Consumidores indefensos

Llama la atención la ausencia de respuestas sólidas por parte del Ejecutivo frente al continuo aumento de los combustibles. Por Héctor Casinelli

11 febrero, 2000

Aun para un gobierno que asumió hace apenas dos meses, es preocupante la falta de una respuesta sólida por parte del Ejecutivo en un tema que no es precisamente menor para la marcha de la economía argentina: el aumento de los combustibles, que ya lleva acumulado más de 30% en seis meses.

Todos miran a las tres compañías petroleras que controlan 82% del mercado argentino (Repsol, Shell y Esso) y ellas responden lo mismo que contestaría cualquier productor: que el precio de lo que venden depende del costo de la materia prima con que se elabora.

En consecuencia, si el petróleo aumenta, el valor de los combustibles también.
Es cierto, luego de haber estado mucho tiempo deprimido, el precio del crudo en los mercados internacionales ha venido recuperándose y según fuentes del sector hoy cuesta 51% más que en junio pasado.

El problema es que cuando durante varios años el valor internacional del crudo no paraba de caer, en la Argentina el precio de las naftas no bajó ni un centavo.

En esas épocas, no lejanas precisamente, el que solía salir a responder a ese cuestionamiento era Roberto Monti. Así, en un reportaje publicado en la revista MERCADO (abril 1999), el entonces hombre fuerte de YPF decía: “Hay mucha gente que no entiende cuáles son los componentes que determinan el precio de la nafta y del gasoil. Estamos vendiendo la nafta súper a $ 0,906 el litro y 68% de ese valor corresponde a impuestos fijos, que no varían según el precio final. La incidencia de la materia prima es de sólo 7,6 centavos. Lo he dicho mil veces: si nos regalaran el petróleo, lo único que podríamos hacer es bajar el precio final a $ 0,83”.

Aunque desde entonces pasaron pocos meses, muchas cosas cambiaron: YPF fue absorbida por la española Repsol que ya tenía 10% del mercado argentino, el petróleo aumentó, el gobierno cambió, y el que habla ahora en nombre de la compañía que controla más de la mitad del mercado de combustibles argentino ya no es Monti sino Alfonso Cortina, quien acaba de prometer que cuando el precio del crudo baje, el de la nafta también lo hará. ¿Lo hará?

Es una pena que el consumidor argentino, que en los últimos años ha conocido las bondades de la modernización en tantas áreas de la economía, no haya podido disfrutar todavía de las ventajas de la desregulación del precio de los combustibles, para sus bolsillos.

Es que más allá del costo de la materia prima, según una información publicada el pasado sábado 5 en el diario Clarín, mientras que en diciembre pasado el precio sin impuestos de la nafta súper importada era de $ 0,11, YPF y Esso la vendían a $ 0,20, Eg3 (del mismo grupo que YPF) a $ 0,24, y Shell a $ 0,26. ¿Por qué?

Falta una respuesta

Justamente para preguntarles por qué los combustibles argentinos (sin impuestos) son más caros que los importados, y cuál es el motivo de que haya correlatividad entre el precio del crudo y el de la nafta cuando el primero sube pero no cuando baja, es que el jefe de Gabinete, Rodolfo Terragno, anunció el pasado 25 de enero que se citaría a las petroleras. Y hasta deslizó la posibilidad de ausencia de competencia en el sector.

Si finalmente se concretó, hasta hoy se desconocen los resultados prácticos de esa reunión. Pero, además, a juzgar por sus declaraciones a Clarín el pasado viernes 4, el secretario de Energía, Daniel Montamat, no pareciera pensar en la misma sintonía que Terragno. “No tenemos pruebas de que haya prácticas monopólicas ni cartelizadas en el mercado local de combustibles” afirmó el funcionario en la citada nota.

Es probable que no le falte razón. Difícilmente alguien pueda imaginarse a los directivos de Repsol, Shell y Esso sentados todas las semanas alrededor de una misma mesa para decidir el precio de las naftas.

Sin embargo, más allá de las pruebas, la experiencia indica que cuando un mercado de insumos esenciales –como el de los combustibles argentinos– es controlado en su casi totalidad por dos o tres firmas, raramente es normal, transparente, sujeto al libre juego de la oferta y la demanda. Al menos en forma espontánea.

El secretario de Energía está convencido de que en un mercado desregulado como el argentino, lo único que le queda al gobierno es incentivar la importación. Aunque relativiza la factibilidad inmediata de la solución cuando reconoce que “por el momento no es fácil montar una red de estaciones de servicio para vender combustibles importados”.

En realidad, más que difícil, la propuesta se parece a una quimera: ¿quién tiene los depósitos necesarios? ¿Quién arriesgará el capital que se precisa para instalar una cantidad suficiente de bocas de expendio como para entrar a tallar en el negocio?

Y si finalmente la importación de combustibles refinados adquiriera escala como para convertirse en una paja en el ojo de las petroleras, ¿cuál sería el efecto sobre la balanza comercial argentina? ¿Neutro?

Por otro lado, Montamat asegura que hay una diferencia de hasta 20% en los precios y recomienda a los consumidores consultar el boletín mensual que publica la Secretaría de Energía antes de comprar.

El problema es que, según surge de las propias encuestas oficiales, hay que recorrer unos cuantos kilómetros en plena ciudad para encontrar esas diferencias. Quien vive en la Capital puede dar fe de ello. En última instancia, ¿puede alguien que vive en Adrogué ir todas las mañanas a cargar nafta o gasoil a una estación de servicio en Vicente López?

Tratándose de un insumo esencial que también hace al tan mencionado costo argentino, el gobierno debería mostrar mayor predisposición para intervenir eficazmente en el corto plazo a favor del consumidor, en un mercado hiperconcentrado.

