Desde ahora, la UE cuenta con 27 socios: entran Rumania y Bulgaria

El número de economías “subdesarrolladas” aumenta peligrosamente en la UE. Eso sin contar retrasos sociales e institucionales. A cinco años de regir el euro, aparte, apenas trece de los 27 socios lo usa como moneda única.

31 diciembre, 2006

El contexto dista de ser positivo y, cono sostienen analistas de varios países –dentro o fuera de la Eurozona-, ciertas condiciones impuestas a los dos nuevos parecen un chiste. En especial, adoptar el proyecto de tratado constitucional que ha sido rechazado por Francia y Holanda. Es más: de no haberse suspendido los plebiscitos, igual habría ocurrido en Gran Bretaña, Dinamarca y otros. A mediados de diciembre, los jefes de estado no trepidaron en agregar esa incongruencia a otras.

Rumania y Bulgaria exhiben retrasos económicos, políticos e institucionales –corrupción, delito organizado- que se suman a los de Polonia, Eslovaquia, Letonia, Lituania, Malta (casi un “no país) y, en particular, Chipre, o sea sus dos tercios de habla griega. Por el contrario, la Comisión europea ha trabado las negociaciones con Turquía, un país estratégico, con 70 millones y mejores índices de desarrollo que los citados, salvo Polonia.

Podría argüírse que semejante número de musulmanes sería traumático para la cristiana Europa. No es tan así. Primero, porque ese cristianismo ya está dividido en catolicismo y dos grandes alas protestantes (luterana, calvinista), sin contar la criptocatólica iglesia inglesa. Segundo, porque Sofía y Budapest representan dos considerables aportes de católicos ortodoxos orientales. Tercero, porque –bajo el actual papa-, el Vaticano ya no sostiene las objeciones de su antecesor polaco al ingreso turco.

Este proceso no para en esas contradicciones. La imprudente celeridad en incorporar Rumania y Bulgaria no obsta para que, en adelante, haya más severidad con futuros aspirantes. Para el caso, Croacia, Servia, Montenegro (que usa el euro por su propia cuenta) y Albania. Francia, empeñada ahora en bloquear a Turquía, ha presionado para aumentar el componente político en las exigencias. Pero su intención es otra: como Polonia, trata de neutralizar todo intento de reducir o eliminar los escandalosos subsidios agrícolas que traban el libre comercio internacional (aunque el sector rural no pese en las elecciones, como en tiempos de Edgar Faure).

En lo tocante al euro, su único éxito será ahora la incorporación de la pequeña Eslovenia, que convertirá los doce en trece a la mesa. Pero nada puede ocultar la gran inconsistencia de la Eurozona: la ausencia de Gran Bretaña, aferrada a su hoy doméstica libra y a un “espléndido aislamiento” (definición de Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord) que remite el mercantilismo del siglo XIX. Como señalan medios galos, “en varios sentidos, la economía británica es instrumento de la bolsa londinense”.

Pese a todo eso, justamente durante el último bimestre el euro ha desplazado al dólar como divisa de intercambio y cálculo de reservas en el globo. Así sostienen el instituto Gallup -en una encuesta encargada por la CE- y el “Financial times”. El periódico inglés señala que, debido a la repreciación del euro (llegó a picos de US$ 1,335 hace algunos días), éste marca una circulación de € 610 millones, superior a la del dólar (US$ 595 millones, o sea € 458 millones, tomando la paridad de € 1,3/US$ 0,77). Esto no tiene en cuenta que, desde enero, Irán pasará reservas e intercambio del dólar al euro y al franco suizo.

Por el contrario, Gallup señala que el público de la Eurozona sigue mal dispuesto hacia la moneda común. En Francia, 64,5% cree que el euro ha inflado precios. Proporción que sube a 76% en Alemania, 90% en Italia y Austria o 95% en Portugal y Bélgica. Sea como fuere, de veintisiete miembros menos de la mitad (trece) adhieren a lo que hoy es la mayor divisa del mundo.

El contexto dista de ser positivo y, cono sostienen analistas de varios países –dentro o fuera de la Eurozona-, ciertas condiciones impuestas a los dos nuevos parecen un chiste. En especial, adoptar el proyecto de tratado constitucional que ha sido rechazado por Francia y Holanda. Es más: de no haberse suspendido los plebiscitos, igual habría ocurrido en Gran Bretaña, Dinamarca y otros. A mediados de diciembre, los jefes de estado no trepidaron en agregar esa incongruencia a otras.

Rumania y Bulgaria exhiben retrasos económicos, políticos e institucionales –corrupción, delito organizado- que se suman a los de Polonia, Eslovaquia, Letonia, Lituania, Malta (casi un “no país) y, en particular, Chipre, o sea sus dos tercios de habla griega. Por el contrario, la Comisión europea ha trabado las negociaciones con Turquía, un país estratégico, con 70 millones y mejores índices de desarrollo que los citados, salvo Polonia.

Podría argüírse que semejante número de musulmanes sería traumático para la cristiana Europa. No es tan así. Primero, porque ese cristianismo ya está dividido en catolicismo y dos grandes alas protestantes (luterana, calvinista), sin contar la criptocatólica iglesia inglesa. Segundo, porque Sofía y Budapest representan dos considerables aportes de católicos ortodoxos orientales. Tercero, porque –bajo el actual papa-, el Vaticano ya no sostiene las objeciones de su antecesor polaco al ingreso turco.

Este proceso no para en esas contradicciones. La imprudente celeridad en incorporar Rumania y Bulgaria no obsta para que, en adelante, haya más severidad con futuros aspirantes. Para el caso, Croacia, Servia, Montenegro (que usa el euro por su propia cuenta) y Albania. Francia, empeñada ahora en bloquear a Turquía, ha presionado para aumentar el componente político en las exigencias. Pero su intención es otra: como Polonia, trata de neutralizar todo intento de reducir o eliminar los escandalosos subsidios agrícolas que traban el libre comercio internacional (aunque el sector rural no pese en las elecciones, como en tiempos de Edgar Faure).

En lo tocante al euro, su único éxito será ahora la incorporación de la pequeña Eslovenia, que convertirá los doce en trece a la mesa. Pero nada puede ocultar la gran inconsistencia de la Eurozona: la ausencia de Gran Bretaña, aferrada a su hoy doméstica libra y a un “espléndido aislamiento” (definición de Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord) que remite el mercantilismo del siglo XIX. Como señalan medios galos, “en varios sentidos, la economía británica es instrumento de la bolsa londinense”.

Pese a todo eso, justamente durante el último bimestre el euro ha desplazado al dólar como divisa de intercambio y cálculo de reservas en el globo. Así sostienen el instituto Gallup -en una encuesta encargada por la CE- y el “Financial times”. El periódico inglés señala que, debido a la repreciación del euro (llegó a picos de US$ 1,335 hace algunos días), éste marca una circulación de € 610 millones, superior a la del dólar (US$ 595 millones, o sea € 458 millones, tomando la paridad de € 1,3/US$ 0,77). Esto no tiene en cuenta que, desde enero, Irán pasará reservas e intercambio del dólar al euro y al franco suizo.

Por el contrario, Gallup señala que el público de la Eurozona sigue mal dispuesto hacia la moneda común. En Francia, 64,5% cree que el euro ha inflado precios. Proporción que sube a 76% en Alemania, 90% en Italia y Austria o 95% en Portugal y Bélgica. Sea como fuere, de veintisiete miembros menos de la mitad (trece) adhieren a lo que hoy es la mayor divisa del mundo.

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