Elecciones: Kerry debe recobrar a Edwards, sí o sí

En medio de la convención republicana, sondeos de “Time” y Newsweek” pusieron a George W.Bush 10 a 11 puntos sobre John F.Kerry. Parte del retroceso se debe a que John Edwards, candidato vicepresidencial, ha sido marginado en la campaña.

7 septiembre, 2004

Naturalmente, las convenciones nacionales de ambos partidos suelen levantar el puntaje de las respectivas fórmulas mientras transcurren y un tiempo después. Pero que Bush haya pasado del empate técnico con Kerry a una delantera de 10-11 puntos alarma a los demócratas, pues faltan menos de dos meses para los comicios del 2 de noviembre.

La piedra de escándalo son sucesivas encuestas del semanario prorrepublicano “Time” y su competidor prodemócrata, “Newsweek”. La primera otorga al presidente –no a la fórmula- 52 contra 41 del contendor. La segunda asigna a la fórmula Bush-Cheney 51 contra 41 de Kerry-Edwards. Ahí sonó la alarma porque, hasta poco antes, Cheney se marginaba en la campaña oficialista por su pésima imagen pública, en tanto John Edwards solía agregar votos potenciales.

¿Qué había ocurrido? Un fenómeno tipo latinoamericano que, por supuesto, analistas y gurúes anglosajones tardaron demasiado en captar (pero sí Arnold Schwarzenegger): Edwards era marginado por el comité de campaña de Kerry, pocos días después de proclamarse la fórmula. ¿Por qué? Por lo mismo que obligó a reclutar al precandidato derrotado en internas: su carisma. Este factor molesta al entorno de Kerry y despierta los celos de su poderosa cónyuge.

Como es lógico, los puntos fuertes de Bush siguen siendo la lucha contra el terrorismo mayorista (donde, en realidad, no se ha anotado victoria alguna), Irak –cuya posguerra no tiene fin- y un estilo publicitario bastante sucio, pero efectivo. En otro plano, lo benefician los fundamentalistas religiosos blancos y, en ciertas áreas, los negros que detestan a los hispanos.

Ahora, Kerry debe cambiar rápido o resignarse a la derrota. Por el contrario, a Edwards le conviene prepararse para 2008, cuando un eventual segundo mandato de Bush haya terminado, tal vez, como el de Richard M.Nixon. O peor, si la masacre de Byeslán deteriora a Vladyímir Putin tanto como para inspirar a los Qa’eda y otros profesionales del terror para aplicar esa estrategia en Estados Unidos. Por supuesto, el clan bin Laden tiene otra prioridad: desalojar del poder wajabí a los decadentes saudíes y apoderarse del sultanato.

Sea como fuere, Kerry ha pactado con William J.Clinton (cuyo carisma público se mantiene contra viento y marea) el pase de sus mejores asesores. La urgente operación cardíaca sufrida por el ex presidente –que le había dejado a Bush una economía superavitaria y sólo 4,2% de desempleo- inclusive aumenta el apoyo a su figura y su partido. En forma paralela, Kerry debe recobrar a Edwards. Tiene pocos días para replantear la campaña.

En otros planos, la suerte de Bush no es tan segura. El empleo se resiste a repuntas como esperaba la Casa Blanca, el triple déficit (fiscal, comercial de pagos) tiende a crecer y el público comienza a gastar menos. En Levante, las cosas no mejoran: Israel está “chechenizando” Palestina y el gobierno de Bagdad no logra ejercer siquiera la cuota de poder concedida por EE.UU.

Naturalmente, las convenciones nacionales de ambos partidos suelen levantar el puntaje de las respectivas fórmulas mientras transcurren y un tiempo después. Pero que Bush haya pasado del empate técnico con Kerry a una delantera de 10-11 puntos alarma a los demócratas, pues faltan menos de dos meses para los comicios del 2 de noviembre.

La piedra de escándalo son sucesivas encuestas del semanario prorrepublicano “Time” y su competidor prodemócrata, “Newsweek”. La primera otorga al presidente –no a la fórmula- 52 contra 41 del contendor. La segunda asigna a la fórmula Bush-Cheney 51 contra 41 de Kerry-Edwards. Ahí sonó la alarma porque, hasta poco antes, Cheney se marginaba en la campaña oficialista por su pésima imagen pública, en tanto John Edwards solía agregar votos potenciales.

¿Qué había ocurrido? Un fenómeno tipo latinoamericano que, por supuesto, analistas y gurúes anglosajones tardaron demasiado en captar (pero sí Arnold Schwarzenegger): Edwards era marginado por el comité de campaña de Kerry, pocos días después de proclamarse la fórmula. ¿Por qué? Por lo mismo que obligó a reclutar al precandidato derrotado en internas: su carisma. Este factor molesta al entorno de Kerry y despierta los celos de su poderosa cónyuge.

Como es lógico, los puntos fuertes de Bush siguen siendo la lucha contra el terrorismo mayorista (donde, en realidad, no se ha anotado victoria alguna), Irak –cuya posguerra no tiene fin- y un estilo publicitario bastante sucio, pero efectivo. En otro plano, lo benefician los fundamentalistas religiosos blancos y, en ciertas áreas, los negros que detestan a los hispanos.

Ahora, Kerry debe cambiar rápido o resignarse a la derrota. Por el contrario, a Edwards le conviene prepararse para 2008, cuando un eventual segundo mandato de Bush haya terminado, tal vez, como el de Richard M.Nixon. O peor, si la masacre de Byeslán deteriora a Vladyímir Putin tanto como para inspirar a los Qa’eda y otros profesionales del terror para aplicar esa estrategia en Estados Unidos. Por supuesto, el clan bin Laden tiene otra prioridad: desalojar del poder wajabí a los decadentes saudíes y apoderarse del sultanato.

Sea como fuere, Kerry ha pactado con William J.Clinton (cuyo carisma público se mantiene contra viento y marea) el pase de sus mejores asesores. La urgente operación cardíaca sufrida por el ex presidente –que le había dejado a Bush una economía superavitaria y sólo 4,2% de desempleo- inclusive aumenta el apoyo a su figura y su partido. En forma paralela, Kerry debe recobrar a Edwards. Tiene pocos días para replantear la campaña.

En otros planos, la suerte de Bush no es tan segura. El empleo se resiste a repuntas como esperaba la Casa Blanca, el triple déficit (fiscal, comercial de pagos) tiende a crecer y el público comienza a gastar menos. En Levante, las cosas no mejoran: Israel está “chechenizando” Palestina y el gobierno de Bagdad no logra ejercer siquiera la cuota de poder concedida por EE.UU.

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