El plan no funcionó y subir la dosis puede matar al paciente

Gane quien gane el 14 de noviembre, la brecha cambiaria y el agotamiento de las reservas, con una in­flación que supera el 50%, hacen titilar las luces amarillas en la pizarra cambiaria.

10 noviembre, 2021

Por Rubén Chorny

La emisión no da para más ni hay cómo financiar genuinamente el déficit, asegura Daniel Artana, economista jefe de FIEL.

La economía que viene después de la elección de medio término está representada por un enorme signo de interrogación. La clara derrota en las PASO le hizo explotar al Gobierno, en la mano, el plan urna, que consistía básicamente en: una devaluación del 1% mensual, aumento del déficit fiscal y de la emisión monetaria, frenar los incrementos de las tarifas y hacer galopar la inflación por encima del 50 %.

El ministro de Economía, Martín Guzmán, quedó muy golpeado, el proyecto de presupuesto que envió al Congreso marchitó antes de florecer y en el Fondo Monetario Internacional esperan con gesto adusto que se disipen las dudas políticas, además de saber quién será el interlocutor para reanudar negociaciones, si no es que la Casa Rosada se radicaliza y hace tambalear el tablero.

Los economistas dibujan distintos escenarios para después del 14 de diciembre, según sean los resultados de los comicios en ciernes, como se traduzcan en los hemiciclos parlamentarios y cómo posicionen a los referentes partidarios en el tránsito a las presidenciales de 2023.

Auscultan las implicaciones que tendrá la “platita” en el bolsillo de la gente, o el riesgo latente de un sinceramiento cambiario y tarifario, ante la lluvia de consultas que reciben de miembros de la comunidad política y empresarial.

Daniel Artana, una de las caras visibles de Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas, FIEL, afirma no dar abasto para satisfacer la demanda ávida por saber qué se espera para el día después.

De fragilidad en adelante

–¿Cuál sería el diagnóstico de la economía que llega a esta elección de medio término?

–La situación macroeconómica llega muy frágil, y este plan electoral, que el Gobierno empezó a ejecutar de julio para acá, muy probablemente la agravará más cuando se conozcan los datos fiscales de octubre y noviembre.

–¿Cómo explicaría esa fragilidad?

–La economía que el Gobierno ha venido siguiendo desde hace ya un tiempo, y seguramente habrá de mantener hasta mediados de noviembre con un ritmo de devaluación mensual del 1%, es inconsistente con lo que hace en materia de política fiscal y monetaria. A esto se le agrega la postergación de aumentos de tarifas que se decidió a principios de este año, y que queda algo de inflación reprimida, generada a la luz de lo que sucede con la gran emisión de dinero que están haciendo para financiar al fisco, que crea una ilusión en el mercado monetario.

Todo esto terminará requiriendo un salto en el tipo de cambio, que puede ser de una sola vez 20/30%, o acelerando en varias etapas el crawling, y un salto en el precio del dólar libre.

Generalmente los economistas miramos el tipo de cambio real para ver si cierra con los números externos, pero en un contexto como el actual también tomamos en cuenta que sobran pesos, porque el Gobierno emite muchos que no queremos tener, lo cual presiona sobre el tipo de cambio alternativo, como se ha visto previo a las PASO y se sigue viendo en este interregno con la elección general de noviembre: pone presión en la brecha, en el tipo de cambio oficial y finalmente termina generando un aumento de la inflación.

–¿Qué escenarios percibe para la economía que viene según sean los resultados del 14 de noviembre?

–El día después, cualquiera sea el resultado, el país deberá afrontar: fragilidad monetaria y fiscal, inflación reprimida y bajas reservas.

Sobre cómo se afrontará este cuadro de situación, se pueden imaginar distintos escenarios: el de una repetición del resultado de las PASO y que el Gobierno pierda la primera minoría de la Cámara de Diputados y la mayoría automática en el Senado, pero sin por ello dejar de ser una fuerza política importante.

La pregunta entonces que nos hacemos es si la coalición de Gobierno se mantendrá unida en un escenario de derrota electoral. Mi impresión es que sí, pero no soy analista político. Si la tensión hace que se rompa la coalición con dos años de gobierno por delante y muchos desafíos económicos, dejará una enorme fragilidad política para encararlos.

