CIA: Bush optó por el peor candidato y afronta una batalla

Contra opiniones de legisladores oficialistas, George W.Bush propondrá al general del aire (r) Michael Hayden al senado como jefe de la CIA. En realidad, quien lo impuso es John Negroponte, de quien es segundo en Seguridad interior.

8 mayo, 2006

Con una celeridad que revela la mano de Negroponte, del vicepresidente Richard Cheney y del secretario de Defensa, Donald Rumfeld, el presidente anunció la candidatura de Hayden. Contra este militar retirado, en su momento impulsor de escuchas ilegales y maltrato de prisioneros, ya se levantan casi todos los legisladores demócratas y una parte de los republicanos.

Además de sus ideas, este general es resistido por otro motivo: no es habitual que un militar encabece una agencia de inteligencia civil. Salvo si, como sostienen varios expertos, Negroponte busca restarle facultades, poder y estructuras. En verdad, lo mismo trata de hacer con el FBI.

En defensa de Hayden, Bush recordó que, en 2005, el senado no se opuso a que asumiera como segundo en la dirección nacional de inteligencia. Pero era un organismo de corta vida, sin tradiciones arraigadas (también, sin operadores con experiencia). “Se ha emitido una pésima señal”, sostiene el diputado Peter Hoekstra (republicano, Michigan). “y no creo que sirva”. El legislador dirige el comité de inteligencia en la cámara baja.

Todo empezó el viernes. Tras apenas dos años de gestión, Porter Goss dejó de pronto la Agencia Central de Inteligencia. En Washington se hablaba de choques con Negroponte –quería poner un protegido- , intrigas de Rumsfeld, éxodo de agentes y escándalos sexuales en la cúpula.

Cabe recordar que Goss llegó al cargo al cabo de una crisis en la CIA (que acabó con George Tenet), causada por graves fallas de inteligencia. En particular, informes que condujeron a Estados Unidos a invadir Irak y, después, precipitarse en una guerra civil sin salida a la vista. En esta etapa, caracterizada por tensiones con Irán (creadas desde Washington), el ex jefe se va en medio de un lío –no atribuible a él- y el virtual colapso de la “compañía”.

La misión del dimitente –millonario y ex diputado republicano por Florida- era reconstruir la agencia, algo que o deja inconcluso. Nadie tiene esperanzas en el sucesor propuesto, Hayden, un incondicional de Negroponte.

No obstante, el presidente había admitido que “el papel de Goss era transicional y consistía en reintegrar la CIA al resto de la comunidad de inteligencia”. Pareció una ironía, pues la entidad ha sido licuada dentro de una dirección nacional de inteligencia cuya utilidad continúa en duda. Particularmente por agentes profesionales de la agencia, que vienen dejándola sin pausa.

En realidad, la nueva superestructura -al mando de Negroponte, de triste historia diplomática en Latinoamérica- venia tratando de absorber a la CIA y al FBIm lo cual despertaba resistencias en el personal veterano. Exactamente como sucede con John Bolton, otro fundamentalista bélico, y el equipo de la representación ante Naciones Unidas. En este clima, pocas posibilidades se le ven a Hayden, salvo ser dócil instrumento de su jefe.

La mayoría de expertos en inteligencia que pululan en el distrito federal afirma que el propio Negroponte le pidió la renuncia a Goss, con apoyo de Cheney y Rumsfeld. Éste le reprochaba al ex funcionario no haber impedido el fuerte documento de seis prestigiosos generales retirados, donde se le pide la dimisión al jefe del Pentágono.

“Nunca he estado tan inquieta por la seguridad del país como ahora”, señalaba Jane Harman (California), la representante demócrata de mayor jerarquía en el comité especial de inteligencia. Esas declaraciones eran anteriores a la caída de Goss. “Aún no hemos logrado domeñar o siquiera monitorear adecuadamente a al Qa’eda y la CIA está licuándose”. Por otra parte, Rusia está gobernada el ex jefe de la inteligencia soviética y ello se trasunta en estrategias geopolíticas más flexibles y eficaces que las norteamericanas.

El despido de Goss fue precedido por versiones difundidas por gente de Rumsfeld y Negroponte. Similar “tratamiento” está dispensándose a John Snow, secretario de Hacienda que los observadores creen al borde de la renuncia.

Volviendo a la CIA, la castiga un escandalete algo risible: partidas de póker y prostitutas en las oficinas del edificio Watergate. El mismo que dio nombre a la caída de Richard Nixon. Ahora, los riesgos para Bush derivan del “Watergate II”, el descontrol y el pésimo manejo de la inteligencia. La dimisión de Goss puede desencadenar investigaciones parlamentarias –éstas sí similares a las de 1973/4.

Por ejemplo, el programa de escuchas ilegales, las torturas a presos no declarados, los translados ilegales en aviones por media Europa y la exposición de una agente de la CIA (Valerie Plame) pueden poner a Bush y Cheney en situación muy delicada. A tal punto que allegados a Bush padre barajan una salida de emergencia: forzar la renuncia del vicepresidente, para salvar votos en las próximas elecciones.

