Discurso político y política económica

El gobierno adoptó, durante la semana pasada, una actitud triunfalista apoyado en resultados positivos de la balanza comercial del primer mes del año. Sin embargo, estos datos económicos no justificarían tanto optimismo.

15 marzo, 2000

Cuando un clima de pesadumbre y desazón había ido apoderándose de la sociedad en general y del equipo económico en particular, a mediados de la semana que terminó, sorprendentemente, el optimismo y el triunfalismo volvieron a dominar el ánimo de los principales funcionarios del área económica.

En las dos semanas previas, un cúmulo de datos adversos sobre la marcha del nivel de actividad en los dos primeros meses del año había instalado la sensación de que las consecuencias negativas del ajuste fiscal con que había iniciado su gestión el gobierno habían excedido a las expectativas más negativas.

Así, sin solución de continuidad se diseminaron los datos sobre el desempeño reciente de la industria, de las ventas de los supermercados y los centros de compras, de los cargos en las tarjetas de crédito, del volumen de préstamos al sector privado, del ingreso de capitales, del número de despidos en el área metropolitana y de la recaudación fiscal. Todos ellos, valores que tendían a mostrar que durante los dos primeros meses del año las cosas no habían ido bien para la mayoría de los productores y de los comerciantes.

Además, a partir de marzo iba a comenzar a notarse con mayor rigor, sobre el ingreso de los asalariados, el impacto negativo de las modificaciones introducidas en la liquidación del Impuesto a las Ganancias. En ese sentido, las encuestas sobre las expectativas de consumo mostraban que 81% de las respuestas advertía sobre la decisión de consumir menos; que 30% iba a reducir sus gastos de manera general; que un porcentaje semejante iba a suprimir consumos prescindibles, y que 20% optaría por derivar sus consumos a marcas de segunda línea.

Peor aun, los datos sobre la recaudación y los resultados negativos de las cuentas del Tesoro alertaban que las complicaciones con el FMI podían aparecer mucho antes de lo esperado, igual que con las provincias, gobernadas en su mayoría por la oposición. En particular, por la posibilidad de que el gobierno comenzara a tener dificultades para cumplir el compromiso de transferir los $ 1.350 millones por mes en concepto de piso y techo de recursos tributarios.

Mientras tanto, comenzaba a trascender la creciente preocupación del gobierno por el clima de decepción que estaba instalándose en el ánimo de la sociedad, y que los diversos medios periodísticos comenzaban a reflejar. Un reflejo de ello fueron los trascendidos que daban cuenta de febriles reuniones del equipo económico con el objeto de dar forma definitiva a un paquete de medidas de políticas activas que pudiera sacar a la economía local del letargo en que parecía estar sumida.

La balanza mágica
En ese contexto, el miércoles pasado se conocieron los datos correspondientes a la balanza comercial de enero, y una ola de optimismo y triunfalismo volvió a apoderarse de algunos funcionarios del equipo económico. Apoyado sobre un crecimiento de las exportaciones totales de 16% y una contracción de las importaciones de 6% sobre los valores de enero del año anterior, lo que generó un magro superávit de US$ 4 millones en el saldo de la balanza comercial (frente a un déficit de US$ 357 millones en el mismo mes de 1999), el jefe del gabinete de asesores del Ministerio de Economía, Pablo Gerchunoff, aseguró que “la economía está creciendo montada sobre una fuerte expansión de las exportaciones”.

A la vez, el secretario de Programación, Miguel Bein, no vaciló en asegurar que la economía crecerá 4% durante el corriente año. Y “somos conservadores con ese número”, agregó.

Pero, ¿qué es lo que muestran los datos difundidos por el Indec? Las exportaciones aumentaron en valor US$ 248 millones entre enero de ambos años. Las ventas de petróleo crudo dan cuenta de US$ 121 millones de ese total (168% más que en enero de 1999; se explica por el aumento de precios, ya que los volúmenes cayeron 12%), y las de trigo explican US$ 114 millones (182% más que en enero del ’99, resultado del aumento de las cantidades, porque los precios fueron 18% más bajos). En cambio, las exportaciones de maíz contribuyeron en una medida muy inferior: apenas US$ 12 millones de dólares (101% por aumento de los volúmenes, ya que los precios cayeron 15%). Estos tres bienes explican, por sí solos, casi el 100% del incremento total de las exportaciones.

