Beijing no logra enfriar la economía a causa de las provincias

Excesos de inversión en el interior de China tienden a recalentar la economía nacional. Ésta se expandió un sorpresivo 11,3% anual en el segundo trimestre, pero el gobierno central quiere menos de 8,5% en todo 2006.

18 septiembre, 2006

La revista sobre economía mundial presentada a la asamblea semestral del Fondo Monetario y el Banco internacional de reconstrucción y fomento (BIRF o Banco Mundial) no menciona un tema que de pronto domina las preocupaciones de Beijing. Se trata el descontrol inversor imperante en las provincias y los problemas para domeñarlo.

Esta “hiperinversión” perturba la mayor economía del planeta por producto bruto interno (aunque no por PB “per caput”). Una de sus manifestaciones es la burbuja inmobiliaria que ya castiga a los bancos con carteras de morosos e incobrables. Ese fenómeno y conexos representaba en junio quebrantos por alrededor de US$ 680.000 millones.

Este recalentamiento puede asimismo congestionar ferrocarriles, rutas, puertos y el sistema eléctrico general. Aun sin advertir el exceso de inversiones en el interior, el FMI acaba de pedir a China que “frene el crédito y evite un ciclo de auge y caída”. La entidad aludía, claro, a esos incobrables. Pero el trasfondo es más grave.

Si bien la inflación sigue en teoría baja (1,3% anual, aunque analistas independientes no la creen tan exigua), el gobierno emite instrucciones casi diarias para enfriar la economía. Tanto la financiera como la real. El tradicional déficit en materia estadística que padece el gigante hace que nadie sepa a ciencia cierta cuánto gastan municipios y provincias. Según números oficiales –que varios expertos estiman bajos-, la inversión en activos fijos subió en agosto 21,5% sobre septiembre de 2005 (doce meses), pero el ritmo es inferior al de julio (27,4% en un año). En ambos casos, como proporción del PBI.

Japón, Surcorea y Taiwán jamás llegaron a eso en sus años de crecimiento vertiginoso. India está muy por debajo. El panorama del primer semestre es alarmante. Siempre en términos de PBI, las regiones muestran síntomas claros en la relación ingresos locales-inversiones: en Beijing fue 22,6/24,4%, en Jilin 10,6/56,6%, en Shanghai 4,5/8,6%, en Fujian 4,5/38,6%, en Henan 28,5/49,9% y, en todo el país, 20,7/30,5%.

Si estos desajustes conducen a un proceso inflacionario, sus efectos serán globales. Dado que China figura tercera por participación en el intercambio total, ese brote podría alcanzar Estados Unidos y la Eurozona vía aumento de precios en sus exportaciones y desequilibrios cambiarios. Las políticas antinflacionarias de la Reserva Federal, el Banco central europeo y el Banco de Inglaterra se dificultarían extraordinariamente.

Casi treinta años de reformas han generado un extraño contraste en China. En escala política, el gobierno central controla todo el país pero, en el plano económico, está perdiendo influencia. La conducción superior está en una trampa que le impide frenar la “hiperinversión” local. Los viejos métodos administrativos (ordenar a los bancos que no presten, restringir compraventa de bienes raíces, no autorizar proyectos) ya no surten mucho efecto. A punto tal que Beijing apela a satélites para detectar excavadoras operando en emprendimientos ilegales.

En otro plano, enfriar la economía elevando tasas es poco eficaz en China, porque los bancos locales siguen sometidos a presiones políticas para prorrogar créditos. Entretanto, las empresas tienen el hábito de no pagarlos, de modo que el costo de un préstamo termina careciendo de importancia. Paralelamente, buena parte de las inversiones privadas se financia con ahorros propios, que son altos.

Sin duda, un PBI que crezca a más de 8,5/10% anual durante largo tiempo seguramente encontrará uso para caminos, ferrocarriles, represas y usinas que los gobiernos locales continúen construyendo. Pero, si el auge inversor de esfuma antes de lo supuesto, el país tendrá innumerables elefantes blancos parados. Entretanto, la grande ciudades se han convertido en gigantes. Si Shanghai fuese un país, estaría entre las cuarenta mayores economías. En 2005, su PB local (US$ 114.000 millones) superaba los de Chequia, Filipinas o Perú.

