Crisis del gas: ¿Por qué Rusia le apreta las clavijas a Ucrania?

Estas últimas semanas, Moscú y Kíyev han discutido mucho alrededor del gas. Según anteriores acuerdos –subscriptos para influir la elección presidencial de Ucrania en 2004-, Gazprom cobraba US$ 50 por millar de m3. Pero, después...

12 enero, 2006

El candidato prorruso, Víktor Yanúkovich, perdió ante el pro occidental Víktor Yushchenko. Esa derrota y el paso de Gazprom a “una gestión de mercado”, hizo que Moscú elevase el gas a US$ 230 (4,6 veces más). Kíyev se negó a pagar ese aumento. Entonces, el 1 de enero, la empresa estatal le coirtpó los suministros a Ucrania y, con ello, desató un conflicto internacional: Europa occidental dependen mucho del gas natural eslavo y el corte afectó 80% de ese tráfico, que atraviesa la antigua “Pequeña Rusia”.

El 4 de enero, ambos contendientes llegaron a un compromiso de cinco años. Segun el pacto, el fluido proveniente de Asia central (Kazajstán, Türkmenistán, Uzbekistán) llegará a Ucrania vía Rusia. La mezcla de ambas fuentes permitirá cobrarle a Kíyev “sólo” US$ 95 por 1.000 m3. Pero todo abastecimiento extra se pagará al precio de Gazprom (230).

Desde un punto de vista comercial, la solución parece adecuada. Las rrepúblicas de Asia central, previamente habilitadas para exportar sólo al mercado ruso, muy subsidiado, han ganado otra plaza. A su vez, los ucranianos han reemplazado un alza de 360% por una de “apenas” 90%. Y los europeos recobran su abastecimiento normal.

Pero nada de eso constituye la parte más jugosa de la historia. Cuando hizo erupción la crisis, quedó claro que Rusia buscaba recobrar influencia directa sobre Ucrania. Pero, a medida como se desarrollaban los acontecimientos, que la clave residía en la capacidad moscovita de usar Europa occidental como palanca.

Desde el principio, a la sazón, las grescas en torno del gas representaban algo mucho más relevate que unos miles de millones en ventas. No. El asunto de fondo es la orientación geopolítica de Ucrania y, ulteriomente, recobrar el poder históricamente detentado por la difunta Unión Soviética.

La presente crisis en el gobierno de Yushchenko por en evidencia el verdadero transfondo de la cuestión. Poca días atrás, el parlamento destituyó (Rada) –al parecer en forma anticonstitucional- al primer ministro Yuri Yedyánurov, por haber firmado, precisamente, el pacto de 4. Yushchenko declaró nula esa decisión. Los dirigentes políticos que cuestionan al “premier” lo tachan de haber hecho un pacto con Moscú.

La “revolución naranja” ucraniana –cabe subrayas- fue un sacudón a la mentalidad rusa inferior sólo al del colapso soviético en 1990/1. Todavía, el país ve eso como la pérdida de un imperio continental (mayor que el EE.UU.) y, ahora, Moscú teme que Kíyev marque un punto de no retorno en un eventual desmembramiento ruso. En cualquier época y óptica, Ucrania (donde nació Rus misma en el siglo IX) era y es clave para la defensa y la sobrevivencia del gigante vecino. Inclusive antes de 1917, el territorio pertenecía al corazón político, industrial y agrícola de Rusia. Mucho más que la pálida Rusia Blanca, parte de Polonia y Lituania hasta el siglo XVIII.

Política y militarmente, sin Ucrania, Rusia no puede proyectarse con facilidad como potencia hacia el Cáucaso ni los Balcanes. Tampoco hacia Byelarús: Minsk está tan ligada a Polonia y las repúblicas bálticas como lo está Moscú misma. Si, verbigracia, se viniera abajo Alyxandr Lukashenko –títere de Moscú-, la orientación Byelarús podría volcarse por Ucrania.

Kíyev era una república soviética cuyo límite norte se halla a apenas unos 450 km de Moscú. Sebastopol, en Crimea, sobre el mar Negro, no ha dejado de ser–desde Catalina II- un puerto de aguas profundas exento de hielos y clave para Rusia. Pero hoy está en Ucrania. Todo esto indica que, con Kíyev en su órbita, Moscú podria mantener consistencia estratégica y aspirar a recobrar su carácter como superpotencia. Sin Ucrania, ni siquiera es segura la condición de potencia regional y la balcanización no es imposible.

En otro plano, el avidente apoyo norteamericano a Yushchenko lo hace sentir a éste invultable y lo induce a presionar continuamente sobre los rusos. Pero ni él ni la dirigencia europea parecer advertir que también Rusia ha cambiado. A mediados de noviembre, el presidente Vladyímir Putin nombró primer ministro a Dmitri Medviédyev, una “rara avis” en el escenario local: un modernizador tan realista que no cree que alguna vez Rusia se haga occidental. Tampoco es un nacionalista, presa de los arranques paranoicos de la política moscovita. De paso, es protegido de Putin –con quien suele disentir- y reitiene la conducción de Gazprom. De hecho, la reciente crisis del gas fue obra suya,

Si bien la perspectiva rusa en el tema es clave, Moscow y Kíyev no son los únicos actores. Alemania, por ejemplo, tiene mucho en juego y, por eso, la flamante y bisoña canciller Angela Merkel está en problemas. Su origen (el este alemán) la tornan instintivamente hacia “Mitteleuropa” (Europa central), Ucrania inclusive. Pero el único vehículo para las ambiciones germanas es la Unión Europea y ésta atraviesa malos momentos (ampliación prematura, fracaso del proyecto constitucional, estancamiento) y deja sin opcionea a Berlín.

