No, dicen sociólogos y economistas. Para analizar la incidencia de la inmigración en el economía nacional es preciso estudiar el desempeño de miembros de segunda y tercera generación de inmigrantes. Pero ni siquiera así es fácil generalizar por la variedad de experiencias de gente llegada de diferentes países y culturas.
Con todo, el debate está esclareciendo algunos puntos. La educación es un parámetro que guarda estrecha correlación con las ganancias futuras. Los hijos de inmigrantes completan, por lo general, más años de educación que sus contrapartes nativas con antecedentes socioeconómicos similares. David Card, profesor de economía de la Universidad de California, cree que la segunda generación tiende a acercarse al promedio nacional. Algunos hacen más años de escolaridad que sus padres, aunque también hay casos a la inversa. De cualquier manera, en general, podría decirse que hacen falta varias generaciones para que una familia de inmigrantes pobres se ponga a la par de las normas nacionales.
En el caso particular de inmigrantes mexicanos, a pesar de su general deficiencia educativa, no parecen tener mucho problema en encontrar empleo. Una de las paradojas de la inmigración mexicana, dice Card, es que trabajadores no calificados muestran una tasa de empleo notablemente alta. La segunda generación no logra mantener esos niveles.
Por otra parte, los inmigrantes de segunda generación están logrando ascender en la escala de calificación. Una investigación reciente realizada por el Census Bureau revela que 40% de las trabajadoras mujeres y 37% de los trabajadores hombres de segunda generación retienen puestos profesionales o gerenciales, lo cual significa un ascenso de 24% a 30% con respecto a la primera generación. La encuesta, realizada en 2004, incluyó a muchos adultos cuyos padres llegaron a Estados Unidos varias décadas atrás.
Hay otros factores que podrían dificultar el éxito a los actuales hijos de inmigrantes con respecto a los de antes. Uno es el mayor grado de competencia. Los hijos de italianos o polacos que llegaron a Estados Unidos a principios del siglo 20 no encontraron mucha competencia porque el gobierno impuso cuotas de inmigración luego de la llegada de sus padres, explica Roger Waldinger, profesor de sociología de la Universidad de California. En cambio, los hijos de los llegados en tiempos recientes deben hacer frente a sucesivas olas de inmigrantes provenientes de gran cantidad de regiones.
Otro factor que afecta las oportunidades es la gran inequidad que impera hoy comparada con principios del siglo 20 y eso aumenta la desventaja para aquellos con pocos años de escolaridad.
Simultáneamente, otras fuerzas operan en la dirección contraria. Una de ellas es que los hijos de los actuales inmigrantes tendrán mucho mejor acceso a la educación y al mercado laboral que los de un siglo atrás. Además, los miembros de algunos grupos inmigrantes ascendieron rápidamente a los estadios más altos de la escala laboral. Algunos incluso empezaron desde arriba. Los inmigrantes de la India, por ejemplo, llegan con 16 años de escolaridad cumplida, así como los chinos y los coreanos. Todos ellos logran con bastante facilidad puestos calificados de trabajo.
En el centro de toda esta disquisición sobre si las sucesivas generaciones de inmigrantes logran tanto éxito económico como los estadounidenses nativos, está la gran pregunta: ¿cuánta gente quiere incorporar Estados Unidos? Algunos de los catedráticos sugieren que, desde el punto de vista de política fiscal gubernamental, los únicos inmigrantes que el país querría son aquellos cuyos hijos van a obtener doctorados y, por lo tanto, serán económicamente productivos.
No, dicen sociólogos y economistas. Para analizar la incidencia de la inmigración en el economía nacional es preciso estudiar el desempeño de miembros de segunda y tercera generación de inmigrantes. Pero ni siquiera así es fácil generalizar por la variedad de experiencias de gente llegada de diferentes países y culturas.
Con todo, el debate está esclareciendo algunos puntos. La educación es un parámetro que guarda estrecha correlación con las ganancias futuras. Los hijos de inmigrantes completan, por lo general, más años de educación que sus contrapartes nativas con antecedentes socioeconómicos similares. David Card, profesor de economía de la Universidad de California, cree que la segunda generación tiende a acercarse al promedio nacional. Algunos hacen más años de escolaridad que sus padres, aunque también hay casos a la inversa. De cualquier manera, en general, podría decirse que hacen falta varias generaciones para que una familia de inmigrantes pobres se ponga a la par de las normas nacionales.
En el caso particular de inmigrantes mexicanos, a pesar de su general deficiencia educativa, no parecen tener mucho problema en encontrar empleo. Una de las paradojas de la inmigración mexicana, dice Card, es que trabajadores no calificados muestran una tasa de empleo notablemente alta. La segunda generación no logra mantener esos niveles.
Por otra parte, los inmigrantes de segunda generación están logrando ascender en la escala de calificación. Una investigación reciente realizada por el Census Bureau revela que 40% de las trabajadoras mujeres y 37% de los trabajadores hombres de segunda generación retienen puestos profesionales o gerenciales, lo cual significa un ascenso de 24% a 30% con respecto a la primera generación. La encuesta, realizada en 2004, incluyó a muchos adultos cuyos padres llegaron a Estados Unidos varias décadas atrás.
Hay otros factores que podrían dificultar el éxito a los actuales hijos de inmigrantes con respecto a los de antes. Uno es el mayor grado de competencia. Los hijos de italianos o polacos que llegaron a Estados Unidos a principios del siglo 20 no encontraron mucha competencia porque el gobierno impuso cuotas de inmigración luego de la llegada de sus padres, explica Roger Waldinger, profesor de sociología de la Universidad de California. En cambio, los hijos de los llegados en tiempos recientes deben hacer frente a sucesivas olas de inmigrantes provenientes de gran cantidad de regiones.
Otro factor que afecta las oportunidades es la gran inequidad que impera hoy comparada con principios del siglo 20 y eso aumenta la desventaja para aquellos con pocos años de escolaridad.
Simultáneamente, otras fuerzas operan en la dirección contraria. Una de ellas es que los hijos de los actuales inmigrantes tendrán mucho mejor acceso a la educación y al mercado laboral que los de un siglo atrás. Además, los miembros de algunos grupos inmigrantes ascendieron rápidamente a los estadios más altos de la escala laboral. Algunos incluso empezaron desde arriba. Los inmigrantes de la India, por ejemplo, llegan con 16 años de escolaridad cumplida, así como los chinos y los coreanos. Todos ellos logran con bastante facilidad puestos calificados de trabajo.
En el centro de toda esta disquisición sobre si las sucesivas generaciones de inmigrantes logran tanto éxito económico como los estadounidenses nativos, está la gran pregunta: ¿cuánta gente quiere incorporar Estados Unidos? Algunos de los catedráticos sugieren que, desde el punto de vista de política fiscal gubernamental, los únicos inmigrantes que el país querría son aquellos cuyos hijos van a obtener doctorados y, por lo tanto, serán económicamente productivos.