Alzas y bajas
Se trata, como se ve, de un salto en las ventas externas que se origina en las mayores cosechas y en el fuerte aumento del precio del petróleo. Factores que, por otra parte, no son de carácter permanente. Ello implica, por lo demás, que la evolución de las exportaciones de los restantes rubros colocados en los mercados externos se hayan compensado entre subas y bajas.

Entre las alzas se destaca el incremento de 11% en las exportaciones de manufacturas de origen industrial, que apenas da cuenta de US$ 47 millones de dólares de los 248 que aumentó el total de las exportaciones. Los datos del Indec no señalan cuáles son los rubros que explican ese mayor crecimiento, aunque la información proveniente del sector industrial tiende a confirmar que se trataría de los commodities fabriles de uso difundido, tales como los productos químicos y petroquímicos (que también se han visto favorecidos por el aumento de los precios del petróleo) y de algunos bienes siderúrgicos. Por el lado de las caídas, se destacan las de automotores, subproductos de soja y aceite de soja.

Vale señalar, por último, que las exportaciones de bienes, a valores corrientes, representan alrededor de 8% del PBI total. Ello significa que si crecieran 12% durante el año, como destacó Gerchunoff, agregarían un punto a la tasa de crecimiento del producto. Es decir que para llegar a 4% (“estimación conservadora”, según Bein) de incremento durante 2000, el consumo y la inversión no deberían crecer menos de 3% conjuntamente (y las compras externas no deberían aumentar).

Claro está que si las importaciones, en lugar de permanecer en los mismos valores del año anterior, se incrementaran, como señalan algunas consultoras, 10%, el consumo y la inversión deberán crecer, como mínimo, 4% para alcanzar la meta de 4% del PBI global. Se trata, en ambas situaciones, de cifras que claramente no resultan inalcanzables pero que, sin embargo, por los datos hasta ahora conocidos, demandarán un considerable esfuerzo.

Expectativas negativas
Al respecto, vale reiterar las fuertes expectativas negativas que exhiben los consumidores, al tiempo que los indicadores parciales sobre el proceso de inversión no muestran tampoco signos demasiado alentadores. En este último sentido, los datos difundidos por el Indec sobre las importaciones de bienes de capital durante el primer mes del año muestran una fuerte caída respecto de igual mes de 1999 (11%), que, junto con la disminución de las compras de automotores, dan cuenta de la casi totalidad de la contracción de las importaciones en enero de este año.

Más aun, las compras de partes y piezas para los bienes de capital exhiben un virtual estancamiento. A la vez, el mercado de crédito para la construcción no muestra, tampoco, un particular dinamismo.

En otras palabras, los números resultan consistentes con la actitud general que se percibe entre la mayoría de los inversores; esto es, de cautela y de esperar y ver, hasta que los resultados anunciados y esperados por el equipo económico se concreten. El debate es si esos resultados van a tardar mucho en aparecer; porque, aparentemente, la desazón social está apoderándose no sólo del ánimo colectivo sino, también, de un segmento no despreciable del gobierno.

El mismo error
Cuando a comienzos de enero el ministro de Economía, José Luis Machinea, anunció que la recesión había terminado, fueron pocos los analistas económicos que compraron esa afirmación. En particular, porque estaba apoyada en unos escasos datos parciales referidos a un solo sector de actividad que representa menos de 20% del PBI total. Los hechos posteriores confirmaron que la salida de la recesión era más lenta que lo esperado y que, en todo caso, los sectores que estaban exhibiendo un mayor dinamismo en su producción y sus ventas eran pocos y que el derrame de sus efectos sobre las restantes actividades era reducido.

Dos meses después parece que se vuelve a incurrir en el mismo error: apoyados en datos parciales sobre la balanza comercial del primer mes del año y en la exitosa colocación de un bono en los mercados externos, el discurso triunfalista vuelve a impregnar las palabras de los funcionarios económicos, cuando la mayoría de los otros datos económicos no tienden a justificar tanto optimismo y cuando algunos de los miembros del equipo económico reconocen que con pocos datos no es posible extraer conclusiones definitivas.

Esas actitudes triunfalistas traen dos consecuencias inmediatas: por un lado, cuando no se confirman, le quitan credibilidad a quienes las formulan; por el otro, exageran la debilidad del gobierno y la desconfianza en sus políticas cuando tiene que apelar a recursos discursivos como los señalados.