En el escenario alternativo, en el que el Gobierno dé vuelta la elección, le vaya bien y gane, seguramente la coalición se mantendrá unida, pero esa hipótesis parece hoy prácticamente imposible. El Gobierno está esperando descontar un poco para no perder tanto músculo en el Senado y en la Cámara de Diputados. Y si eso sucede es más probable aún que la coalición permanezca unida. Entonces aparece otro tipo de pregunta: si sigue unida, ¿está dispuesta a ordenar las cosas o va a tratar de seguir jugando hacia adelante en los dos años que quedan para las presidenciales, en un contexto en el que no hay reservas ni plata?

–¿Qué sucedería en ese caso?

–Que el riesgo de que la inflación siga subiendo escalones se profundice; no se ven alternativas a encarar un ordenamiento de los números monetarios y fiscales. Si no lo hacen se corre el riesgo de que la situación devenga en inflaciones que van subiendo de a 10/15 puntos. Ya pasamos de 20 y pico a 30 y pico, luego a 50 y pico. No es muy difícil irse a 70/80%. En ese caso se equivocarían.

–¿Qué va a pasar con el proyecto de Presupuesto 2022 que está en el Congreso, cuando nadie cree en lo que contiene, ni propios, ni opositores, ni el FMI?

–La propia bancada oficialista ya dijo que no le va a votar este presupuesto al ministro Guzmán, que le va a hacer cambios porque el presentado supone aumentos en las tarifas, lo que parece ser un tema sensible. El 33% de inflación para el año que viene no tiene ninguna chance de ser cumplido, porque el Gobierno no está dispuesto aparentemente a hacer una política monetaria y fiscal más contundente.

Con la hipótesis de 3,3% de déficit primario para el año que viene, este presupuesto es muy optimista respecto a cómo se lo puede financiar. Da por sentado que va a haber acceso a la deuda, tanto local como internacional. En mi opinión, algo local se podría emitir si se acuerda con el Fondo, pero del exterior no veo ningún financiamiento neto.  Como ya sucedió este año van a tener que recurrir más a la maquinita y a la muy acotada capacidad de esterilización que tiene el Banco Central, porque hoy ya está el 45% de los activos de los fondos invertidos en bonos del Tesoro o en Letras o pases del BCRA. Tampoco hay mucho margen para que, en alguna medida, los depositantes financien el déficit fiscal.

–¿Lo que suceda con este Presupuesto depende de la continuidad de Guzmán como ministro de Economía?

–Independientemente de cuál sea el equipo económico que quede después de noviembre, la realidad va a hacer que el presupuesto se tenga que adecuar. Para ese momento todavía no va a estar aprobado y habrá margen hasta fin de año para corregirlo.

Ahora si lo van a hacer o no, no lo sé, pero está claro que este presupuesto no tiene un sustento macroeconómico cumplible, por la inflación y el tipo de cambio.

–¿En qué condiciones sería factible concretar un consenso parlamentario entre el Gobierno y la oposición, como exige el FMI, en torno del Presupuesto 2022 y 2023?

–La primera que tiene que limar las divergencias ahí es la propia interna de la coalición del Gobierno. Es un tema más político, pero normalmente no se le puede ir a pedir a la oposición que acompañe si primero no hay acuerdo en su propio seno. Al Gobierno le toca ajustar los números. Pedirle apoyo a la oposición para votar un presupuesto que pasa el ajuste para después de 2023 cuando existe la posibilidad de que vuelva a ser Gobierno, es una cuestión infantil.

–¿Por qué los políticos esquivan la palabra ajuste?

-Todos tratan de evitarla, pero las cosas suceden, por las buenas o por las malas. Si los números no dan, no hay magia. La realidad se termina imponiendo y, si no es ordenado, el ajuste lo hace una inflación alta, que es la peor de las variantes.  Con o sin anestesia.

–En las actuales circunstancias, ¿habrá que prepararse para lo peor o existen alternativas de ajuste más sencillas de asimilar?

–Hay una posibilidad de ir adecuando a la realidad los gastos extraordinarios que hubo que hacer por la pandemia. Es cierto que en Argentina la realidad social es muy compleja, pero hay muchísima tela para cortar ordenando partidas y bajando ineficiencias. Si se pretenden partidas sociales, no se quieren subir las tarifas y además se sigue teniendo un gasto público que financia parte de la militancia, bueno, eso no va a cerrar.

