Banco Mundial: Se va Wolfensohn, nunca amigo de la Argentina

Washington piensa nombrar a John Taylor -en general, mejor predispuesto hacia Buenos Aires- para suceder a James Wolfensohn. Realizó una pobre gestión y fue responsable de despedir a Joseph Stiglitz, luego Nobel de Economía (en 2001).

3 enero, 2005

Agobiado por las críticas, James Wolfensohn no se postulará para otro mandato, tras diez años al frente del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF o Banco Mundial). La entidad nació, junto con el Fondo Monetario, en Bretton Wodds (1944) y compartió la larga decadencia tras el fin de la convertibilidad oro-dólar (1971). En realidad, Estados Unidos optó por dejar de apoyar a Wolfensohn.

La segunda tenida de alto funcionario concluye el 30 de junio. Algunos medios atribuyen su eclipse al triunfo electoral de George W. Bush. Pero, en verdad, hace cuatro años que Wolfensohn se olvidó de su promotor –William J. Clinton- y de sus ideas iniciales, para convertirse en incondicional de un presidente ultraconservador a quien jamás le cayó bien. En lo ostensible, ambos disentían sobre el destino de los créditos al desarrollo. En lo real, los últimos informes semestrales del BIRF demuestran que el ente privilegiaba la ortodoxia contable del FMI por encima de las necesidades económicas y sociales (el caso argentino lo subraya).

Para salvar las apariencias, Estados Unidos pondrá de nuevo énfasis en proyectos infraestructurales para los países pobres, más un gesto que otra cosa. Sólo que, hoy, el maremoto puede frustrar nuevamente las aspiraciones norteamericanas e imponer la dura realidad. Por supuesto, la parafernalia usual del organismo –desde ambiente hasta sida- sigue vigente, como lo muestran los US$ 2.000 millones para programas sociales en la Argentina (cifra casi igual a la desembolsada hasta ahora por los países ricos para paliar el desastre en el Índico.

Agobiado por las críticas, James Wolfensohn no se postulará para otro mandato, tras diez años al frente del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF o Banco Mundial). La entidad nació, junto con el Fondo Monetario, en Bretton Wodds (1944) y compartió la larga decadencia tras el fin de la convertibilidad oro-dólar (1971). En realidad, Estados Unidos optó por dejar de apoyar a Wolfensohn.

La segunda tenida de alto funcionario concluye el 30 de junio. Algunos medios atribuyen su eclipse al triunfo electoral de George W. Bush. Pero, en verdad, hace cuatro años que Wolfensohn se olvidó de su promotor –William J. Clinton- y de sus ideas iniciales, para convertirse en incondicional de un presidente ultraconservador a quien jamás le cayó bien. En lo ostensible, ambos disentían sobre el destino de los créditos al desarrollo. En lo real, los últimos informes semestrales del BIRF demuestran que el ente privilegiaba la ortodoxia contable del FMI por encima de las necesidades económicas y sociales (el caso argentino lo subraya).

Para salvar las apariencias, Estados Unidos pondrá de nuevo énfasis en proyectos infraestructurales para los países pobres, más un gesto que otra cosa. Sólo que, hoy, el maremoto puede frustrar nuevamente las aspiraciones norteamericanas e imponer la dura realidad. Por supuesto, la parafernalia usual del organismo –desde ambiente hasta sida- sigue vigente, como lo muestran los US$ 2.000 millones para programas sociales en la Argentina (cifra casi igual a la desembolsada hasta ahora por los países ricos para paliar el desastre en el Índico.

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