Cavallo se bajó de la candidatura

Cavallo se bajó del caballo. Beliz, como un solícito palafrenero, lo ayudo a descender de su iracunda decisión del ballotage. El padre de la convertibilidad, pidió disculpas por su desmadre, reconoció su error y hasta felicitó a su rival.

10 mayo, 2000

Domingo Felipe Cavallo, desde la sede de su partido, dijo adiós a su pretensión de ser jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Y tal vez –nunca en política se puede cerrar la última puerta– a la de acceder alguna vez a la Presidencia de la República.

Los observadores advirtieron un cambio ostensible en el tono de su estilo característico. Menos impulsivo, más reflexivo, más político, para resumirlo. Y la mayoría coincidió en atribuir ese cambio a la influencia de su joven asociado en la fórmula, Gustavo Beliz.

Precisamente, Beliz lo precedió en la exposición. Con cierta dosis de ironía, un matutino apunto que se lo vio “tolerante casi hasta la exageración”. Agradeció a todo el mundo, felicitó a los ganadores y se comprometió a seguir junto a Cavallo en el futuro. Alguien, con sorna, apuntó a la letra de un conocido y arcaico tango: “Promesas de estudiantes, flores de un día son…”.

Los 16, irremontables puntos de diferencia que le sacó Ibarra, le hicieron reconocer al padre de la convertibilidad que una segunda vuelta se había convertido en “una misión imposible”. Algo que hasta el más despistado de los argentinos había advertido en la noche del domingo o, al menos, la madrugada del lunes.

En una Argentina donde en política no hay rivales sino enemigos, sorprendió la imagen de un hombre que logró esbozar, junto a su esposa Sonia, una sonrisa –no importa si forzada o no– y abandonó su estilo frontal que lo llevara a calificar a Aníbal Ibarra de “lacayo” e “impotente”. Término este último, que aún en los tiempos que corren, resulta demasiado urticante.

Domingo Felipe Cavallo, desde la sede de su partido, dijo adiós a su pretensión de ser jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Y tal vez –nunca en política se puede cerrar la última puerta– a la de acceder alguna vez a la Presidencia de la República.

Los observadores advirtieron un cambio ostensible en el tono de su estilo característico. Menos impulsivo, más reflexivo, más político, para resumirlo. Y la mayoría coincidió en atribuir ese cambio a la influencia de su joven asociado en la fórmula, Gustavo Beliz.

Precisamente, Beliz lo precedió en la exposición. Con cierta dosis de ironía, un matutino apunto que se lo vio “tolerante casi hasta la exageración”. Agradeció a todo el mundo, felicitó a los ganadores y se comprometió a seguir junto a Cavallo en el futuro. Alguien, con sorna, apuntó a la letra de un conocido y arcaico tango: “Promesas de estudiantes, flores de un día son…”.

Los 16, irremontables puntos de diferencia que le sacó Ibarra, le hicieron reconocer al padre de la convertibilidad que una segunda vuelta se había convertido en “una misión imposible”. Algo que hasta el más despistado de los argentinos había advertido en la noche del domingo o, al menos, la madrugada del lunes.

En una Argentina donde en política no hay rivales sino enemigos, sorprendió la imagen de un hombre que logró esbozar, junto a su esposa Sonia, una sonrisa –no importa si forzada o no– y abandonó su estilo frontal que lo llevara a calificar a Aníbal Ibarra de “lacayo” e “impotente”. Término este último, que aún en los tiempos que corren, resulta demasiado urticante.

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