En cierto modo, el poder es la mayor debilidad de EE.UU.

“Comparaciones y analogías pueden ser odiosas, pero resultan indispensables. Pero las hay erróneas. Por ejemplo la que remite al caso de Irak al de Vietnam. En realidad, sería más apropiado remontarse a la crisis de Suez, 1956”.

5 agosto, 2004

Así sostiene el analista geopolítico Owen Harris (Centre for Independent Studies, Sydney). “El dictador de un país levantino irrita a dos gobiernos relevantes de Occidente. La amenaza real resulta groseramente exagerada y hasta se lo compara con Hitler. Ambos estados resuelven eliminarlo militarmente sin consultar con sus aliados y se abre una brecha, donde la aprobación de las Naciones Unidas es clave. Ahí también se aplica el concepto de la guerra preventiva o disuasiva”.

El plan de ataque “involucra uso de evidencias falsas y la aplicación del plan operativo es asombrosamente torpe. El apoyo del público a la aventura, al principio fuerte, va esfumándose y el episodio termina dejando a los dos protagonistas occidentales en posición desairada”.

Por supuesto, no existen las analogías perfectas. En aquella oportunidad, Gran Bretaña y Francia no pudieron destronar al egipcio Gamal Abdel Nasser (tampoco Estados Unidos lo logró con Saddam Huséin en 1991). Washington, en 2003, pudo deponer y arrestar a Saddam. Por otra parte, en 1956 el mundo era bipolar.

Además, “la crisis de Suez no dejó muchas bajas, en tanto Irak va costando miles de vidas. Curiosamente, el papel israelí se parece mucho en ambas ocasiones. Pero el fracaso de la invasión hizo caer al primer ministro británico, en tanto queda por verse si Irak acabará con George W.Bush y Tony Blair”.

En ese episodio, “quedó claro que, pese a gastar 8% del producto bruto interno en defensa y contar con 700.000 conscriptos, Gran Bretaña no era ya una potencia a la altura de EE.UU. y la Unión Soviética”. De hecho, Suez enterró para siempre las ilusiones imperiales de Londres.

La segunda lección la sintetizó el general Charles Keightly, comandante de la fuerza anglofrancesa. “Fue EE.UU. quien realmente nos impidió cumplir los objetivos. Este tipo de situaciones con Washington no debe repetirse nunca más”. Todos los jefes británicos de gobierno –señala Harris- obedecieron a Keightly, hasta el punto de abandonar la histórica política de equilibrar o neutralizar toda hegemonía potencial.

Había sido una constante de la corona desde que perdió la “guerra de cien años” con Francia, en 1453. Pero en Suez los antiguos contendientes de Inglaterra sacaron en limpio otra cosa: nunca más confiar en EE.UU.

“Hay una diferencia básica entre la experiencia británica de 1956 y la norteamericana desde 2003. El primer fracaso fue resultado de un poder militar insuficiente, el segundo de uno tan excesivo que desembocó en soberbia miope. Los errores por debilidad son más fáciles de detectar y corregir que los causados por fortaleza. Una vez reconocida, la vulnerabilidad obliga a descartar velozmente ciertas ambiciones, so pena de ir al desastre”.

Por el contrario, “cuando las cosas les van mal a los poderosos –observa el australiano- , existe siempre la tendencia a ignorar errores en materia de fines y culpar a los medios o instrumentos, a la falta de apoyo por parte de otros o, sencillamente, a la mala suerte. Las potencias hegemónicas no aprenden fácilmente a cambiar de rumbo y (como hace hoy Bush) suelen insistir en sus objetivos con mayor ardor y pertinacia”.

Entre los perdedores más conspicuos del fiasco iraquí “figurarán los neoconservadores, dentro o fuera de la Casa Blanca. Fue principalmente gracias a su influencia que, en pocos meses, la guerra al terrorismo se metamorfoseó en un compromiso para rehacer el mundo a imagen y semejanza de EE.UU.”. Pero no la de todo el país, sino la de su interior blanco y fundamentalista.

“Brillantes polemistas y excelente tácticos, no tenían un ápice de sensatez y eran estratégicamente atolondrados. Quisieron hacer en un año y usando el poder militar lo que demanda una generación de paciencia y esfuerzos múltiples”. Para medir el grado de imprudencia imperante en ese sector, basta leer las insensateces tipo KuKluxKlan que dice últimamente Paul Johnson, un niño travieso de 80 años.

“El pensamiento neoconservador emergerá de estos episodios muy disminuido. Pero –advierte el experto- lo que dice representar, la compulsión de imponer valores norteamericanos al resto del mundo, no se extinguirá, porque es algo enraizado en EE.UU. y recién se esfumará junto con la hegemonía”.

Suez obligó a los británicos a abandonar toda pretensión imperial. “La lección que Irak debiera enseñarle a EE.UU. –cree Harris- es que ni siquiera su voluntad hegemónica global se impondrá, a menos que se ejerza con prudencia, paciencia, compromiso y aliados”. Más o menos lo que le permitió a Roma gobernar el “universo” de entonces durante cuatro siglos. Pero “la verdadera victoria del terrorismo consiste en haberles hecho a los norteamericanos mucho más difícil aceptar eso”.

