Estados Unidos, Irak e Irán: las cartas están sobre la mesa

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Hace una semana, los nubarrones eran densos. Se hablaba de guerra civil en Irak y de ataques aéreos norteamericanos sobre Irán y sus instalaciones nucleares, Ahora, ni George W.Bush cree posible retirarse de Bagdad en varios años.

Entre un momento y otro, Tehrán salió a proponer un diálogo multilateral sobre la crisis iraquí, con Estados Unidos, la Unión Europea y Turquía. La Casa Blanca aceptó casi de inmediato. Después de todo, como señalaban en Bruselas, “EE.UU. e Irán son los países más interesados en evitar una guerra civil en Irak”.

Para entender esto, señala el analista geopolítico George Friedman, “es preciso recordar que Tehrán y Washington han estado años discutiendo en forma secreta o por intermediarios oficiosos como Angora, El Cairo o Islamabad”. La novedad es que el tema sea Irak y los contactos se hayan hecho públicos, pese a las interferencias internas del vicepresidente Richard Cheney y de Donald Rumsfeld, secretario de Defensa.

En esta fase, “los verdaderos jugadores han puesto todas las cartas sobre la mesa y la partida hace el futuro de Bagdad”. Máxime luego de que un nervioso Bush admitiera, el martes 21 ante azorados periodistas, que el retiro total de la Mesopotamia exigirá años y quedará en manos de sucesores suyos. “Obviamente –presume Friedman-, las necesidades de otros jugadores deberán tenerse en cuenta. Pero, al cabo, la posguerra iraquí hace en gran parte a las relaciones entre EE.UU. e Irán”.

Queda claro, pues, que ambos han resuelto intentar algún tipo de entendimiento, esta vez a los ojos del mundo. Según sostiene el analista del grupo Stratfor, “la idea de conversaciones explícitas provenía realmente de Zalmay Khalilzad, embajador norteamericano en Bagdad, al parecer con una media palabra de Bush vía Condoleezza Rice. Al principio, se barajaban dos líneas de tratativas. Una con la jerarquía sunní local, otra con el gobierno persa (shi’í). En el segundo tema, el temario se limitaría a los riesgos de guerra civil, sin incluir otros problemas bilaterales.

El planteo tenía sentido, porque Irak es una vera obsesión para Irán desde los años 80. O mucho antes: hace veinticinco siglos, Persia y Babilonia se disputaban la hegemonía en todo Levante. Pero, volviendo a lo contemporáneo, la cruel guerra de 1980/88 le costó a Tehrán casi 300.000 muertos. Aun victoriosos, los persas emergieron de ese conflicto con un odio cerval hacia Saddam Huséin y su régimen (apoyado entonces por Washington y Riyadh).

Cuando EE.UU. decidió, en la primera guerra del golfo, no tomar Bagdad ni derribar al dictador, tuvo lugar la catastrófica rebelión shi’ita en el sur de Irak, ahogada en sangre por Saddam (al igual que la resistencia kurda). Desde ese momento, Irán inició un programa encubierto, tendiente a aumentar control sobre la población shi’í de Irak (60% del total). Más que hacerle la guerra a Saddam, Tehrán prefería evitar otro ataque suyo. Eventualmente –sospechaban los iraníes- Washington se volvería contra Bagdad.

“Irán reaccionó en forma previsible a los ataques del 11 de septiembre de 2001. En primer lugar –puntualiza Friedman-, estaba tan inquieto por Al Qa’eda como el gobierno norteamericano. Viéndose como vanguardia de un Islam revolucionario, no quería que ese papel le fuera arrebatado por los ultraconservadores wajabíes”. Vale decir, el régimen saudí, entre cuya aristocracia figura el clan bin Laden, otrora vinculado por negocios con la familia Bush.

Asi, Tehrán ofreció inmediatamente a Washington el uso de bases en su territorio para reparar aviones dañados en Afganistán. Los talibán seguían a bin Laden y eran sunníes, claro, pero Irán siempre ha tenido amplia influencia en el oeste y el noroeste de ese país. Por ende, la política iraní consistía en oponerse a Al Qa’eda y los talibán, apoyando discretamente a EE.UU. en la guerra afgana (algo que Moscú advirtió ya en 2002).

