Blair: se derrumba su intento de abandonar lentamente el poder

El largo adiós del primer ministro preveía una jira y presentaciones en por lo menos seis grandes ciudades de Gran Bretaña, en 2007, ya con diez años en un cargo que hoy apenas retiene. Pero varios miembros del gabinete se le rebelaron.

7 septiembre, 2006

En lo que tal vez sea una crisis terminal, siete altos funcionarios dimitieron en protesta porque Antony Blair se resiste a renunciar. Varios medios afirman ahora que el “premier” dejará el número diez de la calle Downing mucho antes de la fecha elegida (26 de julio próximo).

La súbita ola de dimisiones incluye Ambiente, Asuntos rurales, Exclusión social y algunas secretarías parlamentaria. “Ya no creo que su permanencia sirva a los intereses del reino ni del partido”, declaró Thomas Watson (Asuntoa de veteranos, en Defensa). Similares expresiones tuvo John Hutton (Trabajo).

El plan de “irse como una estrella” incluía una serie de apariciones en televisión para cubrir todos los estratos sociales y la geografía de las islas. La obsesión por una despedida con toda la pompa y circunstancia asequibles en la actualidad a un dirigente plebeyo no tenía límites.

Por ejemplo, el “equipo del adiós” preveía que Tony Blair ocupase un espacio en “Blue Peter”, popular programa para chicos. Peto también pretendía que lo invitasen a una audición religiosa de la BBC, “Cantos de alabanza”. La mayor parte de tan original despedida iba a ser el año próximo, pero el deterioro del primer ministro ha vuelto a agravarse.

Según Philip Gould, coordinador del proyecto, “mientras ingresa a la recta final, Blair debe concentarse más allá de ese punto. Ni siquiera debe fijarse en él. Tiene que comportarse como una estrella, que jamás llega al último bis porque la multitud lo aclama y le pide más”. Parece un chiste del difunto Benny Hill, pero el funcionario creía en serio que su jefe aún podía aspirar al calor popular.

Mucho más realista, el ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi vive su forzado retiro entre fiestas rumbosas, cantando boleros y tomando Asti, el champagne de Toscana (más antiguo que el francés). Las ilusiones triunfalistas de Blair y sus amigos parecen desorbitadas, pero tienen una explicación: evitar que su renuencia a fijar fecha de renuncia desate una “guerra civil” en el laborismo –donde pocos lo aguantan ya- y un éxodo al liberalismo u otras opciones electorales.

Claro que hay dos obstáculos peligrosos. Uno es Gordon Brown, ministro de Hacienda, perpetua sombra negra de Blair y seguro objetor del curioso programa de despedida sin fin. El otro es Irak, donde la fidelidad a George W.Bush ha sumido a los británicos en una guerra civil sin desenlace a la vista y ha llevado el terrorismo mayorista a Londres. La actual ola de renuncias indica que ese proyecto está pinchado.

En lo que tal vez sea una crisis terminal, siete altos funcionarios dimitieron en protesta porque Antony Blair se resiste a renunciar. Varios medios afirman ahora que el “premier” dejará el número diez de la calle Downing mucho antes de la fecha elegida (26 de julio próximo).

La súbita ola de dimisiones incluye Ambiente, Asuntos rurales, Exclusión social y algunas secretarías parlamentaria. “Ya no creo que su permanencia sirva a los intereses del reino ni del partido”, declaró Thomas Watson (Asuntoa de veteranos, en Defensa). Similares expresiones tuvo John Hutton (Trabajo).

El plan de “irse como una estrella” incluía una serie de apariciones en televisión para cubrir todos los estratos sociales y la geografía de las islas. La obsesión por una despedida con toda la pompa y circunstancia asequibles en la actualidad a un dirigente plebeyo no tenía límites.

Por ejemplo, el “equipo del adiós” preveía que Tony Blair ocupase un espacio en “Blue Peter”, popular programa para chicos. Peto también pretendía que lo invitasen a una audición religiosa de la BBC, “Cantos de alabanza”. La mayor parte de tan original despedida iba a ser el año próximo, pero el deterioro del primer ministro ha vuelto a agravarse.

Según Philip Gould, coordinador del proyecto, “mientras ingresa a la recta final, Blair debe concentarse más allá de ese punto. Ni siquiera debe fijarse en él. Tiene que comportarse como una estrella, que jamás llega al último bis porque la multitud lo aclama y le pide más”. Parece un chiste del difunto Benny Hill, pero el funcionario creía en serio que su jefe aún podía aspirar al calor popular.

Mucho más realista, el ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi vive su forzado retiro entre fiestas rumbosas, cantando boleros y tomando Asti, el champagne de Toscana (más antiguo que el francés). Las ilusiones triunfalistas de Blair y sus amigos parecen desorbitadas, pero tienen una explicación: evitar que su renuencia a fijar fecha de renuncia desate una “guerra civil” en el laborismo –donde pocos lo aguantan ya- y un éxodo al liberalismo u otras opciones electorales.

Claro que hay dos obstáculos peligrosos. Uno es Gordon Brown, ministro de Hacienda, perpetua sombra negra de Blair y seguro objetor del curioso programa de despedida sin fin. El otro es Irak, donde la fidelidad a George W.Bush ha sumido a los británicos en una guerra civil sin desenlace a la vista y ha llevado el terrorismo mayorista a Londres. La actual ola de renuncias indica que ese proyecto está pinchado.

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