El nombre del juego

La gran apuesta de Cavallo es apostar a las expectativas que generarían una reprogramación de la deuda apoyada por Estados Unidos. Pero la pulseada entre la Nación y las provincias acarrean otro tipo de dificultades. Qué se juega en cada escenario.

31 octubre, 2001

Algunos anglosajones creen en los compromisos. Y en julio pasado, varios funcionarios importantes del gobierno estadounidense escucharon el compromiso argentino: alcanzar el déficit cero. En aquella oportunidad los norteamericanos dijeron que el país recibiría apoyo internacional si cumplía con esa meta.

Al comenzar el último trimestre, el ministro Cavallo ya tenía claras las condiciones necesarias para que el déficit cero fuera una realidad, al menos hasta fin de año: transferir a las provincias $ 800 millones menos que lo que marcan los acuerdos vigentes (acuerdo que el FMI considera indispensable para el canje de deuda); no pagar el aguinaldo durante el 2001; mantener los recortes de salarios y jubilaciones; ahorrar $ 300 millones en intereses de la deuda con AFJP y bancos y que la recaudación creciera 7% interanual entre octubre y diciembre.

Vale suponer que las cuatro primeras condiciones se cumplen. Pero la quinta, definitivamente, no se cumple. En lugar de incrementarse a 7%, la recaudación caerá a una tasa aproximada de 8%. Esa brecha de 15% entre expectativas y realidad equivale a 1.600 millones de déficit. A partir de este dato todo cambia.

Frente a este escenario, Cavallo ha hecho un giro y salió a jugar más fuerte. Abandonó la estrategia secuencial –ajuste y negociación posterior con los acreedores– y puso explícitamente en el centro de la política económica la renegociación de la deuda. Las AFJP y los bancos locales, asustados por el peligro de una dinámica caótica de la economía argentina, están dispuestos a hacer concesiones.

Más difícil será acordar con los acreedores externos, a los que hay que reunir, coordinar y convencer en una operación sumamente compleja. El Gobierno se reafirmará en su política de ajuste, pero ahora con el aditamento de que los acreedores serán parte del ajuste. Eso le dará algún aire político.

Pero a la vez, quedará claro en la negociación que la frontera entre “reestructuración amistosa” y cesación de pagos no es precisamente una demarcación nítida. Además, para poner en marcha esta operación queda claro que se requiere el guiño de Estados Unidos y un respaldo del US$ 3.000 millones por parte del FMI, aunque muchos analista creen que, este dinero es insuficiente y la llamada reestructuración es ya, directamente, un default.

¿Devaluar y negociar?

Las cosas no van a terminar allí. Muchos funcionarios del gobierno norteamericano creen que el déficit cero no se puede cumplir porque la Argentina no tiene un sendero de crecimiento sustentable –que el secretario del Tesoro O’Neill reclama desde hace meses– y por lo tanto no es una economía generadora de fondos. Varios miembros del Council of Economic Advisors del presidente Bush están convencidos de que la Argentina tiene que devaluar y renegociar la deuda pública interna y externa con quitas.

La devaluación terminaría con el proceso deflacionario y devolvería competitividad a una economía excesivamente cara; la renegociación de la deuda con quitas permitiría alcanzar el equilibrio fiscal. En esa misma línea, Anne Krueger, la sucesora de Stanley Fisher en el FMI, argumenta que al tipo de cambio actual la Argentina no podría ingresar al ALCA sin pagar el costo de una alta destrucción de actividades productivas.

Cavallo y muchos economistas argentinos coinciden en que el país no tiene un sendero de crecimiento sustentable, pero rechazan la devaluación. Inevitablemente, la receta alternativa es un nuevo golpe deflacionario acompañado por una quita de deuda (en esto último coinciden todos, incluso los operadores de los mercados, que están valuando los bonos argentinos a precios cercanos a los de default). Mantenerse en el sendero deflacionario tiene puntos a favor y en contra; a favor: no implica una ruptura de contratos públicos y privados tan violenta como el de una devaluación; en contra: es un proceso muy lento que requiere de recesión y desempleo persistentes para alcanzar sus objetivos.

El equilibrio de las carencias

Si bien es cierto que la economía argentina se está acercando rápidamente al equilibrio de la cuenta corriente del sector externo, esto aún no ocurre porque la competitividad esté mejorando y las exportaciones creciendo –apenas lo hacen a 4% anual– sino porque la recesión se profundiza y las importaciones caen 45% por año.

La persistencia del Gobierno Nacional en transitar el sendero deflacionario constituye el telón de fondo de todos los conflictos presentes. El ejemplo de la negociación con las provincias es ilustrativo. No importa lo que se haya firmado en el pasado o se vaya a firmar en el futuro. Lo que importa es que si se ha elegido la deflación como mecanismo correctivo de los desequilibrios macroeconómicos el gasto público debería caer todo lo que haga falta: 13%; 20%; 30%.

El único límite –la gran apuesta de Cavallo– es la reversión de las expectativas que seguiría a una reprogramación de la deuda apoyada por O´Neill y Taylor. A la inversa, la resistencia de las provincias a aceptar el ajuste es un paso más hacia la devaluación. Ese es el nombre del juego: deflación o devaluación, en ambos casos con un alivio en la cuenta de intereses.