En caso de persistir en ese camino, el Gobierno va a intentar subir impuestos y probablemente el Fondo no le diga nada, pero se van a pagar costos. La Argentina tiene hoy sobre el sector social de la economía una presión tributaria descomunal. Es un problemón.

–Sin embargo, en el presupuesto que mandó Guzmán al Congreso no se plantea una suba de impuestos…  

–Es así. Mantuvo bienes personales por dos años a la tasa más alta que se implementó en el 2019. No se aumenta respecto de lo que hoy ya es una presión muy alta sobre los activos de la gente.

–¿Por qué una parte de la coalición gobernante le echó la culpa a Guzmán por no haber subido el gasto público?

–Ahí hay una lectura equivocada de los números por parte de la vicepresidenta y sus asesores. Y hay algo cierto en lo que afirma el ministro Guzmán. El déficit de los primeros ocho meses fue aproximadamente, antes de intereses, del 1% del PBI.

Comparando con otros años, parecería que es más bajo, pero esta vez hubo dos ingresos extraordinarios que explicaron esa baja del déficit: no fue por reducir el gasto, sino por el aporte solidario, por la duplicación de las retenciones a la exportación, básicamente por los aumentos de precios de soja y otros commodities de exportación.

De no haber existido esos dos ingresos extraordinarios, el déficit de los ocho meses hubiera sido del 2,2% del PBI, de los más altos desde el 2011 para acá. Hay que tener en cuenta que los déficits tienen estacionalidades, y después suben sobre el final del año.

–¿Quiere decir que no es cierto que se haya ajustado el gasto y que esa haya sido una de las causas de la derrota en las PASO?

–Cuando se mira el agregado del gasto, no se ve un ajuste real, sobre todo si se sacan los eventuales de la pandemia, que han ido cediendo de la mano de que la economía se fue normalizando. Entonces es falso que haya habido un ajuste.

Al contrario, los números fiscales son, diría, demasiado deficitarios en lo que va a terminar este año, sobre todo por la fiesta que se están mandando desde julio y que va a llegar hasta la última parte del año. Van a ver si la gente cambia el voto para después jorobarla con más inflación y echarle luego la culpa a los periodistas, a los economistas, los empresarios, o a cualquiera. Pero la gente no se come esa cuestión, sino que perdonen, pero el Gobierno ya les venía poniendo platita en el bolsillo.

Si se miran los números de julio y agosto, ya se había empezado a desbandar la cosa y apelaron a mover la emisión monetaria, que en setiembre seguía siendo muy alta, al igual que el déficit, con lo que previo a las PASO ya se venía con un relajamiento que no le sirvió al Gobierno para ganar la elección.

–¿Alcanzaría para ordenar las cuentas fi­scales y monetarias una modesta tasa de crecimiento que impacte en la recaudación y haga reducir el défi­cit, como proponen economistas vinculados al ofi­cialismo?

–La respuesta sería que para el ordenamiento fiscal que tiene la Argentina no alcanza. Se puede mantener el gasto en términos reales y con algún crecimiento baja el peso del gasto en la economía y recién así permitiría cerrar los números.

Pero probablemente tampoco alcance con eso. Es posible ordenarse vía suba de impuestos, que no me parece, o generar ingresos adicionales, que tampoco me parece el camino más adecuado. Sí se podría ordenar el gasto, ya que hay varios que no favorecen a la gente pobre, por ejemplo, los subsidios a las tarifas. No digo que haya que resolver todos los subsidios de golpe. Pero por lo menos no agravar el problema, como hicieron este año.

–¿Hay margen para reforzar la ayuda a los sectores más desprotegidos a través del gasto social?

 

–En el tema de los planes sociales, hay mucha intermediación parasitaria. Se puede mantenerle la ayuda a la gente recortando el gasto, e inclusive hasta se la puede subir. Es muy difícil ver esto desde afuera, pero todos sabemos qué intermediación es parte de la ayuda social y está relacionada a la política. Lo que pasa es que requiere que el gasto se haga en forma eficiente y curiosamente este, que es un Gobierno que se jacta de Estado presente, no lo ha encarado.

(Esta entrevista se publicó en primera instancia en la última edición impresa de Mercado)

 

 

 

 

 

 

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