Así sostiene el analista geopolítico Owen Harris (Centre for Independent Studies, Sydney). “El dictador de un país levantino irrita a dos gobiernos relevantes de Occidente. La amenaza real resulta groseramente exagerada y hasta se lo compara con Hitler. Ambos estados resuelven eliminarlo militarmente sin consultar con sus aliados y se abre una brecha, donde la aprobación de las Naciones Unidas es clave. Ahí también se aplica el concepto de la guerra preventiva o disuasiva”.

El plan de ataque “involucra uso de evidencias falsas y la aplicación del plan operativo es asombrosamente torpe. El apoyo del público a la aventura, al principio fuerte, va esfumándose y el episodio termina dejando a los dos protagonistas occidentales en posición desairada”.

Por supuesto, no existen las analogías perfectas. En aquella oportunidad, Gran Bretaña y Francia no pudieron destronar al egipcio Gamal Abdel Nasser (tampoco Estados Unidos lo logró con Saddam Huséin en 1991). Washington, en 2003, pudo deponer y arrestar a Saddam. Por otra parte, en 1956 el mundo era bipolar.

Además, “la crisis de Suez no dejó muchas bajas, en tanto Irak va costando miles de vidas. Curiosamente, el papel israelí se parece mucho en ambas ocasiones. Pero el fracaso de la invasión hizo caer al primer ministro británico, en tanto queda por verse si Irak acabará con George W.Bush y Tony Blair”.

En ese episodio, “quedó claro que, pese a gastar 8% del producto bruto interno en defensa y contar con 700.000 conscriptos, Gran Bretaña no era ya una potencia a la altura de EE.UU. y la Unión Soviética”. De hecho, Suez enterró para siempre las ilusiones imperiales de Londres.

La segunda lección la sintetizó el general Charles Keightly, comandante de la fuerza anglofrancesa. “Fue EE.UU. quien realmente nos impidió cumplir los objetivos. Este tipo de situaciones con Washington no debe repetirse nunca más”. Todos los jefes británicos de gobierno –señala Harris- obedecieron a Keightly, hasta el punto de abandonar la histórica política de equilibrar o neutralizar toda hegemonía potencial.

Había sido una constante de la corona desde que perdió la “guerra de cien años” con Francia, en 1453. Pero en Suez los antiguos contendientes de Inglaterra sacaron en limpio otra cosa: nunca más confiar en EE.UU.

“Hay una diferencia básica entre la experiencia británica de 1956 y la norteamericana desde 2003. El primer fracaso fue resultado de un poder militar insuficiente, el segundo de uno tan excesivo que desembocó en soberbia miope. Los errores por debilidad son más fáciles de detectar y corregir que los causados por fortaleza. Una vez reconocida, la vulnerabilidad obliga a descartar velozmente ciertas ambiciones, so pena de ir al desastre”.

Por el contrario, “cuando las cosas les van mal a los poderosos –observa el australiano- , existe siempre la tendencia a ignorar errores en materia de fines y culpar a los medios o instrumentos, a la falta de apoyo por parte de otros o, sencillamente, a la mala suerte. Las potencias hegemónicas no aprenden fácilmente a cambiar de rumbo y (como hace hoy Bush) suelen insistir en sus objetivos con mayor ardor y pertinacia”.

Entre los perdedores más conspicuos del fiasco iraquí “figurarán los neoconservadores, dentro o fuera de la Casa Blanca. Fue principalmente gracias a su influencia que, en pocos meses, la guerra al terrorismo se metamorfoseó en un compromiso para rehacer el mundo a imagen y semejanza de EE.UU.”. Pero no la de todo el país, sino la de su interior blanco y fundamentalista.

“Brillantes polemistas y excelente tácticos, no tenían un ápice de sensatez y eran estratégicamente atolondrados. Quisieron hacer en un año y usando el poder militar lo que demanda una generación de paciencia y esfuerzos múltiples”. Para medir el grado de imprudencia imperante en ese sector, basta leer las insensateces tipo KuKluxKlan que dice últimamente Paul Johnson, un niño travieso de 80 años.

“El pensamiento neoconservador emergerá de estos episodios muy disminuido. Pero –advierte el experto- lo que dice representar, la compulsión de imponer valores norteamericanos al resto del mundo, no se extinguirá, porque es algo enraizado en EE.UU. y recién se esfumará junto con la hegemonía”.

Suez obligó a los británicos a abandonar toda pretensión imperial. “La lección que Irak debiera enseñarle a EE.UU. –cree Harris- es que ni siquiera su voluntad hegemónica global se impondrá, a menos que se ejerza con prudencia, paciencia, compromiso y aliados”. Más o menos lo que le permitió a Roma gobernar el “universo” de entonces durante cuatro siglos. Pero “la verdadera victoria del terrorismo consiste en haberles hecho a los norteamericanos mucho más difícil aceptar eso”.

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