De pronto, George W.Bush propone limitar el efecto invernadero

Fue una sorpresa. Tras seis años sin políticas ambientales, Washington rompe –parece- con el “lobby” petrolero que representa el vicepresidente Richard Cheney y admite que el recalentamiento global es un riesgo.

1 junio, 2007

Su ex oponente electoral (2000) y actual campeón del ecosistema, Albert Gore, se resistía a creerlo. El jueves, Bush propuso que los quince países más contaminantes del mundo fijasen metas concretas para emisiones de monóxido y dióxido de carbono. Vale decir, gases generados por combustibles fósiles, en esencia hidrocarburos.

Pero no es oro todo cuanto reluce. El presidente no tiene apuro: sus objetivos serán de largo plazo y recién se definirán en el curso de 2008 para aplicarse desde 2012. Esto es, al expirar el protocolo de Kyoto, un largo sueño frustrado, especialmente porque el anfitrión de entonces (Japón) continúa contaminando y, de paso, exterminando ballenas. Las necesidades de combustibles y las supersticiones dietéticas niponas pueden más.

El mensaje de Bush alude a China, India, Brasil, Surcorea, Australia, Sudáfrica y su propio país. Pero no menciona a Japón ni recuerda que Brasil es líder en etanol, un combustible limpio, no fósil y renovable. Por otra parte, los anuncios de la Casa Blanca se relacionan con la próxima cumbre en Alemania del Grupo de los 8 (miércoles 6). Ahí el efecto invernadero dominará la agenda, quizá secundado por un informe germano sobre “fondos langostas”, o sea cerrados -compras apalancadas- y de cobertura (derivativos).

La canciller alemana y actual presidente de la Unión Europea, Angela Merkel, apoyó a Bush. Por el contrario, la demócrata Nancy Pelosi (líder de diputados y mujer más poderosa de EE.UU.) afirmó que “el anuncio no responde a la gravedad de la crisis, sino a los tiempos del negocio petrolero y sus aliados en el gobierno”. Voceros de algunas entidades ecologistas directamente calificaron a Bush de “vago e hipócrita”. Más prácticos, varios dirigentes a ambos lados del Atlántico sugerían “aprovechar el G 8 para poner a Japón contra las cuerdas”.

Su ex oponente electoral (2000) y actual campeón del ecosistema, Albert Gore, se resistía a creerlo. El jueves, Bush propuso que los quince países más contaminantes del mundo fijasen metas concretas para emisiones de monóxido y dióxido de carbono. Vale decir, gases generados por combustibles fósiles, en esencia hidrocarburos.

Pero no es oro todo cuanto reluce. El presidente no tiene apuro: sus objetivos serán de largo plazo y recién se definirán en el curso de 2008 para aplicarse desde 2012. Esto es, al expirar el protocolo de Kyoto, un largo sueño frustrado, especialmente porque el anfitrión de entonces (Japón) continúa contaminando y, de paso, exterminando ballenas. Las necesidades de combustibles y las supersticiones dietéticas niponas pueden más.

El mensaje de Bush alude a China, India, Brasil, Surcorea, Australia, Sudáfrica y su propio país. Pero no menciona a Japón ni recuerda que Brasil es líder en etanol, un combustible limpio, no fósil y renovable. Por otra parte, los anuncios de la Casa Blanca se relacionan con la próxima cumbre en Alemania del Grupo de los 8 (miércoles 6). Ahí el efecto invernadero dominará la agenda, quizá secundado por un informe germano sobre “fondos langostas”, o sea cerrados -compras apalancadas- y de cobertura (derivativos).

La canciller alemana y actual presidente de la Unión Europea, Angela Merkel, apoyó a Bush. Por el contrario, la demócrata Nancy Pelosi (líder de diputados y mujer más poderosa de EE.UU.) afirmó que “el anuncio no responde a la gravedad de la crisis, sino a los tiempos del negocio petrolero y sus aliados en el gobierno”. Voceros de algunas entidades ecologistas directamente calificaron a Bush de “vago e hipócrita”. Más prácticos, varios dirigentes a ambos lados del Atlántico sugerían “aprovechar el G 8 para poner a Japón contra las cuerdas”.

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