¿Crisis en Sudan? No, mientras fluya el oro negro

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Una de las peores tragedias sociales se desenvuelve en Darfur, 900 kilómetros al oeste de Jartum. Pero, en la capital sudanesa, se levantan torres inteligentes, florecen supermercados y los televisores plásmicos se venden como el agua.

Pese a la imagen de Sudán como un desierto agrietado, donde la gente se muere de hambre, las ciudades prosperan con ayuda del sector privado. El petróleo lo ha convertido en la economía de más veloz crecimiento en África (si no del mundo), lo cual le permite a un régimen vesánico y beligerante desafiar las presiones internacional para terminar con la guerra civil en Darfur, antiguo límite entre Nubia y el desierto de Libia.

Un embargo dictado por Estados Unidos deja fuera muchas empresas de la América anglosajona y Europa occidental. Pero compañías de China, Malasia, Indias, Pakistán, Kuweit, Qayar, Unión de Emiratos Árabes, etc., acuden en tropel. La inversión externa directa ha ido de US$ 128 millones en 2000 a 2.300 millones en 2005 (esto es, se ha multiplicado casi dieciocho veces). A su vez, Washington insiste en apretar clavijas… mientras el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial apuntalan al régimen.

En tanto los países asiáticos estén dispuestos a comerciar con Jartum, pese a su deleznable política de derechos civiles (comparable a las de Malawi, Burkina faso o Zimbabwe), las sanciones norteamericanas tienen escaso efecto. Omar Hasán al-Bahir, autócrata sudanés, volvió a desdeñar a Occidente, echando al equipo de Naciones Unidas que trabajaba en Darfur (guerra que cuesta ya 400.000 muertos, heridos y desplazados).

“Sudán sabe que no precisa a Estados Unidos”, sostiene Abdá Yahya el-Majdí, ex funcionaria y firme admiradora del general al-Bashir. “Las únicas perjudicadas son las compañías que se pierden este fenomenal auge”, añade. Pero, por supuesto, la riqueza se reparte inicuamente en casi todo ese territorio, donde el ingreso por habitante es de apenas US$ 640 anuales: 1,75 diario.

Por el contrario, el producto bruto interno subió 8% en 2005 y, sostiene eL FMI (que apoya un ensayo de monetarismo neoclásico sin parangón en el mundo), avanzará 12% este año. Esencialmente porque la extracción de petróleo ha alcanzado por 512.000 barriles diarios. Nada, comparada con Saudiarabia o Irán, pero suficiente para que un país, hasta hace poco en la miseria, acumule miles de millones.

Hidrocarburos y bienes raíces urbano son los estímulos económicos claves y redundan en la popularidad del gobierno en las ciudades. Al-Bashir ha invertido cientos de millones en rutas, puentes, usinas, hospitales y escuelas. Este militar se apoderó del gobierno en el golpe de 1989 y sus tropas están entre las mayores beneficiarias del auge económico, pues 70% de la renta petrolera va al presupuesto de defensa- Algo explicable en un país donde los negros no musulmanes del sur viven rebelándose y las tribus del Darfur resisten.

Washington impone un embargo comercial desde 1997 y ha congelado todo activo sudanés en territorio norteamericano. Motivos: abusos de derechos civiles en la larga guerra norte-sur -ahora, en Darfur- y nexos con al-Qa’eda. De hecho, Osama bin Laden residía en Jartum durante los años 90.

Pero, desde 1999, el descubrimiento de petróleo empezó a dar vuelta la economía. Un pequeño equipo de tecnócratas educados en Occidente y Egipto aceptó un programa de reformas hecho por el FMI y lo cumple al pie de la letra: recorte de gastos, privatizaciones, baja de inflación e inversiones en infraestructura. “Son medidas neoclásicas y funcionan”, proclama Safwat Fanús, director de ciencias políticas en la universidad de Jartum e ideólogo de ese plan.

Hay algunos extremos que preocupan a la jerarquía religiosa. Uno de ellos es el hotel cinco estrellas cuyos veinticuatro pisos se levantan a orillas del Nilo capital. Sus lujos de todo tipo, inclusive un enorme sauna, la pileta o el bar, son ajenos a toda austeridad. Esto en un país que, como Sudán, es célebre desde hace siglos por sus escuelas de teología sunní.

Sea como fuere, Sudán ha aprendido a respaldarse en el este y, debido a las exportaciones petroleras, goza de una estabilidad más que aceptable. Mientras la inflación cede a 6% anual, la inversión está alcanzando el cinturón agrícola central y Dyuba, la mayor población del sur negro.

Pero Sudán no es sólo es país más grande del continente, con 2.700.000 km2. También es uno de los menos homogéneos de la zona, producto de una historia compleja. Durante milenios en la esfera de influencia faraónica, luego griega y romana, la mitad norte se islamizó durante las invasiones árabes de los siglos VIII y IX. Cuando el imperio Otomano o sus feudatarios empezaron a decaer, en el siglo XIX, Gran Bretaña y Francia se disputaron no sólo el norte árabe sino, también, el sur negro. Se impusieron los ingresos y eso explican que el actual Sudán (antes Sudán oriental o angloegipcio) se componga de mitades sin nexos étnicos, religiosos ni históricos entre sí.

