Dólar y cuentas, complicados dilemas para bancos centrales

Cunde el temor de que China revalúe el yüan y desencadene una ola en Asia oriental y sudoriental. Esos bancos centrales han acumulado US$ 2,1 billones en bonos deuda norteamericanos. Vale decir, la mitad de los que circulan por el mundo.

8 noviembre, 2004

Los mayores volúmenes están en manos de Japón y China, “cuyas bases monetarias –explica el analista británico John Plender- se expandieron justamente para desmontar presiones deflacionarias en el Sol Naciente. En su momento, ese masivo pase a activos en dólares pareció el mejor recurso disponible. Tanto la Reserva Federal como el Fondo Monetario Internacional secundaron el proceso”.

Pero había y hay un serio dilema: si, por un lado, los bancos centrales de Asia-Pacífico dejan de financiar el gigantesco doble déficit –presupuesto, pagos externos- de EE.UU., sus propios activos en dólares se licuarán junto con la repreciación de sus monedas. Si, por otro lado, siguen como hasta ahora, las pérdidas potenciales serán mayores.

El equipo técnico de la Reserva Federal neoyorquina ha hecho proyecciones al respecto. Según ellas, 10% de revalorización del yüan chino y el won surcoreano generaría descapitalizaciones equivalentes a casi 3% de cada producto bruto interno. Taiwán y Singapur afrontarían deterioros más marcados: 8 a 10% de cada PBI.

Entretanto, prever las intenciones de los bancos –en lo tocante a acumulación de reservas en divisas- es casi tan difícil como pronosticar paridades cambiarias. No obstante, en marzo Japón dejaba de comprar activos en dólares porque, entre otras, iban cediendo las presiones deflacionarias subsistentes desde 1990/1. Por el contrario, China sigue preocupada por el recalentamiento económico y las presiones inflacionarias (fogoneadas por el aumento de hidrocarburos importados).

Si estos contrastes y las respectivas circunstancias significan que los capitales privados han de tomar la delantera, eso exigirá no sólo un dólar más barato. También deben bajar los activos en dólares y subir las tasas internas en EE.UU. La veloz avance del euro, estos mismos días, apunta en igual dirección.

A fines de octubre, Richard Cooper (Harvard) calificaba de desmedidas las inquietudes sobre los déficit norteamericanos. Al revés –como se ha señalado en este sitio-, Kenneth Rogoff y Maurice Obstfeld (Berkeley) afirmaban que esos rojos son insostenibles y el endeudamiento externo está financiando el déficit fiscal, no las inversiones externas directas (en general, privadas).

Técnicamente, Cooper tiene razón: los enormes déficit estadounidenses compensan el exceso de ahorro interno en otras economías del mundo desarrollado. Pero la mera magnitud del agujero fiscal legado por George W.Bush a él mismo eleva extraordinariamente los riesgos de ese reciclaje.

Además, pocos son tan clementes como Cooper en cuanto al papel y las dimensiones de tanto rojo. Plender, por ejemplo, se confiesa “adherente a Rogoff y Obstfeld”. Pero tirios y troyanos coinciden en un punto inescapable: el factor tiempo.

Ahora bien ¿Washington es la fuente de todo mal?. El experto londinense cree que, por desgracia, no. “Bruselas aporta lo suyo. Por ejemplo, cuando Loyola Palacio –miembro saliente de la Comisión Europea- sostiene que la Junta de Normas Contables Internacionales (FASB en la sigla inglesa) y el grupo asesor de la UE en la materia “amenazan el desarrollo de la infraestructura regional”.

A juicio de la española, “son demasiado académicos al encarar la brecha temporal entre las salidas de caja incurridas durante la construcción de grandes proyectos y los ingresos subsiguientes que éstos generan”. Es una postura afín a la de los gobiernos norteamericanos que han fomentado el presente déficit fiscal.

Resulta curioso que, por razones a menudo opuestas, Washington y Bruselas estén desconociendo los parámetros contables de la FASB, su contraparte en la UE y el Comité de Basilea. También es irónico que Japón, Surcorea, Taiwán, Singapur, Tailandia y –hasta cierto punto- China, India o Malasia muestren mayor acatamiento a esas normas.

