El FMI, en una encrucijada quizá decisiva para su futuro

La sucesión de Horst Köhler debe definirse esta semana. Tras una partida tan absurda como lo fuera su llegada, quien lo reemplace no la pasará nada bien. El FMI está hipotecado y la ampliación de la Unión Europea plantea problema espinosos.

19 abril, 2004

Así sostienen nuevos análisis sobre el Fondo Monetario Internacional de dos conservadores británicos, el columnista Martin Wolf y Andrew Crockett, todavía no descartado como posible reemplazante del pálido alemán. Cualquier eventual sucesor precisará la autoridad que sólo puede proceder de una selección abierta y transparente. “Pero –insiste- esto no sucederá”.

Por el contrario, habrá “un regateo comiteril dentro de la Unión Europea, autoproclamado bastión del multilateralismo. Mal comienzo para una entidad que, como el FMI, predica el buen gobierno de los estados”. Sea como fuere, existen tres prioridades para elegir director gerente.

Primera: la institución debe cuestionarse hasta qué extremo se ha comprometido en créditos blandos a largo plazo para los países más pobres. El FMI tiene papel significativo como consejero en políticas macroeconómicas, por lo cual no es correcto que se complique en la reducción de la pobreza. “Si el Banco Mundial no es capaz de manejarlos –señala Crockett- ¿por qué insistir en esos programas?”.

Segunda: el próximo CEO deberá lidiar con las enormes acreencias acumuladas, bajo Köhler, sobre un puñado de deudores. A fines de 2003, sólo tres de ellos representaban 72% del total. Esto es, 45.800 millones en derechos especiales de giro (DEG), o sea US$ 67.500 millones. De ese monto, US$ 28.100 millones correspondían a Brasil, 23.700 millones a Turquía y 15.800 millones a la Argentina.

Como subraya Wolf, “esa suma constituye 21% de los recursos totales del FMI. En otras palabras, Köhler y su equipo hipotecaron el rancho y, de paso, cometieron gruesos errores. Especialmente, prestándole a Buenos Aires en 2000/1”. Por consiguiente, la entidad quedó a merced de sus deudores, “una vulnerabilidad brillantemente explotada por Argentina”.

Tercera: el Fondo debe dedicarse a lo que sigue siendo la razón de su existencia; o sea, el equilibrio global entre ajustes de pagos. Al presente, estos ajustes funcionan –en verdad, no funcionan- de forma muy peculiar: la economía mundial mantiene un equilibrio macro inestable a costa del aumento constante del déficit estadounidense de pagos. Esto es tan perverso como insostenible a largo plazo”. Exactamente lo que creen, en privado, el Banco de Japón (central) y el Banco Central Europeo (BCE).

El fenómeno admite dos explicaciones, ambas en órbita del FMI: crónica debilidad de demanda en la Eurozona y Japón e inepcia de los capitales globales para alimentar fluidamente las economías emergentes.

El primer problema exige hacer más efectiva la supervisión del Fondo. Esto es imposible, pues carece de influencia sobre la segunda y la tercera economía del planeta. El segundo refleja algo más profundo: la actitud de las economías emergentes –no las periféricas, meramente pasivas-, que no quieren exponerse a los mercados de capital.

Eso resulta de sucesivas crisis sistémicas, característica de la globalización financiera desde el cese de pagos mexicano (1982), acentuada con el segundo derrumbe azteca (el “tequila”, 1994/5) y la crisis general de 1997/8. Por ende, muchas economías emergentes evitan a toda costa flujos netos, esencialmente de corto plazo.

Para ello, sostienen tipos de cambio competitivos, promueven superávit en balanza de pagos y convierten flujos de capital en reservas de divisas. En consecuencia, desde inicios de 1998 a fines de 2003, Asia oriental y sudoriental elevó sus tenencias en US$ 1,13 billón: 84% del aumento mundial. Aun sin Japón, ese grupo añadió US$ 713.000 millones a sus reservas, es decir casi cinco veces los exiguos recursos disponibles en el FMI (US$ 149.000 millones).

El proceso tiene dos efectos. Uno es que invertir tanto en reservas –en vez de apoyarse en mecanismos para compartirlas, como prevén los estatutos del FMI- es intrínsecamente antieconómico. Otro, más relevante, es que –mientras tantos países insistan en reducir su endeudamiento- el equilibrio global exigirá un creciente déficit de pagos en EE.UU. Es decir, una explosiva acumulación de obligaciones a corto plazo derivadas de ese rojo.

