EE.UU, una locomotora con cada año menos fuerza de arrastre

Durante años, según la sapiencia convencional, el público norteamericano ha impulsado la economía global. Durante años, se contradice, el mundo ha financiado su gasto y el del gobierno, vía megadéficit. Hoy, ni siquiera el PBI tiene vigor.

23 febrero, 2006

Según cifras federales, el trimestre octubre diciembre proyecta apenas 1,1% de crecimiento anualizado en el producto bruto interno. Para muchos, fue una sorpresa. Para algunos analistas más sagaces, no tanto.

A ambas orillas del Atlántico, durante 2005 se hablaba ya de una “estanflación de nuevo tipo”, aludiendo a la temible mezcla de inflación con estancamiento que causara estragos en los años 70. Antes de la primera crisis petrolera (1973/5), casi toda la teoria negaba que fuese posible esa combinación en una economía central. Ahora, economistas, analistas y algunos bancos centrales –muy pocos, todavía- son más cautos al respecto. Menor poder adquisitivo, crecientes desequilibrios –fiscales, externos- y crudos caros hacen temer turbulencias setentistas.

Desde mediados de 2005, cundían advertencias que la dirigencia política ignoraba –especialmente en EE.UU.- sobre “crisis petrolera recurrente”. No la mentaban Paul Krugman, Jeffrey Sachs, Kenneth Galbraith, Roberto Frenkel ni otros “disidentes”, sino el mismísimo Fondo Monetario Internacional (“occasional paper”, mayor pasado). A pesar del repliegue con altibajos iniciado en enero, hoy los crudos cuestan 70% más que dos años antes, a valores reales. Claro, no es el 185% de 1973/5 ni el 158% de 1978/81. Pero basta para alarmarse, como lo hace Benjamin Bernanke, nuevo jefe de la Reserva Federal.

Ahora bien, medios vinculados a Wall Street y la City londinense no abrigan grandes temores. Arguyen que la actual desaceleración del PBI norteamericano no es nada, comparada con los cimbronazos de los 70 ni con la drástica astringencia antinflacionaria desatada en los 80 por Paul Volcker, un presidente de la RF bastante más temible que el jubilado Alan Greenspan.

El decenio 1973-82 atravesó tres recesiones en economías centrales, inflación superior a 10% anual y desempleo de 6 a 10%. Hoy, EE.UU. experimenta “apenas” 3,3% de inflación básica –un indicador arbitrario, no usado en los 70, que excluye alimentos y combustibles)-, pero 4,4% si se toman todos los rubros minoristas.

Pero ni los gurúes del optimismo las tienen todas consigo. Por ejemplo, mientras el PBI norteamericaba no crezca a 3,75/4% anual, la reactivación que Greenspan y Wall Street imaginaban seguirá en veremos. Con Gran Bretaña todavía próspera –aunque mostrando señales de inflación-, la Eurozona y Japón denotan señales de suave recuperación, pero no son todavía locomotoras globales. China no puede serlo, más que en ciertos sectores, pues es una econompía en desarrollo y su PB por habitante es exiguo. Por otra parte, la presurosa e imprudente ampliación de la Unión Europea es un factor de riesgo que no suele extrapolarse.

Hasta el momento, sostienen los adictos al modelo Bush, los consumidores estandounidenses han salvado el día vía importaciones (de ahí esze rojo de US$ 725.800 millones registrado en 2005). Pero los gastos en Irak –bélicos, no de reconstrucción ni desarrollo- y el prodigioso déficit en cuenta corriente neutraliza buena parte de aquel factor positivo. Justamente, ésta es la diferencia respecto de los 70, cuando Washington no tenía esos rojos astronómicos.

La misma publicación que exalta las virtudes del consumidor norteamericano, pues se endeuda para comprar lo que no precisa y beneficiar al mundo (“The Economist” durante la fase William Emmott), alerta sobre “los peligros del déficit sin límite. Greenspan y los directores de la RF eran demasiado complacientes ante el rojo de pagos externos, nunca visto. Sus propias estadísticas revelan que, durante el IV trimestre de 2005, ese déficit avanzó a 6,9% del PBI. En suma, EE.UU., deberá emitir deuda por US$ 770.000 millones este año”.

