Dólar: tomará tiempo y esfuerzo restarle peso internacional

Un euro cerca de US$ 1,50 trasunta un dólar a apenas € 0,67. Una posición endeble sin precedentes. Pero ¿quiere esto decir que la divisa dejará de ser referencial en un lapso relativamente breve? Quizá no.

24 noviembre, 2007

Temores recesivos en Estados Unidos y descenso de tasas en ese país –independientemente de lo que haga la Reserva Federal con los tipos básicos-, sin duda, generan presiones sobre varios emisores para despegar sus monedas del dólar. Sin llegar a eso, la substitución por una canasta euro-dólar-yen se torna popular entre exportadores petroleros (en particular, los emiratos del golfo Pérsico).

En estos casos, hay un motivo muy atendible: la irrefrenable baja del dòlar “infla” precios de hidrocarburos tarifados en esa moneda. Como contrapartida, deteriora los ingresos en dólares de los exportadores, sin beneficiar mucho a los consumidores norteamericanos de combustibles.

La eventual marginación del dólar como moneda de reserva es un asunto diferente. A diferencia del viejo patrón oro -empezò a deteriorarse poco antes de 1914 y terminó de desplomarse con la II guerra mundial, las funciones del dólar manifestaban nuevos equilibrios de poder y acuerdos sectoriales. Por ejemplo, en Argentina reflejaba la decadencia de la libra como patrón: a fines de los años 30, Gran Bretaña dejó de ser potencia global.

Sin embargo, aunque el dólar ya no tenga el vigor exhibido hasta fines del siglo XX, su desplazamiento no será fácil ni rápido, creen analistas en Londres y Zürich. En especial, porque exige largo tiempo substituirlo como parámetero para tarifar materias primas y reemplazarlo con la canasta euro-dólar-yen.

Primero, los operadores son gente cómoda que resiste todo cambio estructural en los mercados. Segundo, circulan por el mundo billones de dólares en bonos de deuda estadounidense. Grandes tenedores como Japón, China o Taiwán verían desagiar esos activos a mayor velocidad que la tolerable.

Por supuesto, si el dólar acelerase su ritmo de deterioro, también se desinflarían esas carteras. Ni qué decir de los US$ 516 billones en derivados, si bien –en su caso- 90% es aire caliente. Según el Fondo Monetario Internacional, a fines de septiembre las reservas exteriores del mundo sumaban US$5,7 billones. Ello significa 185% sobre los dos billones registrados en 2001, antes de iniciarse el actual deterioro de la divisa. De ese total, se conoce con certeza la composición de US$ 3,65 billones (el monto que no está en títulos), donde el dólar representa 64,8% contra 71% a fin de 2000.

Pero los analistas financieros y los bancos centrales soslayan la proyección geopolítica del dólar débil. Sucede que, a diferencia del patón y a semejanza de la libra hasta la primera posguerra, el dólar definía a EE.UU. como superpotencia y al capitalismo norteamericano como modelo dominante. Los fracasos en Somalía, Irak, Afganistán y –quizá- Pakistán significan triunfon para la concepción multipolar del mundo. Paralamente, los enormes déficit interno y externo cuestionan la viabilidad del capitalismo estadounidense, víctima de la especulación financiera global. No en vano, Nicolas Sarkozy y Angela Merkel reinvindican el modelo europeo.

Temores recesivos en Estados Unidos y descenso de tasas en ese país –independientemente de lo que haga la Reserva Federal con los tipos básicos-, sin duda, generan presiones sobre varios emisores para despegar sus monedas del dólar. Sin llegar a eso, la substitución por una canasta euro-dólar-yen se torna popular entre exportadores petroleros (en particular, los emiratos del golfo Pérsico).

En estos casos, hay un motivo muy atendible: la irrefrenable baja del dòlar “infla” precios de hidrocarburos tarifados en esa moneda. Como contrapartida, deteriora los ingresos en dólares de los exportadores, sin beneficiar mucho a los consumidores norteamericanos de combustibles.

La eventual marginación del dólar como moneda de reserva es un asunto diferente. A diferencia del viejo patrón oro -empezò a deteriorarse poco antes de 1914 y terminó de desplomarse con la II guerra mundial, las funciones del dólar manifestaban nuevos equilibrios de poder y acuerdos sectoriales. Por ejemplo, en Argentina reflejaba la decadencia de la libra como patrón: a fines de los años 30, Gran Bretaña dejó de ser potencia global.

Sin embargo, aunque el dólar ya no tenga el vigor exhibido hasta fines del siglo XX, su desplazamiento no será fácil ni rápido, creen analistas en Londres y Zürich. En especial, porque exige largo tiempo substituirlo como parámetero para tarifar materias primas y reemplazarlo con la canasta euro-dólar-yen.

Primero, los operadores son gente cómoda que resiste todo cambio estructural en los mercados. Segundo, circulan por el mundo billones de dólares en bonos de deuda estadounidense. Grandes tenedores como Japón, China o Taiwán verían desagiar esos activos a mayor velocidad que la tolerable.

Por supuesto, si el dólar acelerase su ritmo de deterioro, también se desinflarían esas carteras. Ni qué decir de los US$ 516 billones en derivados, si bien –en su caso- 90% es aire caliente. Según el Fondo Monetario Internacional, a fines de septiembre las reservas exteriores del mundo sumaban US$5,7 billones. Ello significa 185% sobre los dos billones registrados en 2001, antes de iniciarse el actual deterioro de la divisa. De ese total, se conoce con certeza la composición de US$ 3,65 billones (el monto que no está en títulos), donde el dólar representa 64,8% contra 71% a fin de 2000.

Pero los analistas financieros y los bancos centrales soslayan la proyección geopolítica del dólar débil. Sucede que, a diferencia del patón y a semejanza de la libra hasta la primera posguerra, el dólar definía a EE.UU. como superpotencia y al capitalismo norteamericano como modelo dominante. Los fracasos en Somalía, Irak, Afganistán y –quizá- Pakistán significan triunfon para la concepción multipolar del mundo. Paralamente, los enormes déficit interno y externo cuestionan la viabilidad del capitalismo estadounidense, víctima de la especulación financiera global. No en vano, Nicolas Sarkozy y Angela Merkel reinvindican el modelo europeo.

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