La política económica es, según la gran mayoría de libros de texto, política monetaria y/o política fiscal. Ambas pueden tener signo positivo o negativo.
Se puede hacer política monetaria expansiva – emitiendo dinero, liberando encajes, disminuyendo la tasa de interés- o contractiva – disminuyendo la liquidez mediante, por ejemplo, un corralito financiero.
La política fiscal aumenta o disminuye la riqueza en manos del sector privado subiendo o bajando los impuestos y/o impulsa/frena la demanda agregada con mayor/menor gasto.
Ningún signo es per sé malo ni bueno. Una política monetaria expansiva puede generar una inflación incontrolada o una reactivación económica.
Un aumento de impuestos puede significar una queda en el nivel de actividad (sucesivos impuestazos de De la Rúa) o una redistribución de riqueza que impacte positivamente en la evolución de la demanda y la oferta agregada.
Todo depende de la fase del ciclo económico que atraviese el país en cuestión.
Una buena política económica debe tender a amortiguar la amplitud de ciclo, debe ser contractiva cuando la economía crece para situarla en un sendero sostenible en el tiempo y expansiva cuando la economía muestra signos de recesión.
Al poder tener efectos positivos y negativos, existen formas de atenuar o anular los efectos de, por ejemplo, una medida de política fiscal expansiva con política monetaria contractiva y viceversa.
De allí la importancia de la coordinación entre las políticas y los actores que las ejecutan.
¿Qué sucedería con la economía de un país si los agentes que ejecutan la política fiscal y monetaria lo hacen sin coordinación o incluso en dirección opuesta?
¿Qué sucedería si un ministro de economía es “esterilizado” recurrentemente por un banquero central? ¿Qué pasaría en una economía en donde el jefe del Banco Central siempre ejecuta política procíclica, emite dinero en el auge y contrae la masa monetaria en la depresión? ¿Puede un ministro contra él? ¿Puede un gobierno contra él?
Los gobiernos cambian por el voto ciudadano. El banquero, no. ¿Puede la democracia contra él?
Nadie duda de la independencia de la Reserva Federal en Estados Unidos. Pero tampoco está en cuestión que siempre –con mayor o menor grado de acuerdo– hay una estrecha coordinación con el Departamento del Tesoro.
Ni siquiera Alan Greenspan cree que puede sabotear la política económica del presidente de turno. Y a ningún Secretario del Tesoro se le ocurriría avanzar sin la previa luz verde de la Reserva Federal.
Argentina vivió en los últimos 4 años la depresión más intensa de toda su historia, comparable a la crisis del ´29 en los EEUU. Para salir de la crisis, los americanos rompieron su “convertibilidad” (patrón oro), devaluaron. La política monetaria fue expansiva. La fiscal también.
La política económica es, según la gran mayoría de libros de texto, política monetaria y/o política fiscal. Ambas pueden tener signo positivo o negativo.
Se puede hacer política monetaria expansiva – emitiendo dinero, liberando encajes, disminuyendo la tasa de interés- o contractiva – disminuyendo la liquidez mediante, por ejemplo, un corralito financiero.
La política fiscal aumenta o disminuye la riqueza en manos del sector privado subiendo o bajando los impuestos y/o impulsa/frena la demanda agregada con mayor/menor gasto.
Ningún signo es per sé malo ni bueno. Una política monetaria expansiva puede generar una inflación incontrolada o una reactivación económica.
Un aumento de impuestos puede significar una queda en el nivel de actividad (sucesivos impuestazos de De la Rúa) o una redistribución de riqueza que impacte positivamente en la evolución de la demanda y la oferta agregada.
Todo depende de la fase del ciclo económico que atraviese el país en cuestión.
Una buena política económica debe tender a amortiguar la amplitud de ciclo, debe ser contractiva cuando la economía crece para situarla en un sendero sostenible en el tiempo y expansiva cuando la economía muestra signos de recesión.
Al poder tener efectos positivos y negativos, existen formas de atenuar o anular los efectos de, por ejemplo, una medida de política fiscal expansiva con política monetaria contractiva y viceversa.
De allí la importancia de la coordinación entre las políticas y los actores que las ejecutan.
¿Qué sucedería con la economía de un país si los agentes que ejecutan la política fiscal y monetaria lo hacen sin coordinación o incluso en dirección opuesta?
¿Qué sucedería si un ministro de economía es “esterilizado” recurrentemente por un banquero central? ¿Qué pasaría en una economía en donde el jefe del Banco Central siempre ejecuta política procíclica, emite dinero en el auge y contrae la masa monetaria en la depresión? ¿Puede un ministro contra él? ¿Puede un gobierno contra él?
Los gobiernos cambian por el voto ciudadano. El banquero, no. ¿Puede la democracia contra él?
Nadie duda de la independencia de la Reserva Federal en Estados Unidos. Pero tampoco está en cuestión que siempre –con mayor o menor grado de acuerdo– hay una estrecha coordinación con el Departamento del Tesoro.
Ni siquiera Alan Greenspan cree que puede sabotear la política económica del presidente de turno. Y a ningún Secretario del Tesoro se le ocurriría avanzar sin la previa luz verde de la Reserva Federal.
Argentina vivió en los últimos 4 años la depresión más intensa de toda su historia, comparable a la crisis del ´29 en los EEUU. Para salir de la crisis, los americanos rompieron su “convertibilidad” (patrón oro), devaluaron. La política monetaria fue expansiva. La fiscal también.