Elecciones 2004: riesgosa sobredosis de rebajas tributarias

Con desempleo en baja o alza, el remedio de George W.Bush es igual: tornar permanentes los dos paquetes de rebajas tributarias (en total, US$ 2,35 billones) que expiran en 2010 y 2012. Pero eso equivale a “una sobredosis de esteroides”.

6 abril, 2004

Así sostiene un trabajo de Francis Bator, profesor emérito de economía en Harvard. A su criterio, Washington “receta esteroides o corticoides en casos que, a lo sumo, requieren aspirina fuerte. En verdad, apenas una fracción de los recortes promueve o promoverá ulteriores aumentos significativos de consumo, o sea estímulos cortoplacistas”.

Más allá de este año, esos paquetes “elevarán el gasto del gobierno y las personas, con la idea de disminuir el desempleo ya. Pero, poco después, volverá a retardarse el crecimiento y, quizás antes, haya una nueva crisis que, a su vez, deteriore el nivel de ocupación”.

Según explica el docente, el sector privado crea o recrea empleo cuando precisa aumentar la producción, algo que hace sólo si espera que haya mercado suficiente. Por ende, “las rebajas tributarias fomentan empleo cuando elevan la venta local o internacional de bienes y servicios generados por mano de obra norteamericana”.

En lo tocante a la exportación, depende mayormente de los ingresos de la clientela externa, a quien no afectan los subsidios impositivos estadounidenses. “Tampoco debe creerse –advierte Bator- que esos estímulos lleven a abrir fábricas o comprar bienes de capital. Máxime mientras haya capacidad industrial ociosa”.

Por tanto, los únicos incentivos reales son –como muestra el reciente repunte en compras minoristas- la demanda de gobierno y público, en combinación con exiguas tasas de interés. A su vez, los estímulos tributarios pueden surtir efectos en el gasto de las familias (no del gobierno).

Pero no todos. “Elevar ingresos netos induce a gastar sólo en estamentos de mayores recursos, que pueden destinar entre 60 y 90 centavos por cada dólar extra. Aquí, el factor tiempo es clave, porque –indica el analista- apenas una pequeña fracción de las rebajas dispuestas por Bush desde 2001 acabará promoviendo el gasto del público en corto plazo”.

Como es obvio, los recortes impositivos que se apliquen en un futuro mediato no servirán para reducir el desempleo actual a ritmo sostenido. “Si, además, el riesgo de crecientes déficit fiscales impulsan las tasas de largo plazo antes de que la economía se haya recobrado lo bastante, las futuras rebajas tributarias frenarán el impulso y la creación de empleo… en un plazo más corto”.

Ahora bien, ¿qué ocurriría con los incentivos y la creación de empleo una vez que la desocupación hubiese descendido al mínimo compatible con una inflación razonable? “Se necesitará un aumento del gasto público y privado suficiente sólo para neutralizar el alza de productividad y mantener equilibrio entre oferta y demanda de trabajo”.

Técnicamente, muchos esquemas de política económica podrían obtener ese resultado. La mezcla dependerá, en parte, de cómo se reparta el producto bruto nacional entre consumo e inversión, tanto pública como privada.

Sin duda, “las rebajas tributarias que los paquetes de Bush prevén en el futuro distante reducirán mucho la gama de opciones. Dado que los contribuyentes suelen erogar parte de sus ingresos extras en consumo, si el gobierno no achica su presupuesto aumentará el gasto total en consumo”.

Ello generaría inflación y, para prevenirla o frenarla, la Reserva Federal tendría que elevar tasas, al punto de desincentivar el consumo, la inversión privada e infraestructural y, por fin, las exportaciones netas (el saldo entre ventas y compras externas). Al mismo tiempo, las tasas altas promoverán la demanda de bonos en dólares y encarecerán títulos, bienes y servicios norteamericanos en el mundo.

“A menos que se produzca un milagro ofertista, algo nunca visto en la historia –sostiene Bator-, los recortes tributarios previstos en el largo plazo desplazarán el fiel hacia el consumo y lo alejarán de la inversión. Como resultado, la capacidad de la economía para afrontar la demanda interna irá creciendo en forma muy pausada y habrá déficit de oferta. Vale decir, carestía”.

Pero existe un riesgo en el corto plazo: “Si las rebajas tributarias no son acompañadas por un menor gasto (consumo) del estado, cualquier alza de intereses –para prevenir inflación-, tornará insostenible el esquema del gobierno. Puesto que un alza de tasas repreciará el dólar, también elevará el déficit de comercio exterior.

Paralelamente, emitir letras o bonos para financiar ese rojo y el de pagos hará que el endeudamiento externo suba más rápido que el PBI y ponga muy nerviosos a los acreedores de EE.UU.” Si, eventualmente, éstos tratasen de reducir tenencias de papeles en dólares –algo que empieza a hacer Japón, el mayor “bonista” del mundo, con US$ 577.000 millones acumulados-, desatarían sin querer una corrida especulativa contra la divisa norteamericana.

Claro, “la Reserva Federal intentaría evitarla aumentando más las tasas de interés. Le fuera bien o mal, los mercados de riesgo serían muy castigados, junto con la economía real y el empleo. En ese extremo y políticas anticíclicas al margen, Washington estaría obligado a restaurar la disciplina fiscal de largo aliento”.

