EE.UU.: no hay clima para la privatización de jubilaciones

Al lanzar el debate nacional sobre reforma de pensiones, George W.Bush ha abierto una caja de Pandora. Ni siquiera Alan Greenspan ve claro el asunto; tampoco los analistas de Wall Street. Y no hay economista en serio que apoye la idea.

28 febrero, 2005

En esencia, firmas como Goldman Sachs, Merrill Lynch y hasta Bear Stearns abrigan serias dudas, Básicamente, porque el proyecto del actual gobierno tornaría las futuras prestaciones jubilatorias en demasiado dependientes de la renta bursátil. O sea, una de las variables más volátiles y menos previsibles del mundo.

Otro problema es la falta de experiencias o referencias de regímenes tan extremos –o predatorios para el aportante- en economías centrales. Sólo se encuentran antecedentes en países latinoamericanos, donde fueron impuestos gracias al ya extinto Consenso de Washington. Hasta ahora, el sistema menos problemático es el de Chile, reformado un par de veces. En la otra punta, el mejicano es abusivo. En el medio, Argentina piensa en volver al régimen de reparto y Colombia no sabe qué hacer.

“Al proponer un esquema de capitalización vía cuentas privadas, el presidente –señalan dos medios estadounidenses- se muestra en exceso optimista. Supone que el mercado hará que, en cuarenta años, los trabajadores y empleados hoy jóvenes salgan ganando con sus apuestas bursátiles”.

Los propias analistas de Manhattan temen que el proyecto de Bush tenga dos inconvenientes. Primero, exagera el optimismo a largo plazo (44 años, nada menos) en lo atinente a las acciones, campo donde hoy no se hacen proyecciones más allá de uno a dos años. Segundo, pasa por alto una norma de fierro en los mercados: nada es gratis; o sea, cuanto mayor es la renta potencial, más alto es el riesgo. Aun en activos físicos, pues “de lo contrario –apunta Ethan Harris, de Lehman Brothers-, no existirían los derivativos”.

“No es en absoluto posible postular retornos sin costos”, coincide William Dudley (Goldman Sachs), porque –de serlo-, no habría problema alguno con el seguro social”. En realidad, Washington mismo se contradice: imagina un futuro áureo para un sistema aún inexistente, pero “exagera en forma grosera las estimaciones del déficit social, para promover su propuesta”. Así señalaban Paul Krugman, Jeffrey Sachs, George Sörös y –en privado- algunos directores de la Reserva Federal.

Hablando en plata, quienes eventualmente se pasen al sistema privado (al revés que en países subdesarrollados, por ahora no se lo propone como obligatorio) renunciarán a una rentabilidad real de 3% anual, garantida por el actual régimen. El equipo oficial estima que, en una vida laboral útil de 44 años, las acciones depararían una media anual de 6,5%, los bonos privados 3,5% y 3% los estatales.

A partir de números tan optimistas, el gobierno ha armado una cartera tipo: 60% en acciones, 24% en bonos privados (“corporativos” es incorrecto, hasta en inglés) y 16% en papeles de Tesorería. Según los estadígrafos de la Casa Blanca, ese perfil brindaría casi 5% real anual, aun descontando 0,3% en comisiones (un décimo o menos de lo cobrado en los sistemas latinoamericanos).

En síntesis, alguien que empiece a trabajar a los 21 años en 2011 (fecha prevista por Bush para el inicio del esquema), ganando en promedio US$ 57.450 por año –obviamente, se piensa en la clase media urbana, no en los 37 millones de norteamericanos pobres-, llegaría a los 65 años con una jubilación anual de US$ 133.450 a valores de 2011.

Amén de una cifra bastante menor a la que estará por entonces ganando como trabajador activo, surgen muchas dudas sobre las bases tomadas y las propias proyecciones. Pro ejemplo, las principales firmas de valores cuestionan la hipótesis de 6,5% para el rinde real de acciones. Los propios cálculos de Bush también lo hacen: se supone que el actual sistema de seguro social no podrá pagar hacia 2042, porque el producto bruto interno habrá crecido, de 2005 a ese momento, a menos de 2% real por año. En ese caso, será imposible que la bolsa dé retornos de 6,5% hacia 2054.

Ese rendimiento depende de dos fuentes: al aumento de utilidades netas y el de dividendos. Las ganancias del sector privado tienen a subir junto con el PBI, que crecerá a menos de 2% anual. Si se añaden a esa tasa dividendos y recompras accionarias, el rinde total se acercará a 4,5% anual. Dos puntos menos que la hipótesis Bush. Por ende, aquellos futuros pensionados no dispondrán siquiera de US$ 82.000 anuales.

Resulta explicable, claro, que analistas afines al esquema (Giuseppe LaVorgna, Deutsche Bank) o teóricos académicos (Jeremy Siegel, universidad de Pennsilvania) crean en ese 6,5%. Pero su fundamento se reduce a la misma estadística histórica usada por Washington: aquel 6,5% de alza bursátil anual registrada entre 1802 y 2004.

Pero, como han señalado Charles Kindleberger y John K.Galbraith, hay dos reparos: (1) la serie original llegaba a 1992 y ha sido prolongada “dibujando” números, (2) el lapso es arbitrario, excluye ambas guerras mundiales e incluye tres ciclos macroeconómicos –según definiciones de Kondrát’iev y Schumpeter- muy distintos entre sí. Tan poco substanciales son estas referencias que hasta el propio Siegel admite: “No hay forma de saber bien cuál será el retorno de una cuenta personal. Si algo sale mal, el aportante será muy perjudicado”. Máxime recordando que el actual ciclo macro está en licuación desde las crisis sistémicas iniciadas en 1982.

