Banco Mundial: los africanos lo tratan de hipócrita

Por años, el Banco internacional de reconstrucción y fomento pagó sueldos altisimos y cuantiosas consultorías, pero denunciaba corrupción en África o Latinoamérica. Ahora, la caída de Paul Wolfowitz evidencia las contradicciones de la entidad.

21 mayo, 2007

Mucho antes de que el adalid ultraconservador fuera nombrado por George W.Bush a cargo del Banco Mundial, varios gobiernos africanos (y latinoamericanos) ya eran acusados de corrupción sistémica, con buenas razones. Wolfowitz sólo amplió las críticas a Naciones Unidas, entonces conducida por Kofi Annán.

Pero las diatribas del hoy renunciante presidente y su antecesor, James Wolfensohn, eran parciales. Cifradas en un fenomenal escándalo (el programa “alimentos por petróleo iraquí”, años 90), se esfumaron a medida como se enterraba el asunto y se olvidaba que 2.300 empresas privadas eran cómplices del megafraude. Aparte, ahora la ONU está en manos de Ban Ki-mun, un surcoreano allegado a Estados Unidos cuyo próspero país todavía padece de nepotismo empresario.p>

Sea como fuere, desde 2005 Wolfowitz ha predicado con persistencia el evangelio contra la corrupción a loa catecúmenos del “tercer mundo”. No, claro, a gigantes como China, India, Brasil, Rusia o las potencias petroleras de Levante y Asia central, donde el fenómeno es moneda corriente.

No sorprende, pues, que el patético derrumbe de este ultraortodoxo poco afecto a bañarse seguido haya generado satisfacción en África subsahariana y buena parte de America latina. Sin perjuicio de que el nepotismo rampante sea tradicional en esas áreas del planeta.

Mucho antes de que el adalid ultraconservador fuera nombrado por George W.Bush a cargo del Banco Mundial, varios gobiernos africanos (y latinoamericanos) ya eran acusados de corrupción sistémica, con buenas razones. Wolfowitz sólo amplió las críticas a Naciones Unidas, entonces conducida por Kofi Annán.

Pero las diatribas del hoy renunciante presidente y su antecesor, James Wolfensohn, eran parciales. Cifradas en un fenomenal escándalo (el programa “alimentos por petróleo iraquí”, años 90), se esfumaron a medida como se enterraba el asunto y se olvidaba que 2.300 empresas privadas eran cómplices del megafraude. Aparte, ahora la ONU está en manos de Ban Ki-mun, un surcoreano allegado a Estados Unidos cuyo próspero país todavía padece de nepotismo empresario.p>

Sea como fuere, desde 2005 Wolfowitz ha predicado con persistencia el evangelio contra la corrupción a loa catecúmenos del “tercer mundo”. No, claro, a gigantes como China, India, Brasil, Rusia o las potencias petroleras de Levante y Asia central, donde el fenómeno es moneda corriente.

No sorprende, pues, que el patético derrumbe de este ultraortodoxo poco afecto a bañarse seguido haya generado satisfacción en África subsahariana y buena parte de America latina. Sin perjuicio de que el nepotismo rampante sea tradicional en esas áreas del planeta.

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