Chirac disiente con Sarkozy y admite una crisis de identidad

Hicieron falta veinte noches violentas para que el presidente francés diese la cara. Tras anunciar la ampliación por noventa días del estado de emergencia, Jacques Chirac se distanció de su ministro de Interior y fue conciliatorio (16-XI).

17 noviembre, 2005

Mientras seguía el contagio en Bélgica y Holanda, Chirac pidió al parlamento extender hasta febrero el estado de emergencia. Esto seguramente encenderá un duro debate. Entre otras cosas, porque el presidente vaciló tres semanas antes de salir a la palestra.

Esa ausencia le dio aire a Nicolas Sarkozy, cuya renuncia ha sido pedida, en privado, por el “premier” Dominique de Villepin. Así, hace tres días , el titular de Interior calificó de “ralea” a los protagonistas del estallido social. Varios intelectuales rechazan ese lenguaje, aunque vean en la violencia un “nuevo nihilismo” (Massimo Nava). Pero el “Wall Street Journal” se consuela: “En París, el turismo de lujo sigue viento en popa”.

“Somos franceses de veras, pero sin futuro”, decían por TV adolescentes cetrinos o negros, con fondo de incendios. “No. No son franceses, sino apátridas”, respondía un energúmeno, Jean-Marie Le Pen. “Limpiaremos el país de esta ralea, de esta gentuza”, se desmandaba Sarkozy, hijo de inmigrantes húngaros.

El escenario de esas declaraciones era Clichy-sous-bois, el suburbio parisino donde todo empezó, hace apenas veinte días. Como Évreux, Lion, Marsella, Lila y otros brotes, contiene un ghetto étnico, pobre, en verdad sin futuro. A su vez, los protagonistas del estallido por cierto han nacido en Francia. Pero no son blancos de clase media, objeto social y político del “modelo” posterior a 1789. No en vano, por entonces, los campesinos se identificaban con la corona, la iglesia y sus antiguos señores contra la Revolución surgida en París. No formaban parte del tercer estado, como hoy tampoco moros y africanos.

Con menor intensidad que la semana pasada, las noches siguen calientes en 300 localidades, de las cuales cuarenta con toque de queda, y ponen en evidencia la quiebra entre dos “países urbanos”. Los “beur” –hijos y nietos de inmigrantes musulmanes- frente a los “keuf”, o sea la gorra (diría un villero en Buenos Aires). La emergencia abarca inclusive ese “París de magia y lujo” exaltado por el WSJ, donde “los turistas cinco estrellas bailan sobre un ‘Titanic’ en seco”, replicaba “Die Welt”.

Al parecer, los alrededores de la torre Eiffel no forman parte de esa “vieja Europa” que Donald Rumsfeld (todavía secretario de Defensa) denostaba nuevamente, días atrás, poniendo el estallido galo como ejemplo de decadencia. Más conscientes de la historia, algunos analistas rusos recordaban que la violencia social (palacio de Invierno en 1905, revoluciones menshe y bolshevique en 1917) pudo haber acabado en el anarquismo estilo Bakunin y Kropotkin o algo casi tan malo, el trotskismo.

Entretanto, la dirigencia italiana ve en las bandas extremistas alrededor del fútbol un foco de contagio, como ocurre ya en Holanda y Bélgica. Este domingo, un referí de tercera división le gritó “negro de mierda” a un delantero italiano de madre kabila. También en Francia existen nexos entre la “gentuza” y las barras bravas. Así lo han subrayado Lian Thuram y Thierry Henri, dos jugadores del seleccionado francés, negros ambos, nacidos y criados en los arrabales de la capital.

“La violencia social nunca es gratuita. Si se abriesen posibilidades laborales en las zonas más pobres, seguramente sería más fácil integrarlas”, sostiene Thuram, hombre a años luz de ciertas estrellas mediáticas argentinas, que también provienen de los márgenes. “Cuando Sarkozy habla de limpiar los suburbios, me trata también a mí de basura”, apunta.

En otro extremo, Alain Touraine –un polígrafo liberal- o Michel Mafffesoli, un sociólogo más a la izquierda, asocian la violencia con el rechazo al modelo social francés. “Estos muchachos actúan como quisieran hacerlo, con diferente objeto, Le Pen y los neonazis en otras países europeos”, opinaba Jacques Attali. Por cierto, Le Pen exige “prohibir toda inmigración, expulsar a los ilegales y tener una política interna nacional, sin injerencia de la Unión Europea”.

En el fondo, hay un factor en común a los hispanos norteamericanos –que tanto desvelan a Samuel Huntington-, los turcos alemanes, los británicos, holandeses, españoles, italianos y franceses de tez obscura: sus padres o abuelos llegaron a las economías centrales como mano de obra imprescindible. “Sin su aporte –reflexiona Attali-, Francia tendría hoy quince millones de habitantes menos”.

