Ensayos bajo una lupa

El Ministerio de Economía apuesta fuerte a la flotación cambiaria. En tanto, se vuelven a manejar salidas como la dolarización o una nueva convertibilidad. ¿Cuál es su costo y que problemas traen consigo? Todo, con un FMI que vigila muy de cerca.

6 abril, 2002

Sucede en cualquier país que atraviesa una crisis, económica, social, política o bélica. El escenario se convierte en un laboratorio en el que especialistas de todo tipo ponen a prueba sus nuevas teorías o desentierran las viejas. Hoy, a pesar de moverse en la nueva Argentina cambiaria, hay analistas que afirman que la moneda sólo oculta los problemas de la economía real. Pero lo cierto es que el tipo de cambio ocupa el centro de la escena.
Y esto conduce a un interrogante que podría haberse planteado, sin temor al escarnio, ya en 1976: ¿quieren los argentinos una moneda propia?

Durante los ´90 aceptaron el peso apoyado en la divisa estadounidense. Ahora ese apoyo se ha convertido en un fuerte adversario. Y el viejo peso resurge malherido y sin generar confianza.

En este contexto, desde la Casa Rosada y el Ministerio de Economía se insta a la demanda de la moneda nacional. En círculos académicos y profesionales se afirma que no hay tal demanda y que es casi imposible recuperarla. Entonces recurren a dos recetas. Una es la dolarización, que exige una mínima reseña. Desde el 13 de enero de 1999, cuando el real brasileño se desplomó frene al dólar, el entonces Presidente Carlos Menem comenzó a proponer la dolarización. Desde la Reserva Federal los hombres de Alan Greenspan rechazaron de plano esa idea. ¿Qué dirían hoy ante esta salida?

La otra medida es una nueva convertibilidad, con un nuevo tipo de cambio, algo que comenzó a plantearse en la semana que pasó y que el ministro Jorge Remes Lenicov habría descartado hace pocos días. A estas soluciones, además, se les agrega otra dificultad. Para convertir todo el dinero utilizado en transacciones, incluidas cuentas corrientes y cajas de ahorro, se necesita un tipo de cambio de alrededor de $ 4 pesos. Entonces habría que pensar en otro problema a resolver: el impacto inflacionario.

Todo por flotar

Mientras tanto, en Economía celebran un éxito parcial, como casi todos, aunque muestra el derrotero definitivo. Remes, su equipo y el Banco Central, frenaron la estampida del dólar, que los llevaba hacia un resbaladizo sendero. Y para ratificar el rechazo de marras a una nueva convertibilidad, la pequeña victoria muestra que el ministro ató su futuro a la flotación.

Como sucedió con el pedido de derogación de la Ley de subversión económica, en cuanto a la flotación, Remes vuelve a coincidir con el FMI. El ministro se alinea con Anne Krueger en su convencimiento de que en los países normales el sistema cambiario que funciona es la flotación. De ahí que el ministro le haya dicho al Presidente Duhalde que está dispuesto a hundirse con la flotación.

Flotación que puede enfrentar una fuerte tormenta. En las últimas horas el Banco Central autorizó a los bancos a devolver en pesos y a partir del 2 de enero de 2003 el dinero encerrado en el corralito. De los plazos fijos se puede decir que conforman una masa de $ 41.000 millones, que una vez en manos de los ahorristas podrían convertirse rápidamente en dólares, con la consiguiente suba de la divisa. En la Argentina de hoy, pensar en lo que sucederá en nueves meses es, por lo menos, utópico. Pero el detalle no es menor.

El fantasma del ´89

La hiperinflación, en tanto, sigue preocupando al ministro de Economía, que observa que el dólar a $ 2,80 provoca un aumento sostenido de precios. La inflación de marzo fue de 4%, superior a 3,1% de febrero. Y todo indica que la de abril no será menor a la de marzo.

Un aumento de precios que aún no rozó a los servicios públicos privados, que no han aumentado sus tarifas desdolarizadas. En este punto se enciende una luz roja. Si la situación no se regulariza esta luz comenzará a titilar con el probable abandono de las concesiones.