El candidato prorruso, Víktor Yanúkovich, perdió ante el pro occidental Víktor Yushchenko. Esa derrota y el paso de Gazprom a “una gestión de mercado”, hizo que Moscú elevase el gas a US$ 230 (4,6 veces más). Kíyev se negó a pagar ese aumento. Entonces, el 1 de enero, la empresa estatal le coirtpó los suministros a Ucrania y, con ello, desató un conflicto internacional: Europa occidental dependen mucho del gas natural eslavo y el corte afectó 80% de ese tráfico, que atraviesa la antigua “Pequeña Rusia”.

El 4 de enero, ambos contendientes llegaron a un compromiso de cinco años. Segun el pacto, el fluido proveniente de Asia central (Kazajstán, Türkmenistán, Uzbekistán) llegará a Ucrania vía Rusia. La mezcla de ambas fuentes permitirá cobrarle a Kíyev “sólo” US$ 95 por 1.000 m3. Pero todo abastecimiento extra se pagará al precio de Gazprom (230).

Desde un punto de vista comercial, la solución parece adecuada. Las rrepúblicas de Asia central, previamente habilitadas para exportar sólo al mercado ruso, muy subsidiado, han ganado otra plaza. A su vez, los ucranianos han reemplazado un alza de 360% por una de “apenas” 90%. Y los europeos recobran su abastecimiento normal.

Pero nada de eso constituye la parte más jugosa de la historia. Cuando hizo erupción la crisis, quedó claro que Rusia buscaba recobrar influencia directa sobre Ucrania. Pero, a medida como se desarrollaban los acontecimientos, que la clave residía en la capacidad moscovita de usar Europa occidental como palanca.

Desde el principio, a la sazón, las grescas en torno del gas representaban algo mucho más relevate que unos miles de millones en ventas. No. El asunto de fondo es la orientación geopolítica de Ucrania y, ulteriomente, recobrar el poder históricamente detentado por la difunta Unión Soviética.

La presente crisis en el gobierno de Yushchenko por en evidencia el verdadero transfondo de la cuestión. Poca días atrás, el parlamento destituyó (Rada) –al parecer en forma anticonstitucional- al primer ministro Yuri Yedyánurov, por haber firmado, precisamente, el pacto de 4. Yushchenko declaró nula esa decisión. Los dirigentes políticos que cuestionan al “premier” lo tachan de haber hecho un pacto con Moscú.

La “revolución naranja” ucraniana –cabe subrayas- fue un sacudón a la mentalidad rusa inferior sólo al del colapso soviético en 1990/1. Todavía, el país ve eso como la pérdida de un imperio continental (mayor que el EE.UU.) y, ahora, Moscú teme que Kíyev marque un punto de no retorno en un eventual desmembramiento ruso. En cualquier época y óptica, Ucrania (donde nació Rus misma en el siglo IX) era y es clave para la defensa y la sobrevivencia del gigante vecino. Inclusive antes de 1917, el territorio pertenecía al corazón político, industrial y agrícola de Rusia. Mucho más que la pálida Rusia Blanca, parte de Polonia y Lituania hasta el siglo XVIII.

Política y militarmente, sin Ucrania, Rusia no puede proyectarse con facilidad como potencia hacia el Cáucaso ni los Balcanes. Tampoco hacia Byelarús: Minsk está tan ligada a Polonia y las repúblicas bálticas como lo está Moscú misma. Si, verbigracia, se viniera abajo Alyxandr Lukashenko –títere de Moscú-, la orientación Byelarús podría volcarse por Ucrania.

Kíyev era una república soviética cuyo límite norte se halla a apenas unos 450 km de Moscú. Sebastopol, en Crimea, sobre el mar Negro, no ha dejado de ser–desde Catalina II- un puerto de aguas profundas exento de hielos y clave para Rusia. Pero hoy está en Ucrania. Todo esto indica que, con Kíyev en su órbita, Moscú podria mantener consistencia estratégica y aspirar a recobrar su carácter como superpotencia. Sin Ucrania, ni siquiera es segura la condición de potencia regional y la balcanización no es imposible.

En otro plano, el avidente apoyo norteamericano a Yushchenko lo hace sentir a éste invultable y lo induce a presionar continuamente sobre los rusos. Pero ni él ni la dirigencia europea parecer advertir que también Rusia ha cambiado. A mediados de noviembre, el presidente Vladyímir Putin nombró primer ministro a Dmitri Medviédyev, una “rara avis” en el escenario local: un modernizador tan realista que no cree que alguna vez Rusia se haga occidental. Tampoco es un nacionalista, presa de los arranques paranoicos de la política moscovita. De paso, es protegido de Putin –con quien suele disentir- y reitiene la conducción de Gazprom. De hecho, la reciente crisis del gas fue obra suya,

Si bien la perspectiva rusa en el tema es clave, Moscow y Kíyev no son los únicos actores. Alemania, por ejemplo, tiene mucho en juego y, por eso, la flamante y bisoña canciller Angela Merkel está en problemas. Su origen (el este alemán) la tornan instintivamente hacia “Mitteleuropa” (Europa central), Ucrania inclusive. Pero el único vehículo para las ambiciones germanas es la Unión Europea y ésta atraviesa malos momentos (ampliación prematura, fracaso del proyecto constitucional, estancamiento) y deja sin opcionea a Berlín.

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