Pero EE.UU. no fue llevado a la invasión de 2003 por los iraníes. Eso sí , la inteligencia persa le hizo creer a Washington tres cosas: (1) Saddam tenia armas de destrucción masiva, (2) los iraquíes saludarían a los norteamericanos como liberadores y (3), por consiguiente, no habría una posguerra difícil. A la sazón, Irán quería que EE.UU. derrotara a Saddam y cargase con la misión de pacificar las áreas sunníes del país.

Con el tiempo, la “guerra de posguerra” no favorecería a Washington ni a Tehrán. Los norteamericanos quedaron empantanados en un conflicto casi imposible de ganar, en cuanto ello comportaba quebrar la resistencia de la dyijad sunnita. A su vez, los iraníes temían (y temen) un gobierno de coalición dominado por sunníes, kurdos y ocupantes. Tampoco confían demasiado en los shi’itas iraquíes: son árabes.

En la nueva etapa, Tehrán tiene otra oportunidad, pues la posición interna de Bush se ha deteriorado más allá de lo previsible meses atrás y 2006 es año de elecciones parlamentarias. Mientras los británicos planean dejar el sur, tierra shi’ita, una nueva crisis en el gobierno iraquí despierta el fantasma de una guerra civil. Eso no les conviene a Irán, EE.UU., Turquía, Saudiarabia, Israel ni demás jugadores.

Desde el punto de vista persa, si alguien precisa un rápido acuerdo, ése es Bush. Por tanto, éste el momento justo para emprender negociaciones cara a cara. A criterio de Friedman, “Tehrán busca por lo menos ‘finlandizar’ Irak”. Al principio de la guerra fría, los soviéticos no pudieron satelizar a Finlandia, pero obtuvieron facultades supervisoras sobre la composición del gabinete y la política exterior. Los iraníes se conformarían con bloquear el ingreso al gobierno iraquí de los peores elementos del ex partido Ba’ath. Lo mismo que le gustaría a Siria, de paso.

Entre un momento y otro, Tehrán salió a proponer un diálogo multilateral sobre la crisis iraquí, con Estados Unidos, la Unión Europea y Turquía. La Casa Blanca aceptó casi de inmediato. Después de todo, como señalaban en Bruselas, “EE.UU. e Irán son los países más interesados en evitar una guerra civil en Irak”.

Para entender esto, señala el analista geopolítico George Friedman, “es preciso recordar que Tehrán y Washington han estado años discutiendo en forma secreta o por intermediarios oficiosos como Angora, El Cairo o Islamabad”. La novedad es que el tema sea Irak y los contactos se hayan hecho públicos, pese a las interferencias internas del vicepresidente Richard Cheney y de Donald Rumsfeld, secretario de Defensa.

En esta fase, “los verdaderos jugadores han puesto todas las cartas sobre la mesa y la partida hace el futuro de Bagdad”. Máxime luego de que un nervioso Bush admitiera, el martes 21 ante azorados periodistas, que el retiro total de la Mesopotamia exigirá años y quedará en manos de sucesores suyos. “Obviamente –presume Friedman-, las necesidades de otros jugadores deberán tenerse en cuenta. Pero, al cabo, la posguerra iraquí hace en gran parte a las relaciones entre EE.UU. e Irán”.

Queda claro, pues, que ambos han resuelto intentar algún tipo de entendimiento, esta vez a los ojos del mundo. Según sostiene el analista del grupo Stratfor, “la idea de conversaciones explícitas provenía realmente de Zalmay Khalilzad, embajador norteamericano en Bagdad, al parecer con una media palabra de Bush vía Condoleezza Rice. Al principio, se barajaban dos líneas de tratativas. Una con la jerarquía sunní local, otra con el gobierno persa (shi’í). En el segundo tema, el temario se limitaría a los riesgos de guerra civil, sin incluir otros problemas bilaterales.

