EE.UU. abandona su rol de árbitro en Europa

El país de Donald Trump ha reducido su participación en los problemas de Europa.

20 febrero, 2018

En julio del año 2002, España y Marruecos  tuvieron un conflicto militar sobre la Isla Parsley, un diminuto lugar en el Estrecho de Gibraltar habitado solamente por  cabras salvajes. Doce soldados marroquíes “invadieron” Parsley – que ellos llaman Leilu – e izaron allí su bandera. España envió 75 soldados para expulsar a los marroquíes y levantar su propia bandera. Cada lado denunció “agresión” y “actos de guerra” por parte del otro. La Unión Europea respaldó a España y la Organización para la Cooperación Islámica respaldó a Marruecos. En Washington, la administración  Bush se preparaba para invadir Irak. Pero Colin Power, el entonces secretario de estado, recibió un pedido de ambas partes para que mediara y arbitrara un acuerdo. Powell estaba desconcertado. Jamás había escuchado nada de la disputa, no conocía esa isla y su país no tenía ningún interés en involucrarse en algo tan pequeño.  No obstante, cumplió con su deber como jefe diplomático de una superpotencia y negoció un retorno al estatus quo anterior. Las tensiones cedieron y el mundo volvió a la inminente invasión de Irak.

La saga de la isla de Parsley puso en evidencia un verdad muy simple: desde la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos se involucraba en todas las facetas de la política europea. La Administración Truman ayudó a reconstruir y democratizar Europa Occidental y creó la OTAN;  sus sucesores controlaron de cerca la política en las nuevas democracias y crearon profundas redes de cooperación con las élites europeas.

Estados Unidos tuvo un papel fundamental en la creación de la Comunidad Económica Europea, más tarde llamada Unión Europea. Después de la Guerra Fría, negoció la reunificación de Alemania; abogó por la expansión de la democracia en la Europa Central y Oriental; intervino en las crisis de los Balcanes y mucho más. Esto  era consistente con la política norteamericana durante la Guerra Fría. Estados Unidos se involucró profundamente con la conformación del futuro de Europa durante sesenta años.  Pero durante los últimos diez, comenzando con la administración Obama y acelerando con la de Trump, el país se retiró diplomática y políticamente  de Europa.

 

Cuando se tiene en cuenta la cantidad de problemas que hay en Europa hoy – el separatismo catalán, las vacilantes negociaciones por el Brexit, las difíciles relaciones con Turquía, la interferencia política rusa, los efectos colaterales de la crisis de los refugiados, las tendencias políticas intolerantes en países como Polonia y Hungría y las diferencias sobre el futuro de la Eurozona y la Unión Europea – lo que llama la atención es la ausencia de Estados Unidos. Los problemas políticos crecen sin merecer más que una simple llamada telefónica del presidente o del secretario de estado, ni qué hablar de un esfuerzo nacional concertado para buscar un resultado.

 

Ahora bien. Esa posición es defendible, afirma este análisis de la Brookings Institution, un think tank especializado en analizar la política exterior de Estados Unidos ¿Por qué habría Estados Unidos de involucrarse profundamente en la política de otro continente? Con serias amenazas y desafíos a los intereses norteamericanos en diferentes lugares de Europa y el resto del mundo, el viejo continente debería poder cuidar su propio jardín, Y, desde la perspectiva europea, tal vez sacarle las rueditas a la bicicleta signifique dar al continente una oportunidad de hacerse cargo de lo suyo.

Pero el hecho de que la desvinculación política norteamericana sea comprensible y hasta justificado en ciertos aspectos no significa necesariamente que su impacto sea positivo.  

Esta reducción de la intervención política y diplomática  de Estados Unidos en Europa llega en un momento en que las democracias europeas enfrentan más peligros y desafíos que en ningún otro momento desde la Guerra Fría. Los líderes de la UE han demostrado que están dispuestos a hacer frente a esos problemas por su cuenta, pero los desacuerdos internos entre y dentro de esos estados y la simple insolubilidad de los problemas, significa que es muy probable que esos esfuerzos fracasen sin la participación de Estados Unidos.

Estados Unidos debe elegir, dice el trabajo, entre tratar de sacar ventaja de corto plazo con el aprieto en que se encuentra Europa  o retornar a una estrategia de profunda participación en Europa en pos de una prosperidad y seguridad compartidas.

 

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