Algunos anglosajones creen en los compromisos. Y en julio pasado, varios funcionarios importantes del gobierno estadounidense escucharon el compromiso argentino: alcanzar el déficit cero. En aquella oportunidad los norteamericanos dijeron que el país recibiría apoyo internacional si cumplía con esa meta.

Al comenzar el último trimestre, el ministro Cavallo ya tenía claras las condiciones necesarias para que el déficit cero fuera una realidad, al menos hasta fin de año: transferir a las provincias $ 800 millones menos que lo que marcan los acuerdos vigentes (acuerdo que el FMI considera indispensable para el canje de deuda); no pagar el aguinaldo durante el 2001; mantener los recortes de salarios y jubilaciones; ahorrar $ 300 millones en intereses de la deuda con AFJP y bancos y que la recaudación creciera 7% interanual entre octubre y diciembre.

Vale suponer que las cuatro primeras condiciones se cumplen. Pero la quinta, definitivamente, no se cumple. En lugar de incrementarse a 7%, la recaudación caerá a una tasa aproximada de 8%. Esa brecha de 15% entre expectativas y realidad equivale a 1.600 millones de déficit. A partir de este dato todo cambia.

Frente a este escenario, Cavallo ha hecho un giro y salió a jugar más fuerte. Abandonó la estrategia secuencial –ajuste y negociación posterior con los acreedores– y puso explícitamente en el centro de la política económica la renegociación de la deuda. Las AFJP y los bancos locales, asustados por el peligro de una dinámica caótica de la economía argentina, están dispuestos a hacer concesiones.

Más difícil será acordar con los acreedores externos, a los que hay que reunir, coordinar y convencer en una operación sumamente compleja. El Gobierno se reafirmará en su política de ajuste, pero ahora con el aditamento de que los acreedores serán parte del ajuste. Eso le dará algún aire político.

Pero a la vez, quedará claro en la negociación que la frontera entre “reestructuración amistosa” y cesación de pagos no es precisamente una demarcación nítida. Además, para poner en marcha esta operación queda claro que se requiere el guiño de Estados Unidos y un respaldo del US$ 3.000 millones por parte del FMI, aunque muchos analista creen que, este dinero es insuficiente y la llamada reestructuración es ya, directamente, un default.

¿Devaluar y negociar?

Las cosas no van a terminar allí. Muchos funcionarios del gobierno norteamericano creen que el déficit cero no se puede cumplir porque la Argentina no tiene un sendero de crecimiento sustentable –que el secretario del Tesoro O’Neill reclama desde hace meses– y por lo tanto no es una economía generadora de fondos. Varios miembros del Council of Economic Advisors del presidente Bush están convencidos de que la Argentina tiene que devaluar y renegociar la deuda pública interna y externa con quitas.

La devaluación terminaría con el proceso deflacionario y devolvería competitividad a una economía excesivamente cara; la renegociación de la deuda con quitas permitiría alcanzar el equilibrio fiscal. En esa misma línea, Anne Krueger, la sucesora de Stanley Fisher en el FMI, argumenta que al tipo de cambio actual la Argentina no podría ingresar al ALCA sin pagar el costo de una alta destrucción de actividades productivas.

Cavallo y muchos economistas argentinos coinciden en que el país no tiene un sendero de crecimiento sustentable, pero rechazan la devaluación. Inevitablemente, la receta alternativa es un nuevo golpe deflacionario acompañado por una quita de deuda (en esto último coinciden todos, incluso los operadores de los mercados, que están valuando los bonos argentinos a precios cercanos a los de default). Mantenerse en el sendero deflacionario tiene puntos a favor y en contra; a favor: no implica una ruptura de contratos públicos y privados tan violenta como el de una devaluación; en contra: es un proceso muy lento que requiere de recesión y desempleo persistentes para alcanzar sus objetivos.

El equilibrio de las carencias

Si bien es cierto que la economía argentina se está acercando rápidamente al equilibrio de la cuenta corriente del sector externo, esto aún no ocurre porque la competitividad esté mejorando y las exportaciones creciendo –apenas lo hacen a 4% anual– sino porque la recesión se profundiza y las importaciones caen 45% por año.

La persistencia del Gobierno Nacional en transitar el sendero deflacionario constituye el telón de fondo de todos los conflictos presentes. El ejemplo de la negociación con las provincias es ilustrativo. No importa lo que se haya firmado en el pasado o se vaya a firmar en el futuro. Lo que importa es que si se ha elegido la deflación como mecanismo correctivo de los desequilibrios macroeconómicos el gasto público debería caer todo lo que haga falta: 13%; 20%; 30%.

El único límite –la gran apuesta de Cavallo– es la reversión de las expectativas que seguiría a una reprogramación de la deuda apoyada por O´Neill y Taylor. A la inversa, la resistencia de las provincias a aceptar el ajuste es un paso más hacia la devaluación. Ese es el nombre del juego: deflación o devaluación, en ambos casos con un alivio en la cuenta de intereses.

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