En esencia, firmas como Goldman Sachs, Merrill Lynch y hasta Bear Stearns abrigan serias dudas, Básicamente, porque el proyecto del actual gobierno tornaría las futuras prestaciones jubilatorias en demasiado dependientes de la renta bursátil. O sea, una de las variables más volátiles y menos previsibles del mundo.

Otro problema es la falta de experiencias o referencias de regímenes tan extremos –o predatorios para el aportante- en economías centrales. Sólo se encuentran antecedentes en países latinoamericanos, donde fueron impuestos gracias al ya extinto Consenso de Washington. Hasta ahora, el sistema menos problemático es el de Chile, reformado un par de veces. En la otra punta, el mejicano es abusivo. En el medio, Argentina piensa en volver al régimen de reparto y Colombia no sabe qué hacer.

“Al proponer un esquema de capitalización vía cuentas privadas, el presidente –señalan dos medios estadounidenses- se muestra en exceso optimista. Supone que el mercado hará que, en cuarenta años, los trabajadores y empleados hoy jóvenes salgan ganando con sus apuestas bursátiles”.

Los propias analistas de Manhattan temen que el proyecto de Bush tenga dos inconvenientes. Primero, exagera el optimismo a largo plazo (44 años, nada menos) en lo atinente a las acciones, campo donde hoy no se hacen proyecciones más allá de uno a dos años. Segundo, pasa por alto una norma de fierro en los mercados: nada es gratis; o sea, cuanto mayor es la renta potencial, más alto es el riesgo. Aun en activos físicos, pues “de lo contrario –apunta Ethan Harris, de Lehman Brothers-, no existirían los derivativos”.

“No es en absoluto posible postular retornos sin costos”, coincide William Dudley (Goldman Sachs), porque –de serlo-, no habría problema alguno con el seguro social”. En realidad, Washington mismo se contradice: imagina un futuro áureo para un sistema aún inexistente, pero “exagera en forma grosera las estimaciones del déficit social, para promover su propuesta”. Así señalaban Paul Krugman, Jeffrey Sachs, George Sörös y –en privado- algunos directores de la Reserva Federal.

Hablando en plata, quienes eventualmente se pasen al sistema privado (al revés que en países subdesarrollados, por ahora no se lo propone como obligatorio) renunciarán a una rentabilidad real de 3% anual, garantida por el actual régimen. El equipo oficial estima que, en una vida laboral útil de 44 años, las acciones depararían una media anual de 6,5%, los bonos privados 3,5% y 3% los estatales.

A partir de números tan optimistas, el gobierno ha armado una cartera tipo: 60% en acciones, 24% en bonos privados (“corporativos” es incorrecto, hasta en inglés) y 16% en papeles de Tesorería. Según los estadígrafos de la Casa Blanca, ese perfil brindaría casi 5% real anual, aun descontando 0,3% en comisiones (un décimo o menos de lo cobrado en los sistemas latinoamericanos).

En síntesis, alguien que empiece a trabajar a los 21 años en 2011 (fecha prevista por Bush para el inicio del esquema), ganando en promedio US$ 57.450 por año –obviamente, se piensa en la clase media urbana, no en los 37 millones de norteamericanos pobres-, llegaría a los 65 años con una jubilación anual de US$ 133.450 a valores de 2011.

Amén de una cifra bastante menor a la que estará por entonces ganando como trabajador activo, surgen muchas dudas sobre las bases tomadas y las propias proyecciones. Pro ejemplo, las principales firmas de valores cuestionan la hipótesis de 6,5% para el rinde real de acciones. Los propios cálculos de Bush también lo hacen: se supone que el actual sistema de seguro social no podrá pagar hacia 2042, porque el producto bruto interno habrá crecido, de 2005 a ese momento, a menos de 2% real por año. En ese caso, será imposible que la bolsa dé retornos de 6,5% hacia 2054.

Ese rendimiento depende de dos fuentes: al aumento de utilidades netas y el de dividendos. Las ganancias del sector privado tienen a subir junto con el PBI, que crecerá a menos de 2% anual. Si se añaden a esa tasa dividendos y recompras accionarias, el rinde total se acercará a 4,5% anual. Dos puntos menos que la hipótesis Bush. Por ende, aquellos futuros pensionados no dispondrán siquiera de US$ 82.000 anuales.

Resulta explicable, claro, que analistas afines al esquema (Giuseppe LaVorgna, Deutsche Bank) o teóricos académicos (Jeremy Siegel, universidad de Pennsilvania) crean en ese 6,5%. Pero su fundamento se reduce a la misma estadística histórica usada por Washington: aquel 6,5% de alza bursátil anual registrada entre 1802 y 2004.

Pero, como han señalado Charles Kindleberger y John K.Galbraith, hay dos reparos: (1) la serie original llegaba a 1992 y ha sido prolongada “dibujando” números, (2) el lapso es arbitrario, excluye ambas guerras mundiales e incluye tres ciclos macroeconómicos –según definiciones de Kondrát’iev y Schumpeter- muy distintos entre sí. Tan poco substanciales son estas referencias que hasta el propio Siegel admite: “No hay forma de saber bien cuál será el retorno de una cuenta personal. Si algo sale mal, el aportante será muy perjudicado”. Máxime recordando que el actual ciclo macro está en licuación desde las crisis sistémicas iniciadas en 1982.

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