Bush forma un equipo de campaña dentro del propio gobierno

De un plumazo, George W. Bush relevó a Ari Fleischer, su “vocero de amianto” y designaría a Victoria Clarke, la belicosa portavoz del Pentágono. Ahora, Wall Street teme que también “renuncie” al verborrágico secretario de Hacienda, John Snow.

21 mayo, 2003

"Si nombran a Clarke, será otro avance de Donald Rumsfeld a expensas
de Colin Powell, pese a su fracaso y el de la CIA en cuanto a prever la nueva
ola de ataques terroristas o en localizar a Osama bin Laden, Saddam y sus hijos.
Defensa trata de asociar los nuevos halcones a la campaña reelectoral de
Bush". Así comentaban en Wall Street el repentino adiós de
Fleischer. El rostro más ostensible del gobierno, desde las Torres Gemelas
hasta la guerra en Irak, sigue el camino de su antecesora, la tejana Karen Hughes.
Ésta duró quince meses, Fleischer casi veinte y Clarke -si lo sucede-
deberá llegar por lo menos a los comicios de 2004 (de nuevo, quince meses).

Por supuesto, el ex vocero se va por un puente de plata: su dimisión
se debe, teóricamente, a que va a casarse, quiere volver a Nueva York
y a sus amigos. Pero todos saben que es víctima de una cruel interna,
la misma que amenaza a John Snow. En su caso, como le ocurriera a Paul O´Neill
-primer tesorero de esta administración-, por hablar demasiado y a destiempo,
aunque sin los desplantes del citado. Algo los une: ambos empezaron proclamando
una defensa incondicional del dólar, pero acabaron diciendo que un dólar
débil no estaba mal, mientras el euro batía récord tras
récord y los mercados especulativos se ponía neuróticos.
Tampoco le fue muy bien en el "lobby" ante el Congreso por el II paquete
de recortes impositivos.

El deterioro de Fleischer salpica a su segundo, Scott McClellan (otro tejano),
visto como reemplazante natural. Pero, dado que las cosas distan de ser claras,
el dimitente permanecerá hasta fin de junio. En buena medida, porque
hay un tercero en discordia: Timothy Gillespie, estratega de la campaña
electoral anterior. Entretanto, Clarke cuenta con la hostilidad de George W.
H. Bush, padre del presidente.

"Si nombran a Clarke, será otro avance de Donald Rumsfeld a expensas
de Colin Powell, pese a su fracaso y el de la CIA en cuanto a prever la nueva
ola de ataques terroristas o en localizar a Osama bin Laden, Saddam y sus hijos.
Defensa trata de asociar los nuevos halcones a la campaña reelectoral de
Bush". Así comentaban en Wall Street el repentino adiós de
Fleischer. El rostro más ostensible del gobierno, desde las Torres Gemelas
hasta la guerra en Irak, sigue el camino de su antecesora, la tejana Karen Hughes.
Ésta duró quince meses, Fleischer casi veinte y Clarke -si lo sucede-
deberá llegar por lo menos a los comicios de 2004 (de nuevo, quince meses).

Por supuesto, el ex vocero se va por un puente de plata: su dimisión
se debe, teóricamente, a que va a casarse, quiere volver a Nueva York
y a sus amigos. Pero todos saben que es víctima de una cruel interna,
la misma que amenaza a John Snow. En su caso, como le ocurriera a Paul O´Neill
-primer tesorero de esta administración-, por hablar demasiado y a destiempo,
aunque sin los desplantes del citado. Algo los une: ambos empezaron proclamando
una defensa incondicional del dólar, pero acabaron diciendo que un dólar
débil no estaba mal, mientras el euro batía récord tras
récord y los mercados especulativos se ponía neuróticos.
Tampoco le fue muy bien en el "lobby" ante el Congreso por el II paquete
de recortes impositivos.

El deterioro de Fleischer salpica a su segundo, Scott McClellan (otro tejano),
visto como reemplazante natural. Pero, dado que las cosas distan de ser claras,
el dimitente permanecerá hasta fin de junio. En buena medida, porque
hay un tercero en discordia: Timothy Gillespie, estratega de la campaña
electoral anterior. Entretanto, Clarke cuenta con la hostilidad de George W.
H. Bush, padre del presidente.

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