En lo tocante al estado de emergencia, lo define una ley, aprobada a principios de la guerra de Argelia (1954/62), que prevé intervención militar en territorio francés.En su momento, no sirvió para nada y Charles de Gaulle debió cortar un nudo gordiano, obra de Raoul Salan, un Le Pen armado.

Mientras seguía el contagio en Bélgica y Holanda, Chirac pidió al parlamento extender hasta febrero el estado de emergencia. Esto seguramente encenderá un duro debate. Entre otras cosas, porque el presidente vaciló tres semanas antes de salir a la palestra.

Esa ausencia le dio aire a Nicolas Sarkozy, cuya renuncia ha sido pedida, en privado, por el “premier” Dominique de Villepin. Así, hace tres días , el titular de Interior calificó de “ralea” a los protagonistas del estallido social. Varios intelectuales rechazan ese lenguaje, aunque vean en la violencia un “nuevo nihilismo” (Massimo Nava). Pero el “Wall Street Journal” se consuela: “En París, el turismo de lujo sigue viento en popa”.

“Somos franceses de veras, pero sin futuro”, decían por TV adolescentes cetrinos o negros, con fondo de incendios. “No. No son franceses, sino apátridas”, respondía un energúmeno, Jean-Marie Le Pen. “Limpiaremos el país de esta ralea, de esta gentuza”, se desmandaba Sarkozy, hijo de inmigrantes húngaros.

El escenario de esas declaraciones era Clichy-sous-bois, el suburbio parisino donde todo empezó, hace apenas veinte días. Como Évreux, Lion, Marsella, Lila y otros brotes, contiene un ghetto étnico, pobre, en verdad sin futuro. A su vez, los protagonistas del estallido por cierto han nacido en Francia. Pero no son blancos de clase media, objeto social y político del “modelo” posterior a 1789. No en vano, por entonces, los campesinos se identificaban con la corona, la iglesia y sus antiguos señores contra la Revolución surgida en París. No formaban parte del tercer estado, como hoy tampoco moros y africanos.

Con menor intensidad que la semana pasada, las noches siguen calientes en 300 localidades, de las cuales cuarenta con toque de queda, y ponen en evidencia la quiebra entre dos “países urbanos”. Los “beur” –hijos y nietos de inmigrantes musulmanes- frente a los “keuf”, o sea la gorra (diría un villero en Buenos Aires). La emergencia abarca inclusive ese “París de magia y lujo” exaltado por el WSJ, donde “los turistas cinco estrellas bailan sobre un ‘Titanic’ en seco”, replicaba “Die Welt”.

Al parecer, los alrededores de la torre Eiffel no forman parte de esa “vieja Europa” que Donald Rumsfeld (todavía secretario de Defensa) denostaba nuevamente, días atrás, poniendo el estallido galo como ejemplo de decadencia. Más conscientes de la historia, algunos analistas rusos recordaban que la violencia social (palacio de Invierno en 1905, revoluciones menshe y bolshevique en 1917) pudo haber acabado en el anarquismo estilo Bakunin y Kropotkin o algo casi tan malo, el trotskismo.

Entretanto, la dirigencia italiana ve en las bandas extremistas alrededor del fútbol un foco de contagio, como ocurre ya en Holanda y Bélgica. Este domingo, un referí de tercera división le gritó “negro de mierda” a un delantero italiano de madre kabila. También en Francia existen nexos entre la “gentuza” y las barras bravas. Así lo han subrayado Lian Thuram y Thierry Henri, dos jugadores del seleccionado francés, negros ambos, nacidos y criados en los arrabales de la capital.

“La violencia social nunca es gratuita. Si se abriesen posibilidades laborales en las zonas más pobres, seguramente sería más fácil integrarlas”, sostiene Thuram, hombre a años luz de ciertas estrellas mediáticas argentinas, que también provienen de los márgenes. “Cuando Sarkozy habla de limpiar los suburbios, me trata también a mí de basura”, apunta.

En otro extremo, Alain Touraine –un polígrafo liberal- o Michel Mafffesoli, un sociólogo más a la izquierda, asocian la violencia con el rechazo al modelo social francés. “Estos muchachos actúan como quisieran hacerlo, con diferente objeto, Le Pen y los neonazis en otras países europeos”, opinaba Jacques Attali. Por cierto, Le Pen exige “prohibir toda inmigración, expulsar a los ilegales y tener una política interna nacional, sin injerencia de la Unión Europea”.

En el fondo, hay un factor en común a los hispanos norteamericanos –que tanto desvelan a Samuel Huntington-, los turcos alemanes, los británicos, holandeses, españoles, italianos y franceses de tez obscura: sus padres o abuelos llegaron a las economías centrales como mano de obra imprescindible. “Sin su aporte –reflexiona Attali-, Francia tendría hoy quince millones de habitantes menos”.

En lo tocante al estado de emergencia, lo define una ley, aprobada a principios de la guerra de Argelia (1954/62), que prevé intervención militar en territorio francés.En su momento, no sirvió para nada y Charles de Gaulle debió cortar un nudo gordiano, obra de Raoul Salan, un Le Pen armado.

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