Bolivia: presidente temporal, aprestos electorales e incertidumbre

Yendo por el filo de la navaja, la noche del jueves un endeble congreso puso al presidente del poder judicial a cargo del ejecutivo. Con la esperanza de desactivar un polvorín etnosocial, se abre el interregno rumbo a elecciones anticipadas.

10 junio, 2005

Ido Carlos Mesa –nunca a la altura de las circunstancias-, Eduardo Rodríguez deja momentáneamente la Suprema Corte. Su primera tarea es triple: calmar La Paz, aislar al foquismo de El Alto (donde “comisarios populares” reclutan gente para fomentar violencia urbana) y diluir presiones separatistas en Santa Cruz de la Sierra y Tarija. En último análisis, esos brotes tienen más posibilidades de provocar una guerra civil que los enfrentamientos con fuerzas del Gobierno.

Mesa, Hormando Vaca Diez (ex jefe del Senado) y Mario Cossio (ídem de Diputados) eran, cabe temer, demasiado blancos para generar confianza entre las dos proncipales etnias bolivianas (quechuas y aymaras). Se verá si Rodríguez puede reabrir el diálogo en un país que, hace más de 50 años, colgaba a un presidente en la plaza pública. No será fácil, máxime mientras, en los cuarteles, algunos exaltados proponen “recobrar tierras arrebatadas por Chile para calmar el separatismo” (decía una radio de Potosí).

Al margen de imposibilidades fácticas, la economía tambalea al borde de la megainflación y los precios suben hora a hora, en tanto zozobran las fuentes de ingresos genuinos. Para el caso, la extracción/exportación de gas y otros hidrocarburos. Debe notarse que, según casi todos los observadores en La Paz, Sucre y otras ciudades, las elecciones exigirán no menos de tres meses para planearse y realizarse. Al mismo tiempo, deberá persuadirse a los caudillos populistas que crudos y derivados no valen gran cosa cuando no se explotan ni se venden.

Jurisconsulto apolítico y respetado, Rodríguez debe timonear un barco mal calafateado en medio de la tormenta y llevarlo a puerto. Pero, para la elite política y económica, los eventuales comicios pueden conducir a un gobierno de “indios, cholos y negros” (Juan A. García, La ciudad indiana, 1886). O sea, un espantajo común a las burguesías latinomericanas. Importa recordar que los últimos estados nativos se remontan a las “repúblicas cimarronas” de Nueva Granada (siglo XVIII) y el imperio de Haití (principios del XIX).

Por supuesto, otro problema es quiénes y en nombre de qué sectores se presentarán a los comicios. Entre los aspirantes de primera línea se destaca Evo Morales, un jefe aymara que maneja el Movimiento al Socialismo –MAS, tan trosquista y utópico como su módico modelo argentino- y tiene un discurso que los argentinos definirían como “setentista”. Para inquietud de Washington –que no dice ni hace nada respecto de la crisis boliviana-, Morales también representa a los cultivadores de coca. Una planta, cabe puntualizar, cuyos usos tienen raíces ancestrales y no incluyen pasta básica ni clorhidrato de cocaína.

Por supuesto, el gobierno de Geogre W. Bush detesta a Morales tanto como a Hugo Chávez. Pero no tiene ideas claras ni razonables sobre cómo manejar esos problemas: Venezuela y Bolivia son costosas de invadir e imposibles de ocupar durante mucho tiempo. Ni siquiera un presidente casi títere de las grandes empresas, Gonzalo Sánchez de Lozada (antecedió a Mesa y hablaba mejor inglés que castellano), pudo sostenerse cuando, en octubre de 2003, sus tropas mataron a 70 manifestantes contrarios a su gestión.

En semejante clima, prosperan las propuestas más contradictorias. Quizá la más factible sea el separatismo santacruceño. Pero viabilizarlo involucraría aceptar el autonomismo de Tarija. En conjunto, síntomas de un viejo fenómeno que, hoy, sigue provocando etnicidios y masacres masivas en África: los países que son sólo dibujos sobre el mapa. En el caso boliviano, quizá fuera más racional una federación, no ya una república convencional, como Canadá, Bélgica o, en el siglo XIX, la efímera Confederación Centroamericana.

Sin soluciones originadas al norte del río Bravo, el asunto cae en manos regionales. La Argentina, Brasil –sospechoso por su antiguo apoyo a Santa Cruz de la Sierra-, la OEA -otra instancia silenciosa-, Paraguay, Perú –que tiene su propia crisis- y Chile no pueden soslayar los desafíos, En su caso, un rápido arreglo sobre la salida boliviana al mar le daría al eventual gobierno del Altiplano un respiro geopolítico nada desdeñable.

