Banca islámica y financiamiento del terrorismo

El jeque Saleh Kamel (Bahréin) reiteró acusaciones lanzadas en 2004 y 2005: Washington hace campaña contra la banca islámica. Algunos empiