Bancos: dependen cada vez más de inversores poco diáfanos

Los duros aprietos que afrontan varios bancos de primera línea en Occidente los colocan a merced de fondos soberanos, estatales o similares de Asia occidental, oriental y sudoriental. Ahora le llega el turno a un ex intocable: Union des Banques Suisse

11 diciembre, 2007

En esta oportunidad, la escasa transparencia es poco tranquilizadora. Por una parte, GIC (fondo singapurés donde participa el gobierno local) Se queda con 9% de UBS a cambio de US$ 9.700 millones vía toma de bonos que lea cuesta recolocar a los suizos. Pero, al mismo tiempo, recibe un aporte de US$ 1.780 millones de un fondo árabe que no se identifica. Algunos sospechan de Dubái o Abú Dhabí.

Estos US$ 11.480 millones –que el lunes ponían eufórica a Wall Street, nadie sabía exactamente por qué- servirán para cubrir los 10.000 millones de una depreciación contable originada en paquete de títulos con respaldo en hipotecas de baja calidad. Ambos acuerdos debieran ser aprobados por la asamblea de accionistas (donde podría haber oposición) en febrero pero, entretanto, la autoridad reguladora hélveta querrá saber quién es el misterioso aportante.

Al presente, la nómina de bancas, firmas de valores y otros intermediarios occidentales rescatados por financistas asiáticos ya es asaz larga. En casi todo los casos, por imprudentes apuestas financieras. En esta categoría figuran, amén de UBS, Citigroup (Abú Dhabí tomó 4,9% del paquete en noviembre, por US$ 7.500 millones), Standard Chartered bank (Temasek, Singapur, 15,3% en dos operaciones, un total de 5.400 millones, marzo de 2006 y 2007) o Barclays, que le vendió a Temasek, por US$ 2.000 millones, 1,8% del paquete en julio.

Sin duda, para los fondos soberanos o semiestatales es buen negocio adquirir participaciones en entidades financieras occidentales, en especial las más prestigiosas o con management experimentado en el complejo mundo de la especulación financiera global. Las ambiciones de ese grupo van más allá: a fines de noviembre, más de 33% de la bolsa de Londres estaba ya en poder de Dubái y Qatar. Dos emiratos del golfo Pérsico que, como los demás y Saudiarabia, son feudos de poderosos clanes musulmanes.

Obviamente, este proceso presupone serios riesgos políticos, que no escapan a los gobiernos de Alemania, Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos. Por de pronto, el grupo de los Siete (los anteriores más Holanda, Japón e Italia) analizan medidas para frenar el avance de los fondos soberanos. No sólo porque son fuentes de volatilidad sino porque, además, podrían crear severos problemas geopolíticos si tratasen de ingresar a compañías cuyas actividades se relacionaran con la seguridad de las potencias. Ni hablar si las eventuales presas estuviesen en Silicon valley.

En esta oportunidad, la escasa transparencia es poco tranquilizadora. Por una parte, GIC (fondo singapurés donde participa el gobierno local) Se queda con 9% de UBS a cambio de US$ 9.700 millones vía toma de bonos que lea cuesta recolocar a los suizos. Pero, al mismo tiempo, recibe un aporte de US$ 1.780 millones de un fondo árabe que no se identifica. Algunos sospechan de Dubái o Abú Dhabí.

Estos US$ 11.480 millones –que el lunes ponían eufórica a Wall Street, nadie sabía exactamente por qué- servirán para cubrir los 10.000 millones de una depreciación contable originada en paquete de títulos con respaldo en hipotecas de baja calidad. Ambos acuerdos debieran ser aprobados por la asamblea de accionistas (donde podría haber oposición) en febrero pero, entretanto, la autoridad reguladora hélveta querrá saber quién es el misterioso aportante.

Al presente, la nómina de bancas, firmas de valores y otros intermediarios occidentales rescatados por financistas asiáticos ya es asaz larga. En casi todo los casos, por imprudentes apuestas financieras. En esta categoría figuran, amén de UBS, Citigroup (Abú Dhabí tomó 4,9% del paquete en noviembre, por US$ 7.500 millones), Standard Chartered bank (Temasek, Singapur, 15,3% en dos operaciones, un total de 5.400 millones, marzo de 2006 y 2007) o Barclays, que le vendió a Temasek, por US$ 2.000 millones, 1,8% del paquete en julio.

Sin duda, para los fondos soberanos o semiestatales es buen negocio adquirir participaciones en entidades financieras occidentales, en especial las más prestigiosas o con management experimentado en el complejo mundo de la especulación financiera global. Las ambiciones de ese grupo van más allá: a fines de noviembre, más de 33% de la bolsa de Londres estaba ya en poder de Dubái y Qatar. Dos emiratos del golfo Pérsico que, como los demás y Saudiarabia, son feudos de poderosos clanes musulmanes.

Obviamente, este proceso presupone serios riesgos políticos, que no escapan a los gobiernos de Alemania, Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos. Por de pronto, el grupo de los Siete (los anteriores más Holanda, Japón e Italia) analizan medidas para frenar el avance de los fondos soberanos. No sólo porque son fuentes de volatilidad sino porque, además, podrían crear severos problemas geopolíticos si tratasen de ingresar a compañías cuyas actividades se relacionaran con la seguridad de las potencias. Ni hablar si las eventuales presas estuviesen en Silicon valley.

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