Así sostienen nuevos análisis sobre el Fondo Monetario Internacional de dos conservadores británicos, el columnista Martin Wolf y Andrew Crockett, todavía no descartado como posible reemplazante del pálido alemán. Cualquier eventual sucesor precisará la autoridad que sólo puede proceder de una selección abierta y transparente. “Pero –insiste- esto no sucederá”.

Por el contrario, habrá “un regateo comiteril dentro de la Unión Europea, autoproclamado bastión del multilateralismo. Mal comienzo para una entidad que, como el FMI, predica el buen gobierno de los estados”. Sea como fuere, existen tres prioridades para elegir director gerente.

Primera: la institución debe cuestionarse hasta qué extremo se ha comprometido en créditos blandos a largo plazo para los países más pobres. El FMI tiene papel significativo como consejero en políticas macroeconómicas, por lo cual no es correcto que se complique en la reducción de la pobreza. “Si el Banco Mundial no es capaz de manejarlos –señala Crockett- ¿por qué insistir en esos programas?”.

Segunda: el próximo CEO deberá lidiar con las enormes acreencias acumuladas, bajo Köhler, sobre un puñado de deudores. A fines de 2003, sólo tres de ellos representaban 72% del total. Esto es, 45.800 millones en derechos especiales de giro (DEG), o sea US$ 67.500 millones. De ese monto, US$ 28.100 millones correspondían a Brasil, 23.700 millones a Turquía y 15.800 millones a la Argentina.

Como subraya Wolf, “esa suma constituye 21% de los recursos totales del FMI. En otras palabras, Köhler y su equipo hipotecaron el rancho y, de paso, cometieron gruesos errores. Especialmente, prestándole a Buenos Aires en 2000/1”. Por consiguiente, la entidad quedó a merced de sus deudores, “una vulnerabilidad brillantemente explotada por Argentina”.

Tercera: el Fondo debe dedicarse a lo que sigue siendo la razón de su existencia; o sea, el equilibrio global entre ajustes de pagos. Al presente, estos ajustes funcionan –en verdad, no funcionan- de forma muy peculiar: la economía mundial mantiene un equilibrio macro inestable a costa del aumento constante del déficit estadounidense de pagos. Esto es tan perverso como insostenible a largo plazo”. Exactamente lo que creen, en privado, el Banco de Japón (central) y el Banco Central Europeo (BCE).

El fenómeno admite dos explicaciones, ambas en órbita del FMI: crónica debilidad de demanda en la Eurozona y Japón e inepcia de los capitales globales para alimentar fluidamente las economías emergentes.

El primer problema exige hacer más efectiva la supervisión del Fondo. Esto es imposible, pues carece de influencia sobre la segunda y la tercera economía del planeta. El segundo refleja algo más profundo: la actitud de las economías emergentes –no las periféricas, meramente pasivas-, que no quieren exponerse a los mercados de capital.

Eso resulta de sucesivas crisis sistémicas, característica de la globalización financiera desde el cese de pagos mexicano (1982), acentuada con el segundo derrumbe azteca (el “tequila”, 1994/5) y la crisis general de 1997/8. Por ende, muchas economías emergentes evitan a toda costa flujos netos, esencialmente de corto plazo.

Para ello, sostienen tipos de cambio competitivos, promueven superávit en balanza de pagos y convierten flujos de capital en reservas de divisas. En consecuencia, desde inicios de 1998 a fines de 2003, Asia oriental y sudoriental elevó sus tenencias en US$ 1,13 billón: 84% del aumento mundial. Aun sin Japón, ese grupo añadió US$ 713.000 millones a sus reservas, es decir casi cinco veces los exiguos recursos disponibles en el FMI (US$ 149.000 millones).

El proceso tiene dos efectos. Uno es que invertir tanto en reservas –en vez de apoyarse en mecanismos para compartirlas, como prevén los estatutos del FMI- es intrínsecamente antieconómico. Otro, más relevante, es que –mientras tantos países insistan en reducir su endeudamiento- el equilibrio global exigirá un creciente déficit de pagos en EE.UU. Es decir, una explosiva acumulación de obligaciones a corto plazo derivadas de ese rojo.

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