lunes, 2 de diciembre de 2024

Cristina buscará convencer a la CGT de bajar pretensiones

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El matrimonio presidencial intentará frenar la carrera por el ingreso metiendo a los bancos en el pacto social para que cubran con préstamos la puja distributiva. Pero el diálogo oficial con los banqueros se encuentra obturado.

En forma muy reservada, el titular de la CGT, Hugo Moyano, comunicó a la
Casa Rosada que no podrá sostener en el seno de la entidad el alza del
12 al 15 % que ofrece el gobierno para suscribir un pacto social.

El dirigente camionero, muy cuestionado por dos alas del sindicalismo organizado,
insiste en que debe aplicarse como regla para todos el acuerdo que cerró
Smata con las terminales automotrices, de que sea “devuelta” la diferencia
de inflación respecto de los convenios firmados a mediados de año,
bajo la forma de un plus no remunerativo, que se pagaría como un bonus
luego del medio aguinaldo.

El matrimonio presidencial tomó nota de las limitaciones que transmiten
los aliados del frente social y buscará presionar aún más
a los bancos para que abran el grifo de los créditos y descompriman así
la presión salarial.

Por eso fue que trascendió la intención del gobierno de incluir
a los bancos en la convocatoria a discutir las pautas consensuadas de los próximos
cuatro años.

La Unión Industrial Argentina alertó a la Casa Rosada que el
sistema financiero destina sólo 11 puntos del PIB a los créditos,
lo cual directamente los elimina como multiplicadores del consumo, dejando a
los salarios únicamente como fogoneros del nivel de actividad buscado.

La política redistributiva que aplicó la administración
de Néstor Kirchner se afirma, precisamente, en que cada punto que se
otorga a los sueldos medios y bajos se vuelca íntegramente al consumo,
ya que no tienen capacidad de ahorro, como sí las remuneraciones mayores.

Pero el desborde de la inflación, por más que se disimule obstruyendo
la medición del INdeC, termina encerrando los ajustes en una espiral
de precios y salarios que no se querría convalidar en el comienzo de
la etapa que abre el 10 de diciembre.

Se atribuye a Cristina Kirchner la preocupación por frenar esa carrera
y “financiar” el poder adquisitivo de los sueldos mediante el uso
intensivo del crédito, tanto el personal, de las tarjetas, como el destinado
a reponer el capital de trabajo.

Pero resulta que las entidades financieras no están preparadas para
financiar a las pymes ni operaciones de mediano plazo, porque luego de la crisis
del 2000, la prima de riesgo se tornó inmanejable para los cálculos.
Mucho más después del despegue del IPC hace un año y de
la incertidumbre de reposición del costo del dinero asignado a créditos
a las tasas proyectadas.

La decepción que trasuntan los Kirchner respecto de los bancos apenas
se mitiga con el diálogo abierto que el presidente tiene con Jorge Britos,
de Macro, aunque en general no son los temas gremiales empresarios los que tratan
en las conversaciones.

Con la Asociación de Bancos Argentinos, el contacto es casi nulo. Las
propias entidades no muestran un espíritu de cuerpo que los dirigentes
puedan portar hacia una mesa de diálogo. Por eso se quedaron sin interlocutores
dentro del gobierno.

La presidenta electa fijó en 27 % la tasa de inversión necesaria
para sostener el crecimiento económico logrado y el proyectado hasta
el término de su mandato.

Pero sin fluidez financiera exterior y sin crédito interno difícilmente
pueda alcanzarse un nivel de inversiones como el buscado para consolidar la
economía.

El regreso de la misión a Washington integrada por el ministro de Economía,
Miguel Peirano, y el presidente del Banco Central trajo más dudas que
certezas en cuanto a la apertura de los centros financieros internacionales
al crédito hacia la Argentina.

Está más que verde el proyecto de cambio procesal del FMI que
anticipara el actual director gerente, Dominique Strauss.Kahn, durante su visita
a Buenos Aires, y con ello se aleja la posibilidad de arreglo con el Club de
Paría en las condiciones que habían imaginado los Kirchner, es
decir, sin costo político para el gobierno.

Los últimos escarceos con el BID por préstamos requeridos para
planes energéticos provinciales dan la pauta de lo lejana que se encuentra
una normalización de las relaciones con la comunidad financiera internacional.

El antídoto de la escasez de divisas ingresadas por la ventanilla financiera
sería un aumento de las exportaciones que beneficie el saldo comercial,
aporte recursos al fisco y consolide el perfil agroexportador que asumió
el país desde la devaluación del 2002.

El modo más directo que conocen los empresarios para llegar a ese resultado
es la paridad cambiaria, aunque como quedó visto en el caso de la balanza
con Brasil, la depreciación de la moneda sólo consiguió
subir el superávit comercial del país vecino respecto del nuestro.

Los brasileños, con el real revaluado frente al dólar y la economía
saneada a costa de una menor tasa de crecimiento que la argentina, favorecieron
la salud de sus grandes empresas, que se largaron a comprar participaciones
sectoriales que tuvieran firmas del continente. Así, les exportaron a
las filiales desde su casa matriz brasileña, con lo cual el coloso sudamericano
ganó en exportaciones, mientras Argentina tuvo que importar más
desde Brasil.

