Dólar débil: ¿signo de desequilibrio mundial o su cura?

Tiene poca importancia que el euro cierre 2004 en US$ 1,33 ó 1,35. El trasfondo es un dólar en licuación. Algunos creen que el tema clave es un grave desajuste global y, quizá, la caída de la divisa referencial sea parte del remedio. O no.

14 diciembre, 2004

Al promediar diciembre, la moneda estadounidense ha bajado 9% durante 2004 contra una canasta de divisas rivales (euro, yen, libra esterlina, franco suizo). Pero el verdadero problema –cree la Organización de Cooperación pro Desarrollo Económico, reducto mercantilista- reside en un desequilibrio estructural de alcances planetarios.

Así, la OCDE define a los norteamericanos como “consumidores globales de última instancia” que viven por encima de sus medios, pues “importan mucho más de que producen y exportan”. Aparte, han abandonado casi del todo el ahorro interno y acumulan deudas por más de US$ 7,8 billones (7,1% del producto bruto calculado para este año). Hasta ahora, los estadounidenses lo pasan bien, en gran medida, porque gobiernos, fondos de todo tipo e inversores extranjeros compran deuda federal en forma de letras y bonos.

Parte del nuevo endeudamiento, de paso, es generado por dos monstruos hipotecarios paraestatales, Fannie Mae y Freddie Mac. Si bien la entidad con sede en París lo omite púdicamente, otra parte substancial financia la desastrosa posguerra en Irak (algo más de US$ 450.000 millones desde la “victoria” aliada).

Alguien menos romántico, Stephen Roach (Morgan Stanley), señala que “de no ser por el ingreso de fondos exógenos, las tasas de interés oscilarían 1,5/2% sobre sus niveles actuales” (2% las de cortísimo plazo, 4,25% las largas). Por supuesto, la “magia” de endeudarse para comprar cualquier cosa sin provocar un alza de intereses –más que la ultraderecha religiosa, en el fondo trivial- explica el triunfo de George W.Bush.

En este punto, la OCDE, Roach y algunos ortodoxos británicos afirman que hubo o hay otras economías beneficiarias. Por ejemplo, las exportaciones –pese al “supereuro”- sostuvieron hasta 2003 el crecimiento de la Eurozona (los 12) y Gran Bretaña, pese a lo ahorrativos que son sus habitantes y el anacrónico celo antinflacionario del Banco Central Europeo. Mejor dicho, del tratado de Maastricht y el pacto de responsabilidad (que los 12 acabarán hundiendo: a nadie le gusta suicidarse en aras de imaginarios equilibrios contables).

Aquellos mismos consumidores norteamericanos, de paso, están sacando del estancamiento a Japón. Pero esta tesis olvida que, a su vez, los japoneses tienen US$ 700.000 millones en bonos federales y su ahorro interno oscila en torno de US$ 11 billones (cifra similar al PBI estadounidense). Por supuesto, se trata de una situación legada por los 90, cuando Wall Street y la vanguardia tecnológica ofrecían a inversores del exterior una rentabilidad sin rivales. Después se pincharon algunas burbujas y, hoy, surge una paradoja: Internet, símbolo del triunfo tecnológico, depara buenos negocios sólo en publicidad y los dispositivos manuales múltiples son juguetes seductores, pero sólo para una franja acotada de usuarios en economías centrales.

Entretanto, Asia oriental y sudoriental vinculaban sus economías al dólar, por lo cual sus monedas son más débiles que la divisa referencial. Resultado: vastas reservas de dólares o deuda federal (en torno de US$ 1,8 billón). ¿Por qué? Porque han tomado fondos a EE.UU. vía exportaciones y se los han represtado a Washington vía títulos. Desde este ángulo, China, Japón, Surcorea y otros tienen excelentes motivos para no desear la licuación del dólar.

De ahí que sigan interviniendo en el mercado para impedir que la visa baje de ¥ 102 (antes, el piso era 104) . Por supuesto, la táctica tiene un límite: las propias reservas de sus bancos centrales. Llegado cierto punto, deberán solventar esas intervenciones vendiendo bonos norteamericanos. Si hacen eso, claro, colapsará el mercado global de deuda, donde se transan todo tipo de bono, sus cuberturas derivativas y la mar en coche. Otro aspecto del lío que la OCDE no tiene presente.

