China sigue penetrando en el Ãfrica subsahariana

Este creciente interés chino por la región genera perceptible inquietud en EE.UU. y la Unión Europea. Washington sigue abstraída en frustrantes guerra locales. En tanto, Gran Bretaña y Francia ejercen menos influencia que nunca.

27 abril, 2007

Como en Asia sudoriental, Beijing no aplica los parámetros internaciones “correctos”, o sea no lucha contra la corrupción sistémica, enquistada en los aparatos estatales africanos. Por ejemplo, apoya a Sudán, Nigeria y Angola, tres países bajo fuerte presión occidental para mejorar sus políticas de derechos civiles y gestión gubernamental. Resulta curioso que las grandes petroleras –antiguas promotoras de los mismos pecados en Latinoamérica y Levante- reclamen porque China usa su influencia para asegurarles oportunidades de negocios a sus propias empresas estatales.

A su vez, los altos funcionarios del Reino del medio llaman la atención sobre esa clase de precedentes –verbigracia, ocupar en el siglo XIX puertos y enclaves del viejo imperio para asegurar la penetración del comercio y el opio- y califican esas preocupaciones occidentales de exageradas, cuando no hipócritas.

Beijing niega albergar grandiosos esquemas para crear una esfera exclusive de influencia económica en África. Pero su banco central tiene alrededor de un US$ 1,2 billones en reservas de divisas, inagotable impulso emprendedor y una fuerte tendencia a competir en sus propios términos. O en los de sus nuevos socios africanos. “El estilo occidental de imponer sus valores y sistemas políticos a otros no es aceptable para nosotros”, sostiene Wang Hongyi, experto en lo que era el “tercer mundo” en el instituto de Estudios Internacionales. No es casual que, pese a sus enormes divergencias, en Taiwán no vean con malos ojos lagunas iniciativas de Beijing.

Sin duda, el objetivo económico es claro: tener acceso a hidrocarburos, mineral de hierro, cobre y algodón africanos, a los menores precios asequibles. Entretanto, muchas empresas consideran al continente un mercado abierto a sus exportaciones, descuidado por Occidente y apto para una larga serie de bienes de uso final, colocables a bajo precio.

Pero, si esto suena tan mercenario como las intenciones europeas de hace 120 años, el método chino actual es sin duda antimperialista. A diferencia de la incursión bajo el régimen de Mao Zedong, hecha con el propósito de apoyar regímenes socialistas o procomunistas en el escenario poscolonial, “el foco actual es en economía e intercambio, sin componentes ideológicos”. Eso recalca Muletsi Mbeki, empresario y analista político sudafricano. “No es la primera potencia que desembarca en el continente –explica-, pero sí la primera que parece no actuar como algún tipo de patrón, maestro, predicador o conquistador”.

En China, se habla de “promover los tres cincuentas: 50 años de cooperación afrochina, 53 países, US$ 50.000 millones en comercio, cifra proyectada para este año”. Todo a la sombra de concesiones comerciales e iniciativas de ayuda. Eso incluye una nómina de mercaderías que podrán ingresar a China libres de tarifas, aumentos en asistencia, cooperación técnica y perdón de deudas.

Desde la óptica china, al comercio con África crece a mayor ritmo que con otras zonas, salvo Levante. En el decenio 1996-2005, se decuplicó y alcanzó cerca de US$ 40.000 millones. China le compra madera a la república del Congo, mineral de hierro a Sudáfrica, cobalto y cobre a Zambia.

En un plano más trascendente, África ayuda a cubrir crecientes necesidades de petróleo. Por de pronto, Angola supera ya a Saudiarabia como máxima proveedora de China. Sudán, puesto en el ostracismo por Occidente a causa de las masacres en Darfur, era importador neto de petróleo hasta que en 1995 llegaron los chino. Desde entonces, sus inversiones en el sector promovieron exploración y extracción, al punto de que Jartum exporta hoy US$ 2.000 millones anuales, la mitad a Beijing.

El sostenido interés por materias primas suele ir acompañado de generosos programas de ayuda, créditos a bajo interés y otras concesiones que –afirman empresarios occidentales- socavan los esfuerzos para promover un gobierno de mejor calidad. El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional temen que el casi ilimitado apoyo financiero chino –inclusive una línea de US$ 2.000 millones a Angola, epítome de corrupción- frustre años de labor para condicionar créditos y negociaciones por deudas a la lucha contra esas lacras en todo el continente.

Durante años, las autoridades chinas han insistido en que los problemas de derechos civiles son cuestión interna de los países involucrados, argumento típico de EE.UU. en la Latinoamérica de los años 60 y 70. Recientemente, empero, Beijing comienza a cambiar de posturas, hasta cierto punto. Zhai Jun, vicecanciller a cargo de temas africanos, censuró la situación de derechos civiles en Sudán y pidió mejorarla, aunque no lo a hecho en cuanto a Zimbabwe.

