El gobierno en la contraofensiva

Los paros no enervan la acción oficial. Clara expresión de Flamarique en Ginebra. Ministros y altos funcionarios en el debate mediático. De la Rúa se reserva el frente internacional.

31 mayo, 2000

Tal vez la frase de Alberto Flamarique resuma con mayor claridad el espíritu de cuerpo que Fernando de la Rúa reclama a sus colaboradores. “Los paros no nos van a hacer cambiar”, declaró el ministro de Trabajo. desde Ginebra, donde ejerce la presidencia de la asamblea anual de la Organización Internacional del Trabajo.

Fue designado a propuesta del representante de Arabia Saudita, quien la expuso “en nombre de Alá misericordioso”, fórmula que suena con un toque exótico en los oídos occidentales.

Los analistas políticos, en base a las informaciones recogidas en la Casa Rosada, acuerdan en que por expresa directiva del presidente de la República, sus colaboradores de primer rango se aprestan a iniciar una contraofensiva cuyo escenario básico serán los medios de comunicación social.

Deberán transmitir una imagen clara y coherente de su convicción de que, frente a la magnitud de la crisis heredada de Carlos Saúl Menem, no existía alternativa posible a la cirugía aplicada al gastos fiscal. La consigna es clara: “No rehuir de manera alguna el debate, aceptar todos los desafíos y aguantar hasta que amaine la tormenta”. El tiempo cura todas las heridas.

Los voceros oficiales tendrán en su manos un argumento de peso. El plan de inversiones en obras en los próximos cinco años promete convertirse, en la medida en que se encuentre el medio de financiarlo, en un poderoso instrumento de reactivación económica y creación de empleo.

A esta carta juega todas sus bazas, al parecer, Fernando de la Rúa, que parte hacia Berlín ,donde participará en la conferencia de los jefes de Estado de la llamada Tercera Vía, la social democracia que aspira a reformar al sistema capitalista, despojándolo de sus aspectos más urticantes.

Allí podrá recabar el apoyo o, al menos la comprensión, de estadistas como el Presidente Bill Clinton y el primer ministro de Francia, Lionel Jospin.

La batalla, pues, tendrá un escenario nacional, a cargo por el momento de ministros y líderes oficialistas y otro internacional, que el Presidente se ha reservado.

Tal vez la frase de Alberto Flamarique resuma con mayor claridad el espíritu de cuerpo que Fernando de la Rúa reclama a sus colaboradores. “Los paros no nos van a hacer cambiar”, declaró el ministro de Trabajo. desde Ginebra, donde ejerce la presidencia de la asamblea anual de la Organización Internacional del Trabajo.

Fue designado a propuesta del representante de Arabia Saudita, quien la expuso “en nombre de Alá misericordioso”, fórmula que suena con un toque exótico en los oídos occidentales.

Los analistas políticos, en base a las informaciones recogidas en la Casa Rosada, acuerdan en que por expresa directiva del presidente de la República, sus colaboradores de primer rango se aprestan a iniciar una contraofensiva cuyo escenario básico serán los medios de comunicación social.

Deberán transmitir una imagen clara y coherente de su convicción de que, frente a la magnitud de la crisis heredada de Carlos Saúl Menem, no existía alternativa posible a la cirugía aplicada al gastos fiscal. La consigna es clara: “No rehuir de manera alguna el debate, aceptar todos los desafíos y aguantar hasta que amaine la tormenta”. El tiempo cura todas las heridas.

Los voceros oficiales tendrán en su manos un argumento de peso. El plan de inversiones en obras en los próximos cinco años promete convertirse, en la medida en que se encuentre el medio de financiarlo, en un poderoso instrumento de reactivación económica y creación de empleo.

A esta carta juega todas sus bazas, al parecer, Fernando de la Rúa, que parte hacia Berlín ,donde participará en la conferencia de los jefes de Estado de la llamada Tercera Vía, la social democracia que aspira a reformar al sistema capitalista, despojándolo de sus aspectos más urticantes.

Allí podrá recabar el apoyo o, al menos la comprensión, de estadistas como el Presidente Bill Clinton y el primer ministro de Francia, Lionel Jospin.

La batalla, pues, tendrá un escenario nacional, a cargo por el momento de ministros y líderes oficialistas y otro internacional, que el Presidente se ha reservado.

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