N.B.E

Cuando un clima de pesadumbre y desazón había ido apoderándose de la sociedad en general y del equipo económico en particular, a mediados de la semana que terminó, sorprendentemente, el optimismo y el triunfalismo volvieron a dominar el ánimo de los principales funcionarios del área económica.

En las dos semanas previas, un cúmulo de datos adversos sobre la marcha del nivel de actividad en los dos primeros meses del año había instalado la sensación de que las consecuencias negativas del ajuste fiscal con que había iniciado su gestión el gobierno habían excedido a las expectativas más negativas.

Así, sin solución de continuidad se diseminaron los datos sobre el desempeño reciente de la industria, de las ventas de los supermercados y los centros de compras, de los cargos en las tarjetas de crédito, del volumen de préstamos al sector privado, del ingreso de capitales, del número de despidos en el área metropolitana y de la recaudación fiscal. Todos ellos, valores que tendían a mostrar que durante los dos primeros meses del año las cosas no habían ido bien para la mayoría de los productores y de los comerciantes.

Además, a partir de marzo iba a comenzar a notarse con mayor rigor, sobre el ingreso de los asalariados, el impacto negativo de las modificaciones introducidas en la liquidación del Impuesto a las Ganancias. En ese sentido, las encuestas sobre las expectativas de consumo mostraban que 81% de las respuestas advertía sobre la decisión de consumir menos; que 30% iba a reducir sus gastos de manera general; que un porcentaje semejante iba a suprimir consumos prescindibles, y que 20% optaría por derivar sus consumos a marcas de segunda línea.

Peor aun, los datos sobre la recaudación y los resultados negativos de las cuentas del Tesoro alertaban que las complicaciones con el FMI podían aparecer mucho antes de lo esperado, igual que con las provincias, gobernadas en su mayoría por la oposición. En particular, por la posibilidad de que el gobierno comenzara a tener dificultades para cumplir el compromiso de transferir los $ 1.350 millones por mes en concepto de piso y techo de recursos tributarios.

Mientras tanto, comenzaba a trascender la creciente preocupación del gobierno por el clima de decepción que estaba instalándose en el ánimo de la sociedad, y que los diversos medios periodísticos comenzaban a reflejar. Un reflejo de ello fueron los trascendidos que daban cuenta de febriles reuniones del equipo económico con el objeto de dar forma definitiva a un paquete de medidas de políticas activas que pudiera sacar a la economía local del letargo en que parecía estar sumida.

La balanza mágica
En ese contexto, el miércoles pasado se conocieron los datos correspondientes a la balanza comercial de enero, y una ola de optimismo y triunfalismo volvió a apoderarse de algunos funcionarios del equipo económico. Apoyado sobre un crecimiento de las exportaciones totales de 16% y una contracción de las importaciones de 6% sobre los valores de enero del año anterior, lo que generó un magro superávit de US$ 4 millones en el saldo de la balanza comercial (frente a un déficit de US$ 357 millones en el mismo mes de 1999), el jefe del gabinete de asesores del Ministerio de Economía, Pablo Gerchunoff, aseguró que “la economía está creciendo montada sobre una fuerte expansión de las exportaciones”.

A la vez, el secretario de Programación, Miguel Bein, no vaciló en asegurar que la economía crecerá 4% durante el corriente año. Y “somos conservadores con ese número”, agregó.

Pero, ¿qué es lo que muestran los datos difundidos por el Indec? Las exportaciones aumentaron en valor US$ 248 millones entre enero de ambos años. Las ventas de petróleo crudo dan cuenta de US$ 121 millones de ese total (168% más que en enero de 1999; se explica por el aumento de precios, ya que los volúmenes cayeron 12%), y las de trigo explican US$ 114 millones (182% más que en enero del ’99, resultado del aumento de las cantidades, porque los precios fueron 18% más bajos). En cambio, las exportaciones de maíz contribuyeron en una medida muy inferior: apenas US$ 12 millones de dólares (101% por aumento de los volúmenes, ya que los precios cayeron 15%). Estos tres bienes explican, por sí solos, casi el 100% del incremento total de las exportaciones.