Por otro lado el FMI despliega su larga lista de exigencias -que parecen haber hecho mella en el prolijo estilo del gobernador bonaerense Felipe Sola, que en la semana que pasó dijo que no reduciría el gasto provincial ni un peso más, aunque lo pida la entidad- y pide un sinceramiento de la inflación sin anestesia. Así, ésta se dispararía a 40% anual. Para evitar las pujas posteriores, el equipo económico prefiere un gradualismo con premio extra. Cerraría además el camino de indexación del gasto.

El déficit, el FMI y las retenciones

Un régimen cambiario serio requiere disciplina fiscal y monetaria. En la búsqueda de esa tarea el Banco Central endurece la asistencia a las instituciones financieras con problemas de liquidez, aunque la tarea es ardua. Aquí vale otra aclaración. Días atrás se afirmó que algunas entidades podrían desaparecer, pero en armonía con las perpetuas idas y vueltas que en diversas decisiones muestra el Gobierno, desde el poder otras voces dijeron que no vislumbraban la caída de bancos.

En tanto, Economía parece desechar la chance de terminar con el desequilibrio fiscal. Se afirma que debe reducirse en forma inmediata el gasto público nominal en la Nación y las provincias, un objetivo sobre el que el FMI no deja de posar la lupa, sobre todo en cuanto estricto cumplimiento de un pacto fiscal surgido de una emergencia y en la eliminación de los bonos provinciales. Sin embargo, la receta parece inapropiada en un períodos de inflación creciente, que licua el gasto siempre y cuando se detenga la indexación. Esto podría solucionarse con el congelamiento de las erogaciones del sector público.

En cuanto a los ingresos, el Gobierno aplica retenciones diferenciales a las exportaciones, permitirán recaudar US$ 3.000 millones. Así Economía busca contener la suba de precios internos. Pero debe tener en cuenta también que el sector agroexportador está fuertemente limitado por los subsidios aplicados en los países del norte.

Este es el escenario en que se mueve la estrategia del Ministerio de Economía, aplicada en dos frentes íntimamente ligados: la necesidad de ajustar sus cuentas y peleando contra un fantasma llamado inflación, que toma cuerpo si no se detiene la suba del dólar, suba que a su vez favorece al sector exportador, al que aplica retenciones para cerrar sus cuentas.

Sucede en cualquier país que atraviesa una crisis, económica, social, política o bélica. El escenario se convierte en un laboratorio en el que especialistas de todo tipo ponen a prueba sus nuevas teorías o desentierran las viejas. Hoy, a pesar de moverse en la nueva Argentina cambiaria, hay analistas que afirman que la moneda sólo oculta los problemas de la economía real. Pero lo cierto es que el tipo de cambio ocupa el centro de la escena.
Y esto conduce a un interrogante que podría haberse planteado, sin temor al escarnio, ya en 1976: ¿quieren los argentinos una moneda propia?

Durante los ´90 aceptaron el peso apoyado en la divisa estadounidense. Ahora ese apoyo se ha convertido en un fuerte adversario. Y el viejo peso resurge malherido y sin generar confianza.

En este contexto, desde la Casa Rosada y el Ministerio de Economía se insta a la demanda de la moneda nacional. En círculos académicos y profesionales se afirma que no hay tal demanda y que es casi imposible recuperarla. Entonces recurren a dos recetas. Una es la dolarización, que exige una mínima reseña. Desde el 13 de enero de 1999, cuando el real brasileño se desplomó frene al dólar, el entonces Presidente Carlos Menem comenzó a proponer la dolarización. Desde la Reserva Federal los hombres de Alan Greenspan rechazaron de plano esa idea. ¿Qué dirían hoy ante esta salida?

La otra medida es una nueva convertibilidad, con un nuevo tipo de cambio, algo que comenzó a plantearse en la semana que pasó y que el ministro Jorge Remes Lenicov habría descartado hace pocos días. A estas soluciones, además, se les agrega otra dificultad. Para convertir todo el dinero utilizado en transacciones, incluidas cuentas corrientes y cajas de ahorro, se necesita un tipo de cambio de alrededor de $ 4 pesos. Entonces habría que pensar en otro problema a resolver: el impacto inflacionario.

