En esencia, pesa Irán, cuarto productor y tercer exportador mundial. También influyen guerras civiles en Nigeria e Irak. No obstante, ningún analista estratégico serio cree que el Consejo de Seguridad aplique sanciones duras a Tehrán por su programa nuclear o que Estados Unidos e Israel pasen a las vías de hecho.
Esta falta de explicaciones novedosas abre camino a cualquier cosa. Por ejemplo, el Fund for Peace y “Foreign policy” sacaron una oportuna lista de sesenta países “fracasados” y en peligro de colapso. Amén de casos obvios (Afganistán, Haitì, Colombia, Irak, Zimbabwe, Somalía, etc.), aparecen Bolivia y Venezuela.
En lo tocante al altiplano, sus decisiones distan de ser sorpresivas. Cumpliendo promesas electorales (algo que su colega uruguayo no hace), el presidente Evo Morales renacionalizó el gas y hará lo mismo con otros recursos naturales no renovables, alineándose con Venezuela, Brasil, Saudiarabia, Irán, Libia, Argelia, China y otros. Este detalle es pasado por alto en la campaña conservadora contra el gobierno boliviano.
El nuevo régimen prescribe a las compañías extranjeras –no son expropiadas al estilo ruso- enviar la producción a Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB, privatizado en 1996/7), que supervisará refinamiento, industrialización y ventas. El objetivo final de Morales parece residir en recobrar empresas privatizadas a bajo precio en los años 90, mediante la toma de acciones en poder de no residentes. Pero eso depende de conversaciones con España, Brasil, Argentina, Venezuela y Chile, que han tomado con prudencia los anuncios presidenciales.
Las presumibles negociaciones con Madrid y Brasilia obedecen a un hecho claro: el gas era explotado conjuntamente por Repsol YPF y Petrobrás. Al respecto, debe recordarse que Bolivia es segunda por reservas gasíferas en Sudamérica. Los intereses extranjeros en hidrocarburos incluyen British Petroleum y la francesa Total. Entretanto, el departamento de Estado norteamericano muestra cautela, igual que en el conflicto Argentina-Uruguay (aunque éste el interesa como herramienta para liquidar el Mercosur). Por otra parte, Estados Unidos obtiene su gas de fuentes locales, Canadá y Méjico.
Washington presta más atención a un aspecto poco mencionado: la creciente infuencia china en Bolivia. Sin mantener las distancias de otros socios comerciales de Beijing (Chile, Méjico y, todavía, Perú), lo primero que hizo Morales al ser electo fue entrevistarse con el presidente Hu Jintao, en tanto su gobierno simpatiza con Andrés Solís Rada, ex senador de izquierdas y hoy a cargo de políticas en materia de energía y combustibles. Además, es una “bête noire” para usinas conservadoras como Heritage Foundation, instituto Cato y similares. El mandatario boliviano definió a China como “aliada estratégica”.
En esencia, pesa Irán, cuarto productor y tercer exportador mundial. También influyen guerras civiles en Nigeria e Irak. No obstante, ningún analista estratégico serio cree que el Consejo de Seguridad aplique sanciones duras a Tehrán por su programa nuclear o que Estados Unidos e Israel pasen a las vías de hecho.
Esta falta de explicaciones novedosas abre camino a cualquier cosa. Por ejemplo, el Fund for Peace y “Foreign policy” sacaron una oportuna lista de sesenta países “fracasados” y en peligro de colapso. Amén de casos obvios (Afganistán, Haitì, Colombia, Irak, Zimbabwe, Somalía, etc.), aparecen Bolivia y Venezuela.
En lo tocante al altiplano, sus decisiones distan de ser sorpresivas. Cumpliendo promesas electorales (algo que su colega uruguayo no hace), el presidente Evo Morales renacionalizó el gas y hará lo mismo con otros recursos naturales no renovables, alineándose con Venezuela, Brasil, Saudiarabia, Irán, Libia, Argelia, China y otros. Este detalle es pasado por alto en la campaña conservadora contra el gobierno boliviano.
El nuevo régimen prescribe a las compañías extranjeras –no son expropiadas al estilo ruso- enviar la producción a Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB, privatizado en 1996/7), que supervisará refinamiento, industrialización y ventas. El objetivo final de Morales parece residir en recobrar empresas privatizadas a bajo precio en los años 90, mediante la toma de acciones en poder de no residentes. Pero eso depende de conversaciones con España, Brasil, Argentina, Venezuela y Chile, que han tomado con prudencia los anuncios presidenciales.
Las presumibles negociaciones con Madrid y Brasilia obedecen a un hecho claro: el gas era explotado conjuntamente por Repsol YPF y Petrobrás. Al respecto, debe recordarse que Bolivia es segunda por reservas gasíferas en Sudamérica. Los intereses extranjeros en hidrocarburos incluyen British Petroleum y la francesa Total. Entretanto, el departamento de Estado norteamericano muestra cautela, igual que en el conflicto Argentina-Uruguay (aunque éste el interesa como herramienta para liquidar el Mercosur). Por otra parte, Estados Unidos obtiene su gas de fuentes locales, Canadá y Méjico.
Washington presta más atención a un aspecto poco mencionado: la creciente infuencia china en Bolivia. Sin mantener las distancias de otros socios comerciales de Beijing (Chile, Méjico y, todavía, Perú), lo primero que hizo Morales al ser electo fue entrevistarse con el presidente Hu Jintao, en tanto su gobierno simpatiza con Andrés Solís Rada, ex senador de izquierdas y hoy a cargo de políticas en materia de energía y combustibles. Además, es una “bête noire” para usinas conservadoras como Heritage Foundation, instituto Cato y similares. El mandatario boliviano definió a China como “aliada estratégica”.