El planteo tenía sentido, porque Irak es una vera obsesión para Irán desde los años 80. O mucho antes: hace veinticinco siglos, Persia y Babilonia se disputaban la hegemonía en todo Levante. Pero, volviendo a lo contemporáneo, la cruel guerra de 1980/88 le costó a Tehrán casi 300.000 muertos. Aun victoriosos, los persas emergieron de ese conflicto con un odio cerval hacia Saddam Huséin y su régimen (apoyado entonces por Washington y Riyadh).

Cuando EE.UU. decidió, en la primera guerra del golfo, no tomar Bagdad ni derribar al dictador, tuvo lugar la catastrófica rebelión shi’ita en el sur de Irak, ahogada en sangre por Saddam (al igual que la resistencia kurda). Desde ese momento, Irán inició un programa encubierto, tendiente a aumentar control sobre la población shi’í de Irak (60% del total). Más que hacerle la guerra a Saddam, Tehrán prefería evitar otro ataque suyo. Eventualmente –sospechaban los iraníes- Washington se volvería contra Bagdad.

“Irán reaccionó en forma previsible a los ataques del 11 de septiembre de 2001. En primer lugar –puntualiza Friedman-, estaba tan inquieto por Al Qa’eda como el gobierno norteamericano. Viéndose como vanguardia de un Islam revolucionario, no quería que ese papel le fuera arrebatado por los ultraconservadores wajabíes”. Vale decir, el régimen saudí, entre cuya aristocracia figura el clan bin Laden, otrora vinculado por negocios con la familia Bush.

Asi, Tehrán ofreció inmediatamente a Washington el uso de bases en su territorio para reparar aviones dañados en Afganistán. Los talibán seguían a bin Laden y eran sunníes, claro, pero Irán siempre ha tenido amplia influencia en el oeste y el noroeste de ese país. Por ende, la política iraní consistía en oponerse a Al Qa’eda y los talibán, apoyando discretamente a EE.UU. en la guerra afgana (algo que Moscú advirtió ya en 2002).

Pero EE.UU. no fue llevado a la invasión de 2003 por los iraníes. Eso sí , la inteligencia persa le hizo creer a Washington tres cosas: (1) Saddam tenia armas de destrucción masiva, (2) los iraquíes saludarían a los norteamericanos como liberadores y (3), por consiguiente, no habría una posguerra difícil. A la sazón, Irán quería que EE.UU. derrotara a Saddam y cargase con la misión de pacificar las áreas sunníes del país.

Con el tiempo, la “guerra de posguerra” no favorecería a Washington ni a Tehrán. Los norteamericanos quedaron empantanados en un conflicto casi imposible de ganar, en cuanto ello comportaba quebrar la resistencia de la dyijad sunnita. A su vez, los iraníes temían (y temen) un gobierno de coalición dominado por sunníes, kurdos y ocupantes. Tampoco confían demasiado en los shi’itas iraquíes: son árabes.

En la nueva etapa, Tehrán tiene otra oportunidad, pues la posición interna de Bush se ha deteriorado más allá de lo previsible meses atrás y 2006 es año de elecciones parlamentarias. Mientras los británicos planean dejar el sur, tierra shi’ita, una nueva crisis en el gobierno iraquí despierta el fantasma de una guerra civil. Eso no les conviene a Irán, EE.UU., Turquía, Saudiarabia, Israel ni demás jugadores.

Desde el punto de vista persa, si alguien precisa un rápido acuerdo, ése es Bush. Por tanto, éste el momento justo para emprender negociaciones cara a cara. A criterio de Friedman, “Tehrán busca por lo menos ‘finlandizar’ Irak”. Al principio de la guerra fría, los soviéticos no pudieron satelizar a Finlandia, pero obtuvieron facultades supervisoras sobre la composición del gabinete y la política exterior. Los iraníes se conformarían con bloquear el ingreso al gobierno iraquí de los peores elementos del ex partido Ba’ath. Lo mismo que le gustaría a Siria, de paso.

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