¿Brotes de terrorismo en pleno territorio chino?

Medios chinos revelaron que, el 7 de marzo, se frustró una intentona para derribar un avión de China Southern, que iba de Urumqi (Xingjiang) a Beijing. El gobernador regional declaró que “gente a bordo trataba de desencadenar una tragedia”.

12 marzo, 2008

Parecía un incidente a medida y se lo atribuyó a separatistas musulmanes de la etnia uigur, que ocupa el noroeste de Xinjiang. Desde hace meses, el gobierno viene advirtiendo al exterior que la peor amenaza a los inminente juegos olímpicos proviene del movimiento islámico del Turkestán oriental (MITO) y otros militantes en esa zona y el sudeste de China.

Recién se sabe ahora que, en enero, la policía acabó con una célula del MITO en Urumqi, la capital. La coincidencia de esa revelación con el episodio aéreo genera sospechas fuera de China y también en Hongkong. Poco ante del segundo caso, un ómnibus cargado de australianos fue capturado brevemente por un tipo armado en Xian, pero la policía lo liquidó antes de que pudiese hablar. En cuanto a los separatistas de habla turcomana, Beijing explota el miedo occidental al terrorismo islámico, para que nadie proteste por el pesado aparato represor en torno de las olimpíadas.

Probablemente, las advertencias sobre los uigur –tuvieron un imperio en el siglo VI, antes de islamizarse, y en el oeste se conocían como hunos- parecen reflejar viejos problemas sociopolíticos, más que riesgos terroristas, asociados a minorías étnicas. El núcleo han de China abarca las cuencas de los ríos Amarillo Azul y Perla, cuna de la cultura sínica (III milenio antes de la era común) y ámbito de los estados que fueron surgiendo a través de los siglos.

Pero el área siempre estuvo abierta a invasiones de nómades desde el norte grande. Con el tiempo, China fue expandiéndose –al darse cuenta de que la Gran Muralla no servía mucho- hasta crearse un cinturón absorbiendo Tibet, Xingjiang, Mongolia interior y Manchuria. Tuvo muy buenas razones: en el siglo XIII, Chinghiz Jan la incorporó a un enorme imperio mongol que alcanzaba Rusiay Ucrania. En el siglo XVII, los manchúes desplazaron a los Mingo e instalaron la última dinastía imperial.

No obstante, los mongoles que ocuparon China y sus parientes, los manchúes, se sinificaron velozmente y fueron absorbidos por la cultura central. En cambio, todavía hoy los tibetanos –que llegaron a sojuzgar Xinjiang, Nepal, parte de Mongolia y el sudeste chino- y los uigur resisten la asimilación. No obstante, son minoritarios en sus propios territorios, paulatinamente colonizados por chinos han desde el siglo XVIII.

Esos factores explican que Beijing nunca haya integrado a uigures ni tibetanos. Eso pese a que la cultura china –y su escritura- irradiaran sin necesidad del poder militar a Corea, Japón e Indochina. Pero la propia decadencia de esa civilización, que llegó a hacer crisis cuando el imperio alcanzaba su máximo tamaño (siglos III a V), acabó con la absorción de nómades e inmigrantes. La república actual hereda, pues, problemas seculares y tampoco logra solucionarlos.

Parecía un incidente a medida y se lo atribuyó a separatistas musulmanes de la etnia uigur, que ocupa el noroeste de Xinjiang. Desde hace meses, el gobierno viene advirtiendo al exterior que la peor amenaza a los inminente juegos olímpicos proviene del movimiento islámico del Turkestán oriental (MITO) y otros militantes en esa zona y el sudeste de China.

Recién se sabe ahora que, en enero, la policía acabó con una célula del MITO en Urumqi, la capital. La coincidencia de esa revelación con el episodio aéreo genera sospechas fuera de China y también en Hongkong. Poco ante del segundo caso, un ómnibus cargado de australianos fue capturado brevemente por un tipo armado en Xian, pero la policía lo liquidó antes de que pudiese hablar. En cuanto a los separatistas de habla turcomana, Beijing explota el miedo occidental al terrorismo islámico, para que nadie proteste por el pesado aparato represor en torno de las olimpíadas.

Probablemente, las advertencias sobre los uigur –tuvieron un imperio en el siglo VI, antes de islamizarse, y en el oeste se conocían como hunos- parecen reflejar viejos problemas sociopolíticos, más que riesgos terroristas, asociados a minorías étnicas. El núcleo han de China abarca las cuencas de los ríos Amarillo Azul y Perla, cuna de la cultura sínica (III milenio antes de la era común) y ámbito de los estados que fueron surgiendo a través de los siglos.

Pero el área siempre estuvo abierta a invasiones de nómades desde el norte grande. Con el tiempo, China fue expandiéndose –al darse cuenta de que la Gran Muralla no servía mucho- hasta crearse un cinturón absorbiendo Tibet, Xingjiang, Mongolia interior y Manchuria. Tuvo muy buenas razones: en el siglo XIII, Chinghiz Jan la incorporó a un enorme imperio mongol que alcanzaba Rusiay Ucrania. En el siglo XVII, los manchúes desplazaron a los Mingo e instalaron la última dinastía imperial.

No obstante, los mongoles que ocuparon China y sus parientes, los manchúes, se sinificaron velozmente y fueron absorbidos por la cultura central. En cambio, todavía hoy los tibetanos –que llegaron a sojuzgar Xinjiang, Nepal, parte de Mongolia y el sudeste chino- y los uigur resisten la asimilación. No obstante, son minoritarios en sus propios territorios, paulatinamente colonizados por chinos han desde el siglo XVIII.

Esos factores explican que Beijing nunca haya integrado a uigures ni tibetanos. Eso pese a que la cultura china –y su escritura- irradiaran sin necesidad del poder militar a Corea, Japón e Indochina. Pero la propia decadencia de esa civilización, que llegó a hacer crisis cuando el imperio alcanzaba su máximo tamaño (siglos III a V), acabó con la absorción de nómades e inmigrantes. La república actual hereda, pues, problemas seculares y tampoco logra solucionarlos.

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