Alzas y bajas
Se trata, como se ve, de un salto en las ventas externas que se origina en las mayores cosechas y en el fuerte aumento del precio del petróleo. Factores que, por otra parte, no son de carácter permanente. Ello implica, por lo demás, que la evolución de las exportaciones de los restantes rubros colocados en los mercados externos se hayan compensado entre subas y bajas.

Entre las alzas se destaca el incremento de 11% en las exportaciones de manufacturas de origen industrial, que apenas da cuenta de US$ 47 millones de dólares de los 248 que aumentó el total de las exportaciones. Los datos del Indec no señalan cuáles son los rubros que explican ese mayor crecimiento, aunque la información proveniente del sector industrial tiende a confirmar que se trataría de los commodities fabriles de uso difundido, tales como los productos químicos y petroquímicos (que también se han visto favorecidos por el aumento de los precios del petróleo) y de algunos bienes siderúrgicos. Por el lado de las caídas, se destacan las de automotores, subproductos de soja y aceite de soja.

Vale señalar, por último, que las exportaciones de bienes, a valores corrientes, representan alrededor de 8% del PBI total. Ello significa que si crecieran 12% durante el año, como destacó Gerchunoff, agregarían un punto a la tasa de crecimiento del producto. Es decir que para llegar a 4% (“estimación conservadora”, según Bein) de incremento durante 2000, el consumo y la inversión no deberían crecer menos de 3% conjuntamente (y las compras externas no deberían aumentar).

Claro está que si las importaciones, en lugar de permanecer en los mismos valores del año anterior, se incrementaran, como señalan algunas consultoras, 10%, el consumo y la inversión deberán crecer, como mínimo, 4% para alcanzar la meta de 4% del PBI global. Se trata, en ambas situaciones, de cifras que claramente no resultan inalcanzables pero que, sin embargo, por los datos hasta ahora conocidos, demandarán un considerable esfuerzo.

Expectativas negativas
Al respecto, vale reiterar las fuertes expectativas negativas que exhiben los consumidores, al tiempo que los indicadores parciales sobre el proceso de inversión no muestran tampoco signos demasiado alentadores. En este último sentido, los datos difundidos por el Indec sobre las importaciones de bienes de capital durante el primer mes del año muestran una fuerte caída respecto de igual mes de 1999 (11%), que, junto con la disminución de las compras de automotores, dan cuenta de la casi totalidad de la contracción de las importaciones en enero de este año.

Más aun, las compras de partes y piezas para los bienes de capital exhiben un virtual estancamiento. A la vez, el mercado de crédito para la construcción no muestra, tampoco, un particular dinamismo.

En otras palabras, los números resultan consistentes con la actitud general que se percibe entre la mayoría de los inversores; esto es, de cautela y de esperar y ver, hasta que los resultados anunciados y esperados por el equipo económico se concreten. El debate es si esos resultados van a tardar mucho en aparecer; porque, aparentemente, la desazón social está apoderándose no sólo del ánimo colectivo sino, también, de un segmento no despreciable del gobierno.

El mismo error
Cuando a comienzos de enero el ministro de Economía, José Luis Machinea, anunció que la recesión había terminado, fueron pocos los analistas económicos que compraron esa afirmación. En particular, porque estaba apoyada en unos escasos datos parciales referidos a un solo sector de actividad que representa menos de 20% del PBI total. Los hechos posteriores confirmaron que la salida de la recesión era más lenta que lo esperado y que, en todo caso, los sectores que estaban exhibiendo un mayor dinamismo en su producción y sus ventas eran pocos y que el derrame de sus efectos sobre las restantes actividades era reducido.

Dos meses después parece que se vuelve a incurrir en el mismo error: apoyados en datos parciales sobre la balanza comercial del primer mes del año y en la exitosa colocación de un bono en los mercados externos, el discurso triunfalista vuelve a impregnar las palabras de los funcionarios económicos, cuando la mayoría de los otros datos económicos no tienden a justificar tanto optimismo y cuando algunos de los miembros del equipo económico reconocen que con pocos datos no es posible extraer conclusiones definitivas.

Esas actitudes triunfalistas traen dos consecuencias inmediatas: por un lado, cuando no se confirman, le quitan credibilidad a quienes las formulan; por el otro, exageran la debilidad del gobierno y la desconfianza en sus políticas cuando tiene que apelar a recursos discursivos como los señalados.

N.B.E

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