Banco Europeo de Inversión ¿el próximo gran escándalo?

Situado en Luxemburgo, un “off shore”, el Banco Europeo de Inversión (BEI) supera en fondos y créditos al mismísimo Banco Mundial. Entidad sin fines de lucro y propiedad de la Unión Europea, es menos diáfana que una banca panameña.

20 agosto, 2004

Como es lógico, la junta directiva incluye gobernadores de los veinticinco países que integran hoy la UE. Día a día, sus operadores toman millones en los mercados mundiales de capital –desde euros hasta yenes, desde dólares hasta coronas- y los represtan. El banco financia tanto usinas en Irlanda como tranvías en Barcelona, oleoductos en Pakistán o minas en Zambia. Pero la mayoría de los beneficiarios finales ignora el papel del BEI, cuyos recursos pasan de € 42.000 millones.

Los críticos lo definen como “banco fantasma” y, según ellos, es la institución financiera pública menos transparente del mundo, expuesta a conflictos de interés y una serie de irregularidad que no se controlan. El banco oculta celosamente documentos y da escasa información sobre un tercio de sus créditos, los llamados “generales”. Hasta ahora, se ha negado a dar antecedentes y poder de voto de sus directores a medio tiempo. Son los que deciden préstamos que, eventualmente, pueden afectar a sus negocios personales. Tampoco se dan datos sobre actividades externas de los ejecutivos.

Pero, desde hace un tiempo, el BEI está bajo escrutinio de grupos ambientalistas, abogados, organizaciones no gubernamentales, ex managers propios y legisladores europeos. Al respecto, circulan algunos casos llamativos:

1 Se concedió a una mina cuprífera (Zambia) un crédito por € 34 millones. El principal accionista de la firma explotadora es socio de un miembro de la junta que gobierna el BEI.

2 El Istituto Treccani, una entidad cultural italiana, recibió € 22 millones para financiar la edición de enciclopedias y digitalizar la base de datos. Un director del organismo también lo era en el banco.

3 En Francia, el BEI aprobó un préstamo por € 100 millones a Air France, este año, para comprar quince Airbus. También acá un director de la aerolínea también lo era del banco.

4 Miembros de junta del BEI eran o son presidentes de bancos comerciales que han recibido cientos de millones en líneas de financiamiento o créditos generales. Así, el francobelga Dexia obtuvo más préstamos generales que el conjunto de sus competidores en 2000-3. Durante ese período, el CEO de Dexia estaba en el directorio del BEI.

Fundado en 1958, por efectos del tratado de Roma (origen de la entonces Comunidad Económica Europea,1957), el banco ha ido convirtiéndose en un operador financiero internacional de peso. Ello se debe a sus posibilidades de tomar capitales baratos y reciclarlos en créditos blandos (largos plazos, intereses exiguos) orientados a proyectos de inversión. Respaldado por un capital de € 163.000 millones, está libre de una obligación clave: dar utilidades y dividendos.

Al principio, la misión del BEI era fomentar la unidad de Europa occidental solventando proyectos en las áreas menos prósperas. Pero, hace ya tiempo, desbordó esos modestos fines e incluye apoyo crediticio a investigación, educación, desarrollo, bancos y empresas dentro o fuera de la UE. Al momento actual, ha otorgado préstamos en más de 150 países; prácticamente, todo el mundo.

Ann Florini, de la Brookings Institution –un grupo conservador de Washington especializado en política económica e internacional-, sostiene que “entidades como el BEI encajan en un modelo diplomático típico. Todo se hace en secreto, a menos que exista necesidad imperiosa de revelar datos. Eso despierta sospechas y, posiblemente, al banco le convendría actuar en forma más abierta”.

Las decisiones financieras las toma la junta (veintiséis directores a medio tiempo y dieciséis alternativos), en reuniones mensuales. Sólo durante 2003, ese cuerpo aprobó unos 300 créditos, definiendo volumen, tasas, plazos de amortización y avales. Hoy en día, hasta las zonas prósperas pueden recibir asistencia del BEI. Inclusive la sede, Luxemburgo, uno de los países más ricos del planeta.

