Después de años, se profundiza el debate ideológico en China

La reforma constitucional no detiene algo inédito desde antes de la II guerra mundial. El partido Popular (comunista) sigue discutiendo sobre socialismo y capitalismo. Esto demora, desde meses, proyectos como la ley sobre patentes.

8 mayo, 2007

Lo sucedido en el cónclave de la reforma subraya la renovada influencia de un grupo, chico pero estruendoso, de graduados y expertos políticos con inclinaciones izquierdistas. Estos pensadores esgrimen la creciente brecha que separa pobres de ricos y su correlato, el malestar social en avance, para ventilar dudas sobre lo que ven como la obsesión por promover riqueza privada y un desarrollo económico proclive a los mercados especulativos.

Los nuevos debates remiten a agrias objeciones contra el proyecto pro patentes y marcas registradas, hecho circular por el gobierno en Internet hace más de un año. El principal crítico, Gong Xiantian (facultad de derecho, universidad de Beijing), acusó a quienes redactaron el borrador por “copiar servilmente leyes capitalistas, brindando a un millonario la misma protección que a un campesino”. Gong señaló que el proyecto “olvida que la propiedad social es inviolable, principio otrora intocable en China”.

Quienes tachan el ataque como resabio de otros tiempos subestiman el persistente atractivo del socialismo en un país plagado de clamorosas disparidades, corrupción rampante, abusos laborales y confiscación de tierras. “Aun luego de la reforma constitucional, este gobierno sólo se moviliza si existe consenso amplio”, explicaba Mao Shoulong, experto en políticas públicas. “Por ahora, ese consenso continúa en el limbo”. Así lo comprobaron, hace meses, el secretario norteamericano de hacienda Henry Paulson y Benjamin Bernanke, jefe de la Reserva Federal.

El fenómeno no parece en vías de comprometer el crecimiento apoyado en los mercados (que no pesan tanto como imaginan columnistas occidentales). Tiempo atrás, el presidente Hu Jintao y el primer ministro Wen Jiabao recordaban que “las reformas pronto comenzarán a sentirse”. Por cierto, China se ha atenido a sus compromisos sobre apertura comercial y ha permitido el ingreso de miles de millones de dólares en un sector antes tan “blindado” como el financiero.

Algunos funcionarios insisten en que la ley de patentes, que tomó nueve años de preparación y expandirá el concepto de derechos existente en la nueva constitución (que actualiza la de 2003, debe señalrse), será promulgada, tarde o temprano. Pero con significativas modificaciones.

Ocurre que, a propósito o no, Hu y Wen desataron los debates, cuando convirtieron la creciente desigualdad social y económica en caballito de batalla y las injusticias rurales en núcleo del plan quinquenal 2006-10. Los medios, controlados por el estado, están repleto de noticias y exhortaciones para erigir la igualdad social en clave de la política económica, desplazando el énfasis en el veloz crecimientos y la creación de riqueza. Desde que alcanzó el poder en 2002, el dúo ha buscado legitimar credenciales izquierdistas reivindicando a Mao Zedong y el marxismo (como si patriarca lo hubiese aplicado en serio).

Hu trata de distanciarse, así, de su antecesor Jian Zemin, que llegó a invitar a empresarios privados para afiliarse al partido. Su pecado fue permitir a altos funcionarios con aceitados contactos en el gobierno central y los provinciales enriquecerse a costa de bienes públicos y de la población. “En sí, Hu es centrista. Pero –observa gente del partido que prefiere no identificarse- viró a la izquierda para restablecer equilibrios y ofrecer a la vieja guarda oportunidades inéditas en años”.

Por consiguiente, la cúpula quizás encuentre más difícil perseguir soluciones orientadas al mercado para urgentes problemas que, por otra parte, tampoco en Occidente le interesan. Por ejemplo, atención médica rural, lucha contra la corrupción sistémica, acceso a la educación o reformas en banca y seguros.

Lo sucedido en el cónclave de la reforma subraya la renovada influencia de un grupo, chico pero estruendoso, de graduados y expertos políticos con inclinaciones izquierdistas. Estos pensadores esgrimen la creciente brecha que separa pobres de ricos y su correlato, el malestar social en avance, para ventilar dudas sobre lo que ven como la obsesión por promover riqueza privada y un desarrollo económico proclive a los mercados especulativos.

Los nuevos debates remiten a agrias objeciones contra el proyecto pro patentes y marcas registradas, hecho circular por el gobierno en Internet hace más de un año. El principal crítico, Gong Xiantian (facultad de derecho, universidad de Beijing), acusó a quienes redactaron el borrador por “copiar servilmente leyes capitalistas, brindando a un millonario la misma protección que a un campesino”. Gong señaló que el proyecto “olvida que la propiedad social es inviolable, principio otrora intocable en China”.

Quienes tachan el ataque como resabio de otros tiempos subestiman el persistente atractivo del socialismo en un país plagado de clamorosas disparidades, corrupción rampante, abusos laborales y confiscación de tierras. “Aun luego de la reforma constitucional, este gobierno sólo se moviliza si existe consenso amplio”, explicaba Mao Shoulong, experto en políticas públicas. “Por ahora, ese consenso continúa en el limbo”. Así lo comprobaron, hace meses, el secretario norteamericano de hacienda Henry Paulson y Benjamin Bernanke, jefe de la Reserva Federal.

El fenómeno no parece en vías de comprometer el crecimiento apoyado en los mercados (que no pesan tanto como imaginan columnistas occidentales). Tiempo atrás, el presidente Hu Jintao y el primer ministro Wen Jiabao recordaban que “las reformas pronto comenzarán a sentirse”. Por cierto, China se ha atenido a sus compromisos sobre apertura comercial y ha permitido el ingreso de miles de millones de dólares en un sector antes tan “blindado” como el financiero.

Algunos funcionarios insisten en que la ley de patentes, que tomó nueve años de preparación y expandirá el concepto de derechos existente en la nueva constitución (que actualiza la de 2003, debe señalrse), será promulgada, tarde o temprano. Pero con significativas modificaciones.

Ocurre que, a propósito o no, Hu y Wen desataron los debates, cuando convirtieron la creciente desigualdad social y económica en caballito de batalla y las injusticias rurales en núcleo del plan quinquenal 2006-10. Los medios, controlados por el estado, están repleto de noticias y exhortaciones para erigir la igualdad social en clave de la política económica, desplazando el énfasis en el veloz crecimientos y la creación de riqueza. Desde que alcanzó el poder en 2002, el dúo ha buscado legitimar credenciales izquierdistas reivindicando a Mao Zedong y el marxismo (como si patriarca lo hubiese aplicado en serio).

Hu trata de distanciarse, así, de su antecesor Jian Zemin, que llegó a invitar a empresarios privados para afiliarse al partido. Su pecado fue permitir a altos funcionarios con aceitados contactos en el gobierno central y los provinciales enriquecerse a costa de bienes públicos y de la población. “En sí, Hu es centrista. Pero –observa gente del partido que prefiere no identificarse- viró a la izquierda para restablecer equilibrios y ofrecer a la vieja guarda oportunidades inéditas en años”.

Por consiguiente, la cúpula quizás encuentre más difícil perseguir soluciones orientadas al mercado para urgentes problemas que, por otra parte, tampoco en Occidente le interesan. Por ejemplo, atención médica rural, lucha contra la corrupción sistémica, acceso a la educación o reformas en banca y seguros.

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