Todo por flotar

Mientras tanto, en Economía celebran un éxito parcial, como casi todos, aunque muestra el derrotero definitivo. Remes, su equipo y el Banco Central, frenaron la estampida del dólar, que los llevaba hacia un resbaladizo sendero. Y para ratificar el rechazo de marras a una nueva convertibilidad, la pequeña victoria muestra que el ministro ató su futuro a la flotación.

Como sucedió con el pedido de derogación de la Ley de subversión económica, en cuanto a la flotación, Remes vuelve a coincidir con el FMI. El ministro se alinea con Anne Krueger en su convencimiento de que en los países normales el sistema cambiario que funciona es la flotación. De ahí que el ministro le haya dicho al Presidente Duhalde que está dispuesto a hundirse con la flotación.

Flotación que puede enfrentar una fuerte tormenta. En las últimas horas el Banco Central autorizó a los bancos a devolver en pesos y a partir del 2 de enero de 2003 el dinero encerrado en el corralito. De los plazos fijos se puede decir que conforman una masa de $ 41.000 millones, que una vez en manos de los ahorristas podrían convertirse rápidamente en dólares, con la consiguiente suba de la divisa. En la Argentina de hoy, pensar en lo que sucederá en nueves meses es, por lo menos, utópico. Pero el detalle no es menor.

El fantasma del ´89

La hiperinflación, en tanto, sigue preocupando al ministro de Economía, que observa que el dólar a $ 2,80 provoca un aumento sostenido de precios. La inflación de marzo fue de 4%, superior a 3,1% de febrero. Y todo indica que la de abril no será menor a la de marzo.

Un aumento de precios que aún no rozó a los servicios públicos privados, que no han aumentado sus tarifas desdolarizadas. En este punto se enciende una luz roja. Si la situación no se regulariza esta luz comenzará a titilar con el probable abandono de las concesiones.

Por otro lado el FMI despliega su larga lista de exigencias -que parecen haber hecho mella en el prolijo estilo del gobernador bonaerense Felipe Sola, que en la semana que pasó dijo que no reduciría el gasto provincial ni un peso más, aunque lo pida la entidad- y pide un sinceramiento de la inflación sin anestesia. Así, ésta se dispararía a 40% anual. Para evitar las pujas posteriores, el equipo económico prefiere un gradualismo con premio extra. Cerraría además el camino de indexación del gasto.

El déficit, el FMI y las retenciones

Un régimen cambiario serio requiere disciplina fiscal y monetaria. En la búsqueda de esa tarea el Banco Central endurece la asistencia a las instituciones financieras con problemas de liquidez, aunque la tarea es ardua. Aquí vale otra aclaración. Días atrás se afirmó que algunas entidades podrían desaparecer, pero en armonía con las perpetuas idas y vueltas que en diversas decisiones muestra el Gobierno, desde el poder otras voces dijeron que no vislumbraban la caída de bancos.

En tanto, Economía parece desechar la chance de terminar con el desequilibrio fiscal. Se afirma que debe reducirse en forma inmediata el gasto público nominal en la Nación y las provincias, un objetivo sobre el que el FMI no deja de posar la lupa, sobre todo en cuanto estricto cumplimiento de un pacto fiscal surgido de una emergencia y en la eliminación de los bonos provinciales. Sin embargo, la receta parece inapropiada en un períodos de inflación creciente, que licua el gasto siempre y cuando se detenga la indexación. Esto podría solucionarse con el congelamiento de las erogaciones del sector público.

En cuanto a los ingresos, el Gobierno aplica retenciones diferenciales a las exportaciones, permitirán recaudar US$ 3.000 millones. Así Economía busca contener la suba de precios internos. Pero debe tener en cuenta también que el sector agroexportador está fuertemente limitado por los subsidios aplicados en los países del norte.

Este es el escenario en que se mueve la estrategia del Ministerio de Economía, aplicada en dos frentes íntimamente ligados: la necesidad de ajustar sus cuentas y peleando contra un fantasma llamado inflación, que toma cuerpo si no se detiene la suba del dólar, suba que a su vez favorece al sector exportador, al que aplica retenciones para cerrar sus cuentas.

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