Resulta claro, a esta altura, que el imparable eudeudamiento estadonidense basta y sobra para neutralizar los efectos estimulantes del gasto público privado –en forma de importaciones y erogaciones en el exterior- sobre la economía mundial. La locomotora, en realidad, arrastra cada año menos vagones.

Según cifras federales, el trimestre octubre diciembre proyecta apenas 1,1% de crecimiento anualizado en el producto bruto interno. Para muchos, fue una sorpresa. Para algunos analistas más sagaces, no tanto.

A ambas orillas del Atlántico, durante 2005 se hablaba ya de una “estanflación de nuevo tipo”, aludiendo a la temible mezcla de inflación con estancamiento que causara estragos en los años 70. Antes de la primera crisis petrolera (1973/5), casi toda la teoria negaba que fuese posible esa combinación en una economía central. Ahora, economistas, analistas y algunos bancos centrales –muy pocos, todavía- son más cautos al respecto. Menor poder adquisitivo, crecientes desequilibrios –fiscales, externos- y crudos caros hacen temer turbulencias setentistas.

Desde mediados de 2005, cundían advertencias que la dirigencia política ignoraba –especialmente en EE.UU.- sobre “crisis petrolera recurrente”. No la mentaban Paul Krugman, Jeffrey Sachs, Kenneth Galbraith, Roberto Frenkel ni otros “disidentes”, sino el mismísimo Fondo Monetario Internacional (“occasional paper”, mayor pasado). A pesar del repliegue con altibajos iniciado en enero, hoy los crudos cuestan 70% más que dos años antes, a valores reales. Claro, no es el 185% de 1973/5 ni el 158% de 1978/81. Pero basta para alarmarse, como lo hace Benjamin Bernanke, nuevo jefe de la Reserva Federal.

Ahora bien, medios vinculados a Wall Street y la City londinense no abrigan grandes temores. Arguyen que la actual desaceleración del PBI norteamericano no es nada, comparada con los cimbronazos de los 70 ni con la drástica astringencia antinflacionaria desatada en los 80 por Paul Volcker, un presidente de la RF bastante más temible que el jubilado Alan Greenspan.

El decenio 1973-82 atravesó tres recesiones en economías centrales, inflación superior a 10% anual y desempleo de 6 a 10%. Hoy, EE.UU. experimenta “apenas” 3,3% de inflación básica –un indicador arbitrario, no usado en los 70, que excluye alimentos y combustibles)-, pero 4,4% si se toman todos los rubros minoristas.

Pero ni los gurúes del optimismo las tienen todas consigo. Por ejemplo, mientras el PBI norteamericaba no crezca a 3,75/4% anual, la reactivación que Greenspan y Wall Street imaginaban seguirá en veremos. Con Gran Bretaña todavía próspera –aunque mostrando señales de inflación-, la Eurozona y Japón denotan señales de suave recuperación, pero no son todavía locomotoras globales. China no puede serlo, más que en ciertos sectores, pues es una econompía en desarrollo y su PB por habitante es exiguo. Por otra parte, la presurosa e imprudente ampliación de la Unión Europea es un factor de riesgo que no suele extrapolarse.

Hasta el momento, sostienen los adictos al modelo Bush, los consumidores estandounidenses han salvado el día vía importaciones (de ahí esze rojo de US$ 725.800 millones registrado en 2005). Pero los gastos en Irak –bélicos, no de reconstrucción ni desarrollo- y el prodigioso déficit en cuenta corriente neutraliza buena parte de aquel factor positivo. Justamente, ésta es la diferencia respecto de los 70, cuando Washington no tenía esos rojos astronómicos.

La misma publicación que exalta las virtudes del consumidor norteamericano, pues se endeuda para comprar lo que no precisa y beneficiar al mundo (“The Economist” durante la fase William Emmott), alerta sobre “los peligros del déficit sin límite. Greenspan y los directores de la RF eran demasiado complacientes ante el rojo de pagos externos, nunca visto. Sus propias estadísticas revelan que, durante el IV trimestre de 2005, ese déficit avanzó a 6,9% del PBI. En suma, EE.UU., deberá emitir deuda por US$ 770.000 millones este año”.

Resulta claro, a esta altura, que el imparable eudeudamiento estadonidense basta y sobra para neutralizar los efectos estimulantes del gasto público privado –en forma de importaciones y erogaciones en el exterior- sobre la economía mundial. La locomotora, en realidad, arrastra cada año menos vagones.

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