Con una celeridad que revela la mano de Negroponte, del vicepresidente Richard Cheney y del secretario de Defensa, Donald Rumfeld, el presidente anunció la candidatura de Hayden. Contra este militar retirado, en su momento impulsor de escuchas ilegales y maltrato de prisioneros, ya se levantan casi todos los legisladores demócratas y una parte de los republicanos.

Además de sus ideas, este general es resistido por otro motivo: no es habitual que un militar encabece una agencia de inteligencia civil. Salvo si, como sostienen varios expertos, Negroponte busca restarle facultades, poder y estructuras. En verdad, lo mismo trata de hacer con el FBI.

En defensa de Hayden, Bush recordó que, en 2005, el senado no se opuso a que asumiera como segundo en la dirección nacional de inteligencia. Pero era un organismo de corta vida, sin tradiciones arraigadas (también, sin operadores con experiencia). “Se ha emitido una pésima señal”, sostiene el diputado Peter Hoekstra (republicano, Michigan). “y no creo que sirva”. El legislador dirige el comité de inteligencia en la cámara baja.

Todo empezó el viernes. Tras apenas dos años de gestión, Porter Goss dejó de pronto la Agencia Central de Inteligencia. En Washington se hablaba de choques con Negroponte –quería poner un protegido- , intrigas de Rumsfeld, éxodo de agentes y escándalos sexuales en la cúpula.

Cabe recordar que Goss llegó al cargo al cabo de una crisis en la CIA (que acabó con George Tenet), causada por graves fallas de inteligencia. En particular, informes que condujeron a Estados Unidos a invadir Irak y, después, precipitarse en una guerra civil sin salida a la vista. En esta etapa, caracterizada por tensiones con Irán (creadas desde Washington), el ex jefe se va en medio de un lío –no atribuible a él- y el virtual colapso de la “compañía”.

La misión del dimitente –millonario y ex diputado republicano por Florida- era reconstruir la agencia, algo que o deja inconcluso. Nadie tiene esperanzas en el sucesor propuesto, Hayden, un incondicional de Negroponte.

No obstante, el presidente había admitido que “el papel de Goss era transicional y consistía en reintegrar la CIA al resto de la comunidad de inteligencia”. Pareció una ironía, pues la entidad ha sido licuada dentro de una dirección nacional de inteligencia cuya utilidad continúa en duda. Particularmente por agentes profesionales de la agencia, que vienen dejándola sin pausa.

En realidad, la nueva superestructura -al mando de Negroponte, de triste historia diplomática en Latinoamérica- venia tratando de absorber a la CIA y al FBIm lo cual despertaba resistencias en el personal veterano. Exactamente como sucede con John Bolton, otro fundamentalista bélico, y el equipo de la representación ante Naciones Unidas. En este clima, pocas posibilidades se le ven a Hayden, salvo ser dócil instrumento de su jefe.

La mayoría de expertos en inteligencia que pululan en el distrito federal afirma que el propio Negroponte le pidió la renuncia a Goss, con apoyo de Cheney y Rumsfeld. Éste le reprochaba al ex funcionario no haber impedido el fuerte documento de seis prestigiosos generales retirados, donde se le pide la dimisión al jefe del Pentágono.

“Nunca he estado tan inquieta por la seguridad del país como ahora”, señalaba Jane Harman (California), la representante demócrata de mayor jerarquía en el comité especial de inteligencia. Esas declaraciones eran anteriores a la caída de Goss. “Aún no hemos logrado domeñar o siquiera monitorear adecuadamente a al Qa’eda y la CIA está licuándose”. Por otra parte, Rusia está gobernada el ex jefe de la inteligencia soviética y ello se trasunta en estrategias geopolíticas más flexibles y eficaces que las norteamericanas.

El despido de Goss fue precedido por versiones difundidas por gente de Rumsfeld y Negroponte. Similar “tratamiento” está dispensándose a John Snow, secretario de Hacienda que los observadores creen al borde de la renuncia.

Volviendo a la CIA, la castiga un escandalete algo risible: partidas de póker y prostitutas en las oficinas del edificio Watergate. El mismo que dio nombre a la caída de Richard Nixon. Ahora, los riesgos para Bush derivan del “Watergate II”, el descontrol y el pésimo manejo de la inteligencia. La dimisión de Goss puede desencadenar investigaciones parlamentarias –éstas sí similares a las de 1973/4.

Por ejemplo, el programa de escuchas ilegales, las torturas a presos no declarados, los translados ilegales en aviones por media Europa y la exposición de una agente de la CIA (Valerie Plame) pueden poner a Bush y Cheney en situación muy delicada. A tal punto que allegados a Bush padre barajan una salida de emergencia: forzar la renuncia del vicepresidente, para salvar votos en las próximas elecciones.

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