Probablemente, también en este terreno, la Argentina aún tiene mucho que aprender de las economías más desarrolladas.

Aun para un gobierno que asumió hace apenas dos meses, es preocupante la falta de una respuesta sólida por parte del Ejecutivo en un tema que no es precisamente menor para la marcha de la economía argentina: el aumento de los combustibles, que ya lleva acumulado más de 30% en seis meses.

Todos miran a las tres compañías petroleras que controlan 82% del mercado argentino (Repsol, Shell y Esso) y ellas responden lo mismo que contestaría cualquier productor: que el precio de lo que venden depende del costo de la materia prima con que se elabora.

En consecuencia, si el petróleo aumenta, el valor de los combustibles también.
Es cierto, luego de haber estado mucho tiempo deprimido, el precio del crudo en los mercados internacionales ha venido recuperándose y según fuentes del sector hoy cuesta 51% más que en junio pasado.

El problema es que cuando durante varios años el valor internacional del crudo no paraba de caer, en la Argentina el precio de las naftas no bajó ni un centavo.

En esas épocas, no lejanas precisamente, el que solía salir a responder a ese cuestionamiento era Roberto Monti. Así, en un reportaje publicado en la revista MERCADO (abril 1999), el entonces hombre fuerte de YPF decía: “Hay mucha gente que no entiende cuáles son los componentes que determinan el precio de la nafta y del gasoil. Estamos vendiendo la nafta súper a $ 0,906 el litro y 68% de ese valor corresponde a impuestos fijos, que no varían según el precio final. La incidencia de la materia prima es de sólo 7,6 centavos. Lo he dicho mil veces: si nos regalaran el petróleo, lo único que podríamos hacer es bajar el precio final a $ 0,83”.

Aunque desde entonces pasaron pocos meses, muchas cosas cambiaron: YPF fue absorbida por la española Repsol que ya tenía 10% del mercado argentino, el petróleo aumentó, el gobierno cambió, y el que habla ahora en nombre de la compañía que controla más de la mitad del mercado de combustibles argentino ya no es Monti sino Alfonso Cortina, quien acaba de prometer que cuando el precio del crudo baje, el de la nafta también lo hará. ¿Lo hará?

Es una pena que el consumidor argentino, que en los últimos años ha conocido las bondades de la modernización en tantas áreas de la economía, no haya podido disfrutar todavía de las ventajas de la desregulación del precio de los combustibles, para sus bolsillos.

Es que más allá del costo de la materia prima, según una información publicada el pasado sábado 5 en el diario Clarín, mientras que en diciembre pasado el precio sin impuestos de la nafta súper importada era de $ 0,11, YPF y Esso la vendían a $ 0,20, Eg3 (del mismo grupo que YPF) a $ 0,24, y Shell a $ 0,26. ¿Por qué?

Falta una respuesta

Justamente para preguntarles por qué los combustibles argentinos (sin impuestos) son más caros que los importados, y cuál es el motivo de que haya correlatividad entre el precio del crudo y el de la nafta cuando el primero sube pero no cuando baja, es que el jefe de Gabinete, Rodolfo Terragno, anunció el pasado 25 de enero que se citaría a las petroleras. Y hasta deslizó la posibilidad de ausencia de competencia en el sector.

Si finalmente se concretó, hasta hoy se desconocen los resultados prácticos de esa reunión. Pero, además, a juzgar por sus declaraciones a Clarín el pasado viernes 4, el secretario de Energía, Daniel Montamat, no pareciera pensar en la misma sintonía que Terragno. “No tenemos pruebas de que haya prácticas monopólicas ni cartelizadas en el mercado local de combustibles” afirmó el funcionario en la citada nota.

Es probable que no le falte razón. Difícilmente alguien pueda imaginarse a los directivos de Repsol, Shell y Esso sentados todas las semanas alrededor de una misma mesa para decidir el precio de las naftas.

Sin embargo, más allá de las pruebas, la experiencia indica que cuando un mercado de insumos esenciales –como el de los combustibles argentinos– es controlado en su casi totalidad por dos o tres firmas, raramente es normal, transparente, sujeto al libre juego de la oferta y la demanda. Al menos en forma espontánea.

El secretario de Energía está convencido de que en un mercado desregulado como el argentino, lo único que le queda al gobierno es incentivar la importación. Aunque relativiza la factibilidad inmediata de la solución cuando reconoce que “por el momento no es fácil montar una red de estaciones de servicio para vender combustibles importados”.

En realidad, más que difícil, la propuesta se parece a una quimera: ¿quién tiene los depósitos necesarios? ¿Quién arriesgará el capital que se precisa para instalar una cantidad suficiente de bocas de expendio como para entrar a tallar en el negocio?

Y si finalmente la importación de combustibles refinados adquiriera escala como para convertirse en una paja en el ojo de las petroleras, ¿cuál sería el efecto sobre la balanza comercial argentina? ¿Neutro?

Por otro lado, Montamat asegura que hay una diferencia de hasta 20% en los precios y recomienda a los consumidores consultar el boletín mensual que publica la Secretaría de Energía antes de comprar.

El problema es que, según surge de las propias encuestas oficiales, hay que recorrer unos cuantos kilómetros en plena ciudad para encontrar esas diferencias. Quien vive en la Capital puede dar fe de ello. En última instancia, ¿puede alguien que vive en Adrogué ir todas las mañanas a cargar nafta o gasoil a una estación de servicio en Vicente López?

Tratándose de un insumo esencial que también hace al tan mencionado costo argentino, el gobierno debería mostrar mayor predisposición para intervenir eficazmente en el corto plazo a favor del consumidor, en un mercado hiperconcentrado.

Probablemente, también en este terreno, la Argentina aún tiene mucho que aprender de las economías más desarrolladas.

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