Ido Carlos Mesa –nunca a la altura de las circunstancias-, Eduardo Rodríguez deja momentáneamente la Suprema Corte. Su primera tarea es triple: calmar La Paz, aislar al foquismo de El Alto (donde “comisarios populares” reclutan gente para fomentar violencia urbana) y diluir presiones separatistas en Santa Cruz de la Sierra y Tarija. En último análisis, esos brotes tienen más posibilidades de provocar una guerra civil que los enfrentamientos con fuerzas del Gobierno.

Mesa, Hormando Vaca Diez (ex jefe del Senado) y Mario Cossio (ídem de Diputados) eran, cabe temer, demasiado blancos para generar confianza entre las dos proncipales etnias bolivianas (quechuas y aymaras). Se verá si Rodríguez puede reabrir el diálogo en un país que, hace más de 50 años, colgaba a un presidente en la plaza pública. No será fácil, máxime mientras, en los cuarteles, algunos exaltados proponen “recobrar tierras arrebatadas por Chile para calmar el separatismo” (decía una radio de Potosí).

Al margen de imposibilidades fácticas, la economía tambalea al borde de la megainflación y los precios suben hora a hora, en tanto zozobran las fuentes de ingresos genuinos. Para el caso, la extracción/exportación de gas y otros hidrocarburos. Debe notarse que, según casi todos los observadores en La Paz, Sucre y otras ciudades, las elecciones exigirán no menos de tres meses para planearse y realizarse. Al mismo tiempo, deberá persuadirse a los caudillos populistas que crudos y derivados no valen gran cosa cuando no se explotan ni se venden.

Jurisconsulto apolítico y respetado, Rodríguez debe timonear un barco mal calafateado en medio de la tormenta y llevarlo a puerto. Pero, para la elite política y económica, los eventuales comicios pueden conducir a un gobierno de “indios, cholos y negros” (Juan A. García, La ciudad indiana, 1886). O sea, un espantajo común a las burguesías latinomericanas. Importa recordar que los últimos estados nativos se remontan a las “repúblicas cimarronas” de Nueva Granada (siglo XVIII) y el imperio de Haití (principios del XIX).

Por supuesto, otro problema es quiénes y en nombre de qué sectores se presentarán a los comicios. Entre los aspirantes de primera línea se destaca Evo Morales, un jefe aymara que maneja el Movimiento al Socialismo –MAS, tan trosquista y utópico como su módico modelo argentino- y tiene un discurso que los argentinos definirían como “setentista”. Para inquietud de Washington –que no dice ni hace nada respecto de la crisis boliviana-, Morales también representa a los cultivadores de coca. Una planta, cabe puntualizar, cuyos usos tienen raíces ancestrales y no incluyen pasta básica ni clorhidrato de cocaína.

Por supuesto, el gobierno de Geogre W. Bush detesta a Morales tanto como a Hugo Chávez. Pero no tiene ideas claras ni razonables sobre cómo manejar esos problemas: Venezuela y Bolivia son costosas de invadir e imposibles de ocupar durante mucho tiempo. Ni siquiera un presidente casi títere de las grandes empresas, Gonzalo Sánchez de Lozada (antecedió a Mesa y hablaba mejor inglés que castellano), pudo sostenerse cuando, en octubre de 2003, sus tropas mataron a 70 manifestantes contrarios a su gestión.

En semejante clima, prosperan las propuestas más contradictorias. Quizá la más factible sea el separatismo santacruceño. Pero viabilizarlo involucraría aceptar el autonomismo de Tarija. En conjunto, síntomas de un viejo fenómeno que, hoy, sigue provocando etnicidios y masacres masivas en África: los países que son sólo dibujos sobre el mapa. En el caso boliviano, quizá fuera más racional una federación, no ya una república convencional, como Canadá, Bélgica o, en el siglo XIX, la efímera Confederación Centroamericana.

Sin soluciones originadas al norte del río Bravo, el asunto cae en manos regionales. La Argentina, Brasil –sospechoso por su antiguo apoyo a Santa Cruz de la Sierra-, la OEA -otra instancia silenciosa-, Paraguay, Perú –que tiene su propia crisis- y Chile no pueden soslayar los desafíos, En su caso, un rápido arreglo sobre la salida boliviana al mar le daría al eventual gobierno del Altiplano un respiro geopolítico nada desdeñable.

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