Como en Asia sudoriental, Beijing no aplica los parámetros internaciones “correctos”, o sea no lucha contra la corrupción sistémica, enquistada en los aparatos estatales africanos. Por ejemplo, apoya a Sudán, Nigeria y Angola, tres países bajo fuerte presión occidental para mejorar sus políticas de derechos civiles y gestión gubernamental. Resulta curioso que las grandes petroleras –antiguas promotoras de los mismos pecados en Latinoamérica y Levante- reclamen porque China usa su influencia para asegurarles oportunidades de negocios a sus propias empresas estatales.

A su vez, los altos funcionarios del Reino del medio llaman la atención sobre esa clase de precedentes –verbigracia, ocupar en el siglo XIX puertos y enclaves del viejo imperio para asegurar la penetración del comercio y el opio- y califican esas preocupaciones occidentales de exageradas, cuando no hipócritas.

Beijing niega albergar grandiosos esquemas para crear una esfera exclusive de influencia económica en África. Pero su banco central tiene alrededor de un US$ 1,2 billones en reservas de divisas, inagotable impulso emprendedor y una fuerte tendencia a competir en sus propios términos. O en los de sus nuevos socios africanos. “El estilo occidental de imponer sus valores y sistemas políticos a otros no es aceptable para nosotros”, sostiene Wang Hongyi, experto en lo que era el “tercer mundo” en el instituto de Estudios Internacionales. No es casual que, pese a sus enormes divergencias, en Taiwán no vean con malos ojos lagunas iniciativas de Beijing.

Sin duda, el objetivo económico es claro: tener acceso a hidrocarburos, mineral de hierro, cobre y algodón africanos, a los menores precios asequibles. Entretanto, muchas empresas consideran al continente un mercado abierto a sus exportaciones, descuidado por Occidente y apto para una larga serie de bienes de uso final, colocables a bajo precio.

Pero, si esto suena tan mercenario como las intenciones europeas de hace 120 años, el método chino actual es sin duda antimperialista. A diferencia de la incursión bajo el régimen de Mao Zedong, hecha con el propósito de apoyar regímenes socialistas o procomunistas en el escenario poscolonial, “el foco actual es en economía e intercambio, sin componentes ideológicos”. Eso recalca Muletsi Mbeki, empresario y analista político sudafricano. “No es la primera potencia que desembarca en el continente –explica-, pero sí la primera que parece no actuar como algún tipo de patrón, maestro, predicador o conquistador”.

En China, se habla de “promover los tres cincuentas: 50 años de cooperación afrochina, 53 países, US$ 50.000 millones en comercio, cifra proyectada para este año”. Todo a la sombra de concesiones comerciales e iniciativas de ayuda. Eso incluye una nómina de mercaderías que podrán ingresar a China libres de tarifas, aumentos en asistencia, cooperación técnica y perdón de deudas.

Desde la óptica china, al comercio con África crece a mayor ritmo que con otras zonas, salvo Levante. En el decenio 1996-2005, se decuplicó y alcanzó cerca de US$ 40.000 millones. China le compra madera a la república del Congo, mineral de hierro a Sudáfrica, cobalto y cobre a Zambia.

En un plano más trascendente, África ayuda a cubrir crecientes necesidades de petróleo. Por de pronto, Angola supera ya a Saudiarabia como máxima proveedora de China. Sudán, puesto en el ostracismo por Occidente a causa de las masacres en Darfur, era importador neto de petróleo hasta que en 1995 llegaron los chino. Desde entonces, sus inversiones en el sector promovieron exploración y extracción, al punto de que Jartum exporta hoy US$ 2.000 millones anuales, la mitad a Beijing.

El sostenido interés por materias primas suele ir acompañado de generosos programas de ayuda, créditos a bajo interés y otras concesiones que –afirman empresarios occidentales- socavan los esfuerzos para promover un gobierno de mejor calidad. El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional temen que el casi ilimitado apoyo financiero chino –inclusive una línea de US$ 2.000 millones a Angola, epítome de corrupción- frustre años de labor para condicionar créditos y negociaciones por deudas a la lucha contra esas lacras en todo el continente.

Durante años, las autoridades chinas han insistido en que los problemas de derechos civiles son cuestión interna de los países involucrados, argumento típico de EE.UU. en la Latinoamérica de los años 60 y 70. Recientemente, empero, Beijing comienza a cambiar de posturas, hasta cierto punto. Zhai Jun, vicecanciller a cargo de temas africanos, censuró la situación de derechos civiles en Sudán y pidió mejorarla, aunque no lo a hecho en cuanto a Zimbabwe.

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