalabro financiero. Con la salida de la Argentina del banco Credit Agricole, el conjunto de bancos suspendidos y administrados por el Banco Nación ya alcanza a casi 10% de los depósitos y préstamos privados del sistema bancario. Este es el segundo abandono de una entidad financiera extranjera -el primero había sido el Scotia canadiense- acentúa la tendencia gradual a la nacionalización del sistema. Esto se logra a través de los redescuentos del Banco Central, que se otorgan a cambio de la cartera de las instituciones y por medio de la intervención directa del Banco Nación y de la creciente transferencia de depósitos desde bancos privados a bancos públicos. Esta tendencia podría revertirse con entidades financieras extranjeras de primera línea que decidan seguir en el país -hay quienes piensan que las que “históricamente” han trabajado en la Argentina seguirán- y capitalizar a sus sociedades locales. Claro, esto requiere de reglas muy claras para el futuro. Algo que, en medio de aguas tan procelosas, todavía parece difícil de vislumbrar.

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