En forma muy reservada, el titular de la CGT, Hugo Moyano, comunicó a la
Casa Rosada que no podrá sostener en el seno de la entidad el alza del
12 al 15 % que ofrece el gobierno para suscribir un pacto social.

El dirigente camionero, muy cuestionado por dos alas del sindicalismo organizado,
insiste en que debe aplicarse como regla para todos el acuerdo que cerró
Smata con las terminales automotrices, de que sea “devuelta” la diferencia
de inflación respecto de los convenios firmados a mediados de año,
bajo la forma de un plus no remunerativo, que se pagaría como un bonus
luego del medio aguinaldo.

El matrimonio presidencial tomó nota de las limitaciones que transmiten
los aliados del frente social y buscará presionar aún más
a los bancos para que abran el grifo de los créditos y descompriman así
la presión salarial.

Por eso fue que trascendió la intención del gobierno de incluir
a los bancos en la convocatoria a discutir las pautas consensuadas de los próximos
cuatro años.

La Unión Industrial Argentina alertó a la Casa Rosada que el
sistema financiero destina sólo 11 puntos del PIB a los créditos,
lo cual directamente los elimina como multiplicadores del consumo, dejando a
los salarios únicamente como fogoneros del nivel de actividad buscado.

La política redistributiva que aplicó la administración
de Néstor Kirchner se afirma, precisamente, en que cada punto que se
otorga a los sueldos medios y bajos se vuelca íntegramente al consumo,
ya que no tienen capacidad de ahorro, como sí las remuneraciones mayores.

Pero el desborde de la inflación, por más que se disimule obstruyendo
la medición del INdeC, termina encerrando los ajustes en una espiral
de precios y salarios que no se querría convalidar en el comienzo de
la etapa que abre el 10 de diciembre.

Se atribuye a Cristina Kirchner la preocupación por frenar esa carrera
y “financiar” el poder adquisitivo de los sueldos mediante el uso
intensivo del crédito, tanto el personal, de las tarjetas, como el destinado
a reponer el capital de trabajo.

Pero resulta que las entidades financieras no están preparadas para
financiar a las pymes ni operaciones de mediano plazo, porque luego de la crisis
del 2000, la prima de riesgo se tornó inmanejable para los cálculos.
Mucho más después del despegue del IPC hace un año y de
la incertidumbre de reposición del costo del dinero asignado a créditos
a las tasas proyectadas.

La decepción que trasuntan los Kirchner respecto de los bancos apenas
se mitiga con el diálogo abierto que el presidente tiene con Jorge Britos,
de Macro, aunque en general no son los temas gremiales empresarios los que tratan
en las conversaciones.

Con la Asociación de Bancos Argentinos, el contacto es casi nulo. Las
propias entidades no muestran un espíritu de cuerpo que los dirigentes
puedan portar hacia una mesa de diálogo. Por eso se quedaron sin interlocutores
dentro del gobierno.

La presidenta electa fijó en 27 % la tasa de inversión necesaria
para sostener el crecimiento económico logrado y el proyectado hasta
el término de su mandato.

Pero sin fluidez financiera exterior y sin crédito interno difícilmente
pueda alcanzarse un nivel de inversiones como el buscado para consolidar la
economía.

El regreso de la misión a Washington integrada por el ministro de Economía,
Miguel Peirano, y el presidente del Banco Central trajo más dudas que
certezas en cuanto a la apertura de los centros financieros internacionales
al crédito hacia la Argentina.

Está más que verde el proyecto de cambio procesal del FMI que
anticipara el actual director gerente, Dominique Strauss.Kahn, durante su visita
a Buenos Aires, y con ello se aleja la posibilidad de arreglo con el Club de
Paría en las condiciones que habían imaginado los Kirchner, es
decir, sin costo político para el gobierno.

Los últimos escarceos con el BID por préstamos requeridos para
planes energéticos provinciales dan la pauta de lo lejana que se encuentra
una normalización de las relaciones con la comunidad financiera internacional.

El antídoto de la escasez de divisas ingresadas por la ventanilla financiera
sería un aumento de las exportaciones que beneficie el saldo comercial,
aporte recursos al fisco y consolide el perfil agroexportador que asumió
el país desde la devaluación del 2002.

El modo más directo que conocen los empresarios para llegar a ese resultado
es la paridad cambiaria, aunque como quedó visto en el caso de la balanza
con Brasil, la depreciación de la moneda sólo consiguió
subir el superávit comercial del país vecino respecto del nuestro.

Los brasileños, con el real revaluado frente al dólar y la economía
saneada a costa de una menor tasa de crecimiento que la argentina, favorecieron
la salud de sus grandes empresas, que se largaron a comprar participaciones
sectoriales que tuvieran firmas del continente. Así, les exportaron a
las filiales desde su casa matriz brasileña, con lo cual el coloso sudamericano
ganó en exportaciones, mientras Argentina tuvo que importar más
desde Brasil.

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