La revista sobre economía mundial presentada a la asamblea semestral del Fondo Monetario y el Banco internacional de reconstrucción y fomento (BIRF o Banco Mundial) no menciona un tema que de pronto domina las preocupaciones de Beijing. Se trata el descontrol inversor imperante en las provincias y los problemas para domeñarlo.

Esta “hiperinversión” perturba la mayor economía del planeta por producto bruto interno (aunque no por PB “per caput”). Una de sus manifestaciones es la burbuja inmobiliaria que ya castiga a los bancos con carteras de morosos e incobrables. Ese fenómeno y conexos representaba en junio quebrantos por alrededor de US$ 680.000 millones.

Este recalentamiento puede asimismo congestionar ferrocarriles, rutas, puertos y el sistema eléctrico general. Aun sin advertir el exceso de inversiones en el interior, el FMI acaba de pedir a China que “frene el crédito y evite un ciclo de auge y caída”. La entidad aludía, claro, a esos incobrables. Pero el trasfondo es más grave.

Si bien la inflación sigue en teoría baja (1,3% anual, aunque analistas independientes no la creen tan exigua), el gobierno emite instrucciones casi diarias para enfriar la economía. Tanto la financiera como la real. El tradicional déficit en materia estadística que padece el gigante hace que nadie sepa a ciencia cierta cuánto gastan municipios y provincias. Según números oficiales –que varios expertos estiman bajos-, la inversión en activos fijos subió en agosto 21,5% sobre septiembre de 2005 (doce meses), pero el ritmo es inferior al de julio (27,4% en un año). En ambos casos, como proporción del PBI.

Japón, Surcorea y Taiwán jamás llegaron a eso en sus años de crecimiento vertiginoso. India está muy por debajo. El panorama del primer semestre es alarmante. Siempre en términos de PBI, las regiones muestran síntomas claros en la relación ingresos locales-inversiones: en Beijing fue 22,6/24,4%, en Jilin 10,6/56,6%, en Shanghai 4,5/8,6%, en Fujian 4,5/38,6%, en Henan 28,5/49,9% y, en todo el país, 20,7/30,5%.

Si estos desajustes conducen a un proceso inflacionario, sus efectos serán globales. Dado que China figura tercera por participación en el intercambio total, ese brote podría alcanzar Estados Unidos y la Eurozona vía aumento de precios en sus exportaciones y desequilibrios cambiarios. Las políticas antinflacionarias de la Reserva Federal, el Banco central europeo y el Banco de Inglaterra se dificultarían extraordinariamente.

Casi treinta años de reformas han generado un extraño contraste en China. En escala política, el gobierno central controla todo el país pero, en el plano económico, está perdiendo influencia. La conducción superior está en una trampa que le impide frenar la “hiperinversión” local. Los viejos métodos administrativos (ordenar a los bancos que no presten, restringir compraventa de bienes raíces, no autorizar proyectos) ya no surten mucho efecto. A punto tal que Beijing apela a satélites para detectar excavadoras operando en emprendimientos ilegales.

En otro plano, enfriar la economía elevando tasas es poco eficaz en China, porque los bancos locales siguen sometidos a presiones políticas para prorrogar créditos. Entretanto, las empresas tienen el hábito de no pagarlos, de modo que el costo de un préstamo termina careciendo de importancia. Paralelamente, buena parte de las inversiones privadas se financia con ahorros propios, que son altos.

Sin duda, un PBI que crezca a más de 8,5/10% anual durante largo tiempo seguramente encontrará uso para caminos, ferrocarriles, represas y usinas que los gobiernos locales continúen construyendo. Pero, si el auge inversor de esfuma antes de lo supuesto, el país tendrá innumerables elefantes blancos parados. Entretanto, la grande ciudades se han convertido en gigantes. Si Shanghai fuese un país, estaría entre las cuarenta mayores economías. En 2005, su PB local (US$ 114.000 millones) superaba los de Chequia, Filipinas o Perú.

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