Plender. Cooper y Rogoff son unánimes: mientras el sector privado norteamericano limpia sus balances, se politiza la contabilidad pública a ambas orillas del Atlántico. Las arbitrariedades de empresarios y banqueros generan escándalos que no terminan. Las de los gobiernos multiplican déficit con el tiempo insostenibles.

Los mayores volúmenes están en manos de Japón y China, “cuyas bases monetarias –explica el analista británico John Plender- se expandieron justamente para desmontar presiones deflacionarias en el Sol Naciente. En su momento, ese masivo pase a activos en dólares pareció el mejor recurso disponible. Tanto la Reserva Federal como el Fondo Monetario Internacional secundaron el proceso”.

Pero había y hay un serio dilema: si, por un lado, los bancos centrales de Asia-Pacífico dejan de financiar el gigantesco doble déficit –presupuesto, pagos externos- de EE.UU., sus propios activos en dólares se licuarán junto con la repreciación de sus monedas. Si, por otro lado, siguen como hasta ahora, las pérdidas potenciales serán mayores.

El equipo técnico de la Reserva Federal neoyorquina ha hecho proyecciones al respecto. Según ellas, 10% de revalorización del yüan chino y el won surcoreano generaría descapitalizaciones equivalentes a casi 3% de cada producto bruto interno. Taiwán y Singapur afrontarían deterioros más marcados: 8 a 10% de cada PBI.

Entretanto, prever las intenciones de los bancos –en lo tocante a acumulación de reservas en divisas- es casi tan difícil como pronosticar paridades cambiarias. No obstante, en marzo Japón dejaba de comprar activos en dólares porque, entre otras, iban cediendo las presiones deflacionarias subsistentes desde 1990/1. Por el contrario, China sigue preocupada por el recalentamiento económico y las presiones inflacionarias (fogoneadas por el aumento de hidrocarburos importados).

Si estos contrastes y las respectivas circunstancias significan que los capitales privados han de tomar la delantera, eso exigirá no sólo un dólar más barato. También deben bajar los activos en dólares y subir las tasas internas en EE.UU. La veloz avance del euro, estos mismos días, apunta en igual dirección.

A fines de octubre, Richard Cooper (Harvard) calificaba de desmedidas las inquietudes sobre los déficit norteamericanos. Al revés –como se ha señalado en este sitio-, Kenneth Rogoff y Maurice Obstfeld (Berkeley) afirmaban que esos rojos son insostenibles y el endeudamiento externo está financiando el déficit fiscal, no las inversiones externas directas (en general, privadas).

Técnicamente, Cooper tiene razón: los enormes déficit estadounidenses compensan el exceso de ahorro interno en otras economías del mundo desarrollado. Pero la mera magnitud del agujero fiscal legado por George W.Bush a él mismo eleva extraordinariamente los riesgos de ese reciclaje.

Además, pocos son tan clementes como Cooper en cuanto al papel y las dimensiones de tanto rojo. Plender, por ejemplo, se confiesa “adherente a Rogoff y Obstfeld”. Pero tirios y troyanos coinciden en un punto inescapable: el factor tiempo.

Ahora bien ¿Washington es la fuente de todo mal?. El experto londinense cree que, por desgracia, no. “Bruselas aporta lo suyo. Por ejemplo, cuando Loyola Palacio –miembro saliente de la Comisión Europea- sostiene que la Junta de Normas Contables Internacionales (FASB en la sigla inglesa) y el grupo asesor de la UE en la materia “amenazan el desarrollo de la infraestructura regional”.

A juicio de la española, “son demasiado académicos al encarar la brecha temporal entre las salidas de caja incurridas durante la construcción de grandes proyectos y los ingresos subsiguientes que éstos generan”. Es una postura afín a la de los gobiernos norteamericanos que han fomentado el presente déficit fiscal.

Resulta curioso que, por razones a menudo opuestas, Washington y Bruselas estén desconociendo los parámetros contables de la FASB, su contraparte en la UE y el Comité de Basilea. También es irónico que Japón, Surcorea, Taiwán, Singapur, Tailandia y –hasta cierto punto- China, India o Malasia muestren mayor acatamiento a esas normas.

Plender. Cooper y Rogoff son unánimes: mientras el sector privado norteamericano limpia sus balances, se politiza la contabilidad pública a ambas orillas del Atlántico. Las arbitrariedades de empresarios y banqueros generan escándalos que no terminan. Las de los gobiernos multiplican déficit con el tiempo insostenibles.

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