Hace algunos meses, las relaciones entre el banco y el Parlamento Europeo se agriaron a causa de Mónica Ridruejo, una diputada española. Ex ejecutiva bancaria ella misma, presentó un proyecto censurando al BEI por “no satisfacer normas de gestión y control interno” (“governance”, como se dice ahora).

Ridruejo también intentó –vanamente- obtener información sobre las utilidades de los bancos privados que operan como intermediarios del BEI. “Los créditos generales están subsidiando el negocio financiero privado, porque esos bancos no pasan los exiguos intereses a los prestatarios finales y, por ende, ganan más de lo debido”.

Pero influencias, presiones y quizá sobornos forzaron tantas enmiendas al proyecto Ridruelo que, al cabo, mutó en un largo elogio al banco. Pero la torpeza de la maniobra –a la cual no parece ajeno el Banco Central Europeo, manejado por Jean-Louis Trichet, desprocesado velozmente en 2003, en relación con un megaescándalo de los 90- puede haber iniciado una historia en capítulos.

Tras el fracaso de Ridruejo, Robert Dougal Watt fue despedido como contador en la Corte de Auditoría de la UE. Había revelado pruebas de nepotismo y amiguismo en ese cuerpo. Ya en el llano, el profesional descubrió que algunos ejecutivos superior del BEI transgredían la veda de “realizar actividades profesionales externas sin autorización específica”.

Entre los ejemplos de abusos, figuraban los cuatro casos enumerados arriba. Pero no son los únicos. Hoy se sabe que el flamenco Patrick Klaedke –antes revisor de cuentas, luego jefe de tecnología informática sin ser experto en la materia- era un modelo de actividad externa rentada. El hombre ha estado en los directorios de cinco firmas interconexas, inclusive Simon SA, donde su mandato vence recién en 2006.

Marius Kaskas, colega suyo en las cinco juntas, admitió que Klaedke “había aceptado esas tareas como un favor personal a mí”. Por supuesto, esta clase de revelaciones ha reactivado el interés de varios legisladores del Parlamento Europeo en directores, ejecutivos, secretos y prácticas del BEI.

Como es lógico, la junta directiva incluye gobernadores de los veinticinco países que integran hoy la UE. Día a día, sus operadores toman millones en los mercados mundiales de capital –desde euros hasta yenes, desde dólares hasta coronas- y los represtan. El banco financia tanto usinas en Irlanda como tranvías en Barcelona, oleoductos en Pakistán o minas en Zambia. Pero la mayoría de los beneficiarios finales ignora el papel del BEI, cuyos recursos pasan de € 42.000 millones.

Los críticos lo definen como “banco fantasma” y, según ellos, es la institución financiera pública menos transparente del mundo, expuesta a conflictos de interés y una serie de irregularidad que no se controlan. El banco oculta celosamente documentos y da escasa información sobre un tercio de sus créditos, los llamados “generales”. Hasta ahora, se ha negado a dar antecedentes y poder de voto de sus directores a medio tiempo. Son los que deciden préstamos que, eventualmente, pueden afectar a sus negocios personales. Tampoco se dan datos sobre actividades externas de los ejecutivos.

Pero, desde hace un tiempo, el BEI está bajo escrutinio de grupos ambientalistas, abogados, organizaciones no gubernamentales, ex managers propios y legisladores europeos. Al respecto, circulan algunos casos llamativos:

1 Se concedió a una mina cuprífera (Zambia) un crédito por € 34 millones. El principal accionista de la firma explotadora es socio de un miembro de la junta que gobierna el BEI.

2 El Istituto Treccani, una entidad cultural italiana, recibió € 22 millones para financiar la edición de enciclopedias y digitalizar la base de datos. Un director del organismo también lo era en el banco.

3 En Francia, el BEI aprobó un préstamo por € 100 millones a Air France, este año, para comprar quince Airbus. También acá un director de la aerolínea también lo era del banco.