Comprometer el crecimiento a largo plazo y arriesgar una crisis financiera en el corto “son –afirma Bator- precios demasiado caros sólo por estimular la demanda actual”. Ni siquiera la excusa electoral funciona, porque “iguales fines podrían lograrse con medidas que no causasen tanto daño ulterior”.

Así sostiene un trabajo de Francis Bator, profesor emérito de economía en Harvard. A su criterio, Washington “receta esteroides o corticoides en casos que, a lo sumo, requieren aspirina fuerte. En verdad, apenas una fracción de los recortes promueve o promoverá ulteriores aumentos significativos de consumo, o sea estímulos cortoplacistas”.

Más allá de este año, esos paquetes “elevarán el gasto del gobierno y las personas, con la idea de disminuir el desempleo ya. Pero, poco después, volverá a retardarse el crecimiento y, quizás antes, haya una nueva crisis que, a su vez, deteriore el nivel de ocupación”.

Según explica el docente, el sector privado crea o recrea empleo cuando precisa aumentar la producción, algo que hace sólo si espera que haya mercado suficiente. Por ende, “las rebajas tributarias fomentan empleo cuando elevan la venta local o internacional de bienes y servicios generados por mano de obra norteamericana”.

En lo tocante a la exportación, depende mayormente de los ingresos de la clientela externa, a quien no afectan los subsidios impositivos estadounidenses. “Tampoco debe creerse –advierte Bator- que esos estímulos lleven a abrir fábricas o comprar bienes de capital. Máxime mientras haya capacidad industrial ociosa”.

Por tanto, los únicos incentivos reales son –como muestra el reciente repunte en compras minoristas- la demanda de gobierno y público, en combinación con exiguas tasas de interés. A su vez, los estímulos tributarios pueden surtir efectos en el gasto de las familias (no del gobierno).

Pero no todos. “Elevar ingresos netos induce a gastar sólo en estamentos de mayores recursos, que pueden destinar entre 60 y 90 centavos por cada dólar extra. Aquí, el factor tiempo es clave, porque –indica el analista- apenas una pequeña fracción de las rebajas dispuestas por Bush desde 2001 acabará promoviendo el gasto del público en corto plazo”.

Como es obvio, los recortes impositivos que se apliquen en un futuro mediato no servirán para reducir el desempleo actual a ritmo sostenido. “Si, además, el riesgo de crecientes déficit fiscales impulsan las tasas de largo plazo antes de que la economía se haya recobrado lo bastante, las futuras rebajas tributarias frenarán el impulso y la creación de empleo… en un plazo más corto”.

Ahora bien, ¿qué ocurriría con los incentivos y la creación de empleo una vez que la desocupación hubiese descendido al mínimo compatible con una inflación razonable? “Se necesitará un aumento del gasto público y privado suficiente sólo para neutralizar el alza de productividad y mantener equilibrio entre oferta y demanda de trabajo”.

Técnicamente, muchos esquemas de política económica podrían obtener ese resultado. La mezcla dependerá, en parte, de cómo se reparta el producto bruto nacional entre consumo e inversión, tanto pública como privada.

Sin duda, “las rebajas tributarias que los paquetes de Bush prevén en el futuro distante reducirán mucho la gama de opciones. Dado que los contribuyentes suelen erogar parte de sus ingresos extras en consumo, si el gobierno no achica su presupuesto aumentará el gasto total en consumo”.

Ello generaría inflación y, para prevenirla o frenarla, la Reserva Federal tendría que elevar tasas, al punto de desincentivar el consumo, la inversión privada e infraestructural y, por fin, las exportaciones netas (el saldo entre ventas y compras externas). Al mismo tiempo, las tasas altas promoverán la demanda de bonos en dólares y encarecerán títulos, bienes y servicios norteamericanos en el mundo.

“A menos que se produzca un milagro ofertista, algo nunca visto en la historia –sostiene Bator-, los recortes tributarios previstos en el largo plazo desplazarán el fiel hacia el consumo y lo alejarán de la inversión. Como resultado, la capacidad de la economía para afrontar la demanda interna irá creciendo en forma muy pausada y habrá déficit de oferta. Vale decir, carestía”.

Pero existe un riesgo en el corto plazo: “Si las rebajas tributarias no son acompañadas por un menor gasto (consumo) del estado, cualquier alza de intereses –para prevenir inflación-, tornará insostenible el esquema del gobierno. Puesto que un alza de tasas repreciará el dólar, también elevará el déficit de comercio exterior.

Paralelamente, emitir letras o bonos para financiar ese rojo y el de pagos hará que el endeudamiento externo suba más rápido que el PBI y ponga muy nerviosos a los acreedores de EE.UU.” Si, eventualmente, éstos tratasen de reducir tenencias de papeles en dólares –algo que empieza a hacer Japón, el mayor “bonista” del mundo, con US$ 577.000 millones acumulados-, desatarían sin querer una corrida especulativa contra la divisa norteamericana.

Claro, “la Reserva Federal intentaría evitarla aumentando más las tasas de interés. Le fuera bien o mal, los mercados de riesgo serían muy castigados, junto con la economía real y el empleo. En ese extremo y políticas anticíclicas al margen, Washington estaría obligado a restaurar la disciplina fiscal de largo aliento”.

Comprometer el crecimiento a largo plazo y arriesgar una crisis financiera en el corto “son –afirma Bator- precios demasiado caros sólo por estimular la demanda actual”. Ni siquiera la excusa electoral funciona, porque “iguales fines podrían lograrse con medidas que no causasen tanto daño ulterior”.

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