Pese a la imagen de Sudán como un desierto agrietado, donde la gente se muere de hambre, las ciudades prosperan con ayuda del sector privado. El petróleo lo ha convertido en la economía de más veloz crecimiento en África (si no del mundo), lo cual le permite a un régimen vesánico y beligerante desafiar las presiones internacional para terminar con la guerra civil en Darfur, antiguo límite entre Nubia y el desierto de Libia.

Un embargo dictado por Estados Unidos deja fuera muchas empresas de la América anglosajona y Europa occidental. Pero compañías de China, Malasia, Indias, Pakistán, Kuweit, Qayar, Unión de Emiratos Árabes, etc., acuden en tropel. La inversión externa directa ha ido de US$ 128 millones en 2000 a 2.300 millones en 2005 (esto es, se ha multiplicado casi dieciocho veces). A su vez, Washington insiste en apretar clavijas… mientras el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial apuntalan al régimen.

En tanto los países asiáticos estén dispuestos a comerciar con Jartum, pese a su deleznable política de derechos civiles (comparable a las de Malawi, Burkina faso o Zimbabwe), las sanciones norteamericanas tienen escaso efecto. Omar Hasán al-Bahir, autócrata sudanés, volvió a desdeñar a Occidente, echando al equipo de Naciones Unidas que trabajaba en Darfur (guerra que cuesta ya 400.000 muertos, heridos y desplazados).

“Sudán sabe que no precisa a Estados Unidos”, sostiene Abdá Yahya el-Majdí, ex funcionaria y firme admiradora del general al-Bashir. “Las únicas perjudicadas son las compañías que se pierden este fenomenal auge”, añade. Pero, por supuesto, la riqueza se reparte inicuamente en casi todo ese territorio, donde el ingreso por habitante es de apenas US$ 640 anuales: 1,75 diario.

Por el contrario, el producto bruto interno subió 8% en 2005 y, sostiene eL FMI (que apoya un ensayo de monetarismo neoclásico sin parangón en el mundo), avanzará 12% este año. Esencialmente porque la extracción de petróleo ha alcanzado por 512.000 barriles diarios. Nada, comparada con Saudiarabia o Irán, pero suficiente para que un país, hasta hace poco en la miseria, acumule miles de millones.

Hidrocarburos y bienes raíces urbano son los estímulos económicos claves y redundan en la popularidad del gobierno en las ciudades. Al-Bashir ha invertido cientos de millones en rutas, puentes, usinas, hospitales y escuelas. Este militar se apoderó del gobierno en el golpe de 1989 y sus tropas están entre las mayores beneficiarias del auge económico, pues 70% de la renta petrolera va al presupuesto de defensa- Algo explicable en un país donde los negros no musulmanes del sur viven rebelándose y las tribus del Darfur resisten.

Washington impone un embargo comercial desde 1997 y ha congelado todo activo sudanés en territorio norteamericano. Motivos: abusos de derechos civiles en la larga guerra norte-sur -ahora, en Darfur- y nexos con al-Qa’eda. De hecho, Osama bin Laden residía en Jartum durante los años 90.

Pero, desde 1999, el descubrimiento de petróleo empezó a dar vuelta la economía. Un pequeño equipo de tecnócratas educados en Occidente y Egipto aceptó un programa de reformas hecho por el FMI y lo cumple al pie de la letra: recorte de gastos, privatizaciones, baja de inflación e inversiones en infraestructura. “Son medidas neoclásicas y funcionan”, proclama Safwat Fanús, director de ciencias políticas en la universidad de Jartum e ideólogo de ese plan.

Hay algunos extremos que preocupan a la jerarquía religiosa. Uno de ellos es el hotel cinco estrellas cuyos veinticuatro pisos se levantan a orillas del Nilo capital. Sus lujos de todo tipo, inclusive un enorme sauna, la pileta o el bar, son ajenos a toda austeridad. Esto en un país que, como Sudán, es célebre desde hace siglos por sus escuelas de teología sunní.

Sea como fuere, Sudán ha aprendido a respaldarse en el este y, debido a las exportaciones petroleras, goza de una estabilidad más que aceptable. Mientras la inflación cede a 6% anual, la inversión está alcanzando el cinturón agrícola central y Dyuba, la mayor población del sur negro.

Pero Sudán no es sólo es país más grande del continente, con 2.700.000 km2. También es uno de los menos homogéneos de la zona, producto de una historia compleja. Durante milenios en la esfera de influencia faraónica, luego griega y romana, la mitad norte se islamizó durante las invasiones árabes de los siglos VIII y IX. Cuando el imperio Otomano o sus feudatarios empezaron a decaer, en el siglo XIX, Gran Bretaña y Francia se disputaron no sólo el norte árabe sino, también, el sur negro. Se impusieron los ingresos y eso explican que el actual Sudán (antes Sudán oriental o angloegipcio) se componga de mitades sin nexos étnicos, religiosos ni históricos entre sí.

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