Ahora bien, como admiten esa fuente y Roach, el dólar alcanzó un máximo durante 2002 e iniciará 2005 en el piso. Eso significa que el cuadro cambia y el resto del mundo empieza a acumular menos activos en dólares. Así lo señaló Paul Volcker –antecesor de Alan Greenspan- y éste no pudo menos que admitirlo, aunque tratando de restarle relevancia. Aumenta, pues, la brecha entre exportación e importación (el déficit comercial, invisibles incluidos), teniendo en cuenta parámetros históricos. Este año, varios expertos estiman que EE.UU. habrá incrementado en US$ 670.000 millones su endeudamiento externo.

De acuerdo con la OCDE, la cifra equivale a 5,7% del PBI y carece de precedentes en ese plano. De hecho, dobla el máximo que varios analistas ortodoxos consideran tolerable. Vale decir que, de grado o por fuerza (mercados, resto del mundo), EE.UU. deberá volver al ahorro y comprar menos, muchos menos bienes y servicios. En esta hipótesis, el resto del planeta deberá ahorrar menos y comprar más, esencialmente a EE.UU.

Si eso se da en una economía global expansiva, la UE, Japòn, China, India, Méjico, Brasil, etc., dependerán más de su demanda interna y menos de la norteamericana. Ahí es cuando el dólar débil –cree Roach- será parte de la terapia. Su descenso abarata exportaciones y encarece importaciones estadounidenses. Pero existen obstáculos perfectamente lógicos. Verbigracia, la renuencia china a repreciar el yüan, o sea dejar que baje el dólar, hoy a YR 8,28. Las otras economías de la zona tienden a esperar una señal china, lo cual deja casi toda la carga sobre hombros europeos.

Los obstáculos no acaban ahí. El comercio mundial se ha complicado tanto que, a menudo, ya no es “exterior”, pues circula dentro de gigantescas transnacionales. Algunas son antiguas, otras fueron generadas –desde los 90- por la creciente derregulación de flujos financieros y la aceptación de conglomerados demasiado vastos. Ya en 2002, las “importaciones” dentro de las multinacionales con sede en EE.UU. superaban en US$ 130.000 a las exportaciones norteamericanas. Algunas consultoras estiman que el margen puede llegar a US$ 220.000 millones en 2004.

Todo lo descripto, empero, parte de una falacia quizá basada en presunciones del Fondo Monetario Internacional, ente desprestigiado por la baja calidad de técnicos, ejecutivos y cúpulas.
A saber, la idea de que la economía global está en pleno crecimiento. No parece ser ésa la realidad.

Al promediar diciembre, la moneda estadounidense ha bajado 9% durante 2004 contra una canasta de divisas rivales (euro, yen, libra esterlina, franco suizo). Pero el verdadero problema –cree la Organización de Cooperación pro Desarrollo Económico, reducto mercantilista- reside en un desequilibrio estructural de alcances planetarios.

Así, la OCDE define a los norteamericanos como “consumidores globales de última instancia” que viven por encima de sus medios, pues “importan mucho más de que producen y exportan”. Aparte, han abandonado casi del todo el ahorro interno y acumulan deudas por más de US$ 7,8 billones (7,1% del producto bruto calculado para este año). Hasta ahora, los estadounidenses lo pasan bien, en gran medida, porque gobiernos, fondos de todo tipo e inversores extranjeros compran deuda federal en forma de letras y bonos.

Parte del nuevo endeudamiento, de paso, es generado por dos monstruos hipotecarios paraestatales, Fannie Mae y Freddie Mac. Si bien la entidad con sede en París lo omite púdicamente, otra parte substancial financia la desastrosa posguerra en Irak (algo más de US$ 450.000 millones desde la “victoria” aliada).

Alguien menos romántico, Stephen Roach (Morgan Stanley), señala que “de no ser por el ingreso de fondos exógenos, las tasas de interés oscilarían 1,5/2% sobre sus niveles actuales” (2% las de cortísimo plazo, 4,25% las largas). Por supuesto, la “magia” de endeudarse para comprar cualquier cosa sin provocar un alza de intereses –más que la ultraderecha religiosa, en el fondo trivial- explica el triunfo de George W.Bush.

En este punto, la OCDE, Roach y algunos ortodoxos británicos afirman que hubo o hay otras economías beneficiarias. Por ejemplo, las exportaciones –pese al “supereuro”- sostuvieron hasta 2003 el crecimiento de la Eurozona (los 12) y Gran Bretaña, pese a lo ahorrativos que son sus habitantes y el anacrónico celo antinflacionario del Banco Central Europeo. Mejor dicho, del tratado de Maastricht y el pacto de responsabilidad (que los 12 acabarán hundiendo: a nadie le gusta suicidarse en aras de imaginarios equilibrios contables).

Aquellos mismos consumidores norteamericanos, de paso, están sacando del estancamiento a Japón. Pero esta tesis olvida que, a su vez, los japoneses tienen US$ 700.000 millones en bonos federales y su ahorro interno oscila en torno de US$ 11 billones (cifra similar al PBI estadounidense). Por supuesto, se trata de una situación legada por los 90, cuando Wall Street y la vanguardia tecnológica ofrecían a inversores del exterior una rentabilidad sin rivales. Después se pincharon algunas burbujas y, hoy, surge una paradoja: Internet, símbolo del triunfo tecnológico, depara buenos negocios sólo en publicidad y los dispositivos manuales múltiples son juguetes seductores, pero sólo para una franja acotada de usuarios en economías centrales.

Entretanto, Asia oriental y sudoriental vinculaban sus economías al dólar, por lo cual sus monedas son más débiles que la divisa referencial. Resultado: vastas reservas de dólares o deuda federal (en torno de US$ 1,8 billón). ¿Por qué? Porque han tomado fondos a EE.UU. vía exportaciones y se los han represtado a Washington vía títulos. Desde este ángulo, China, Japón, Surcorea y otros tienen excelentes motivos para no desear la licuación del dólar.

De ahí que sigan interviniendo en el mercado para impedir que la visa baje de ¥ 102 (antes, el piso era 104) . Por supuesto, la táctica tiene un límite: las propias reservas de sus bancos centrales. Llegado cierto punto, deberán solventar esas intervenciones vendiendo bonos norteamericanos. Si hacen eso, claro, colapsará el mercado global de deuda, donde se transan todo tipo de bono, sus cuberturas derivativas y la mar en coche. Otro aspecto del lío que la OCDE no tiene presente.

Ahora bien, como admiten esa fuente y Roach, el dólar alcanzó un máximo durante 2002 e iniciará 2005 en el piso. Eso significa que el cuadro cambia y el resto del mundo empieza a acumular menos activos en dólares. Así lo señaló Paul Volcker –antecesor de Alan Greenspan- y éste no pudo menos que admitirlo, aunque tratando de restarle relevancia. Aumenta, pues, la brecha entre exportación e importación (el déficit comercial, invisibles incluidos), teniendo en cuenta parámetros históricos. Este año, varios expertos estiman que EE.UU. habrá incrementado en US$ 670.000 millones su endeudamiento externo.

De acuerdo con la OCDE, la cifra equivale a 5,7% del PBI y carece de precedentes en ese plano. De hecho, dobla el máximo que varios analistas ortodoxos consideran tolerable. Vale decir que, de grado o por fuerza (mercados, resto del mundo), EE.UU. deberá volver al ahorro y comprar menos, muchos menos bienes y servicios. En esta hipótesis, el resto del planeta deberá ahorrar menos y comprar más, esencialmente a EE.UU.

Si eso se da en una economía global expansiva, la UE, Japòn, China, India, Méjico, Brasil, etc., dependerán más de su demanda interna y menos de la norteamericana. Ahí es cuando el dólar débil –cree Roach- será parte de la terapia. Su descenso abarata exportaciones y encarece importaciones estadounidenses. Pero existen obstáculos perfectamente lógicos. Verbigracia, la renuencia china a repreciar el yüan, o sea dejar que baje el dólar, hoy a YR 8,28. Las otras economías de la zona tienden a esperar una señal china, lo cual deja casi toda la carga sobre hombros europeos.

Los obstáculos no acaban ahí. El comercio mundial se ha complicado tanto que, a menudo, ya no es “exterior”, pues circula dentro de gigantescas transnacionales. Algunas son antiguas, otras fueron generadas –desde los 90- por la creciente derregulación de flujos financieros y la aceptación de conglomerados demasiado vastos. Ya en 2002, las “importaciones” dentro de las multinacionales con sede en EE.UU. superaban en US$ 130.000 a las exportaciones norteamericanas. Algunas consultoras estiman que el margen puede llegar a US$ 220.000 millones en 2004.

Todo lo descripto, empero, parte de una falacia quizá basada en presunciones del Fondo Monetario Internacional, ente desprestigiado por la baja calidad de técnicos, ejecutivos y cúpulas.
A saber, la idea de que la economía global está en pleno crecimiento. No parece ser ésa la realidad.

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