4 Miembros de junta del BEI eran o son presidentes de bancos comerciales que han recibido cientos de millones en líneas de financiamiento o créditos generales. Así, el francobelga Dexia obtuvo más préstamos generales que el conjunto de sus competidores en 2000-3. Durante ese período, el CEO de Dexia estaba en el directorio del BEI.

Fundado en 1958, por efectos del tratado de Roma (origen de la entonces Comunidad Económica Europea,1957), el banco ha ido convirtiéndose en un operador financiero internacional de peso. Ello se debe a sus posibilidades de tomar capitales baratos y reciclarlos en créditos blandos (largos plazos, intereses exiguos) orientados a proyectos de inversión. Respaldado por un capital de € 163.000 millones, está libre de una obligación clave: dar utilidades y dividendos.

Al principio, la misión del BEI era fomentar la unidad de Europa occidental solventando proyectos en las áreas menos prósperas. Pero, hace ya tiempo, desbordó esos modestos fines e incluye apoyo crediticio a investigación, educación, desarrollo, bancos y empresas dentro o fuera de la UE. Al momento actual, ha otorgado préstamos en más de 150 países; prácticamente, todo el mundo.

Ann Florini, de la Brookings Institution –un grupo conservador de Washington especializado en política económica e internacional-, sostiene que “entidades como el BEI encajan en un modelo diplomático típico. Todo se hace en secreto, a menos que exista necesidad imperiosa de revelar datos. Eso despierta sospechas y, posiblemente, al banco le convendría actuar en forma más abierta”.

Las decisiones financieras las toma la junta (veintiséis directores a medio tiempo y dieciséis alternativos), en reuniones mensuales. Sólo durante 2003, ese cuerpo aprobó unos 300 créditos, definiendo volumen, tasas, plazos de amortización y avales. Hoy en día, hasta las zonas prósperas pueden recibir asistencia del BEI. Inclusive la sede, Luxemburgo, uno de los países más ricos del planeta.

Hace algunos meses, las relaciones entre el banco y el Parlamento Europeo se agriaron a causa de Mónica Ridruejo, una diputada española. Ex ejecutiva bancaria ella misma, presentó un proyecto censurando al BEI por “no satisfacer normas de gestión y control interno” (“governance”, como se dice ahora).

Ridruejo también intentó –vanamente- obtener información sobre las utilidades de los bancos privados que operan como intermediarios del BEI. “Los créditos generales están subsidiando el negocio financiero privado, porque esos bancos no pasan los exiguos intereses a los prestatarios finales y, por ende, ganan más de lo debido”.

Pero influencias, presiones y quizá sobornos forzaron tantas enmiendas al proyecto Ridruelo que, al cabo, mutó en un largo elogio al banco. Pero la torpeza de la maniobra –a la cual no parece ajeno el Banco Central Europeo, manejado por Jean-Louis Trichet, desprocesado velozmente en 2003, en relación con un megaescándalo de los 90- puede haber iniciado una historia en capítulos.

Tras el fracaso de Ridruejo, Robert Dougal Watt fue despedido como contador en la Corte de Auditoría de la UE. Había revelado pruebas de nepotismo y amiguismo en ese cuerpo. Ya en el llano, el profesional descubrió que algunos ejecutivos superior del BEI transgredían la veda de “realizar actividades profesionales externas sin autorización específica”.

Entre los ejemplos de abusos, figuraban los cuatro casos enumerados arriba. Pero no son los únicos. Hoy se sabe que el flamenco Patrick Klaedke –antes revisor de cuentas, luego jefe de tecnología informática sin ser experto en la materia- era un modelo de actividad externa rentada. El hombre ha estado en los directorios de cinco firmas interconexas, inclusive Simon SA, donde su mandato vence recién en 2006.

Marius Kaskas, colega suyo en las cinco juntas, admitió que Klaedke “había aceptado esas tareas como un favor personal a mí”. Por supuesto, esta clase de revelaciones ha reactivado el interés de varios legisladores del Parlamento Europeo en directores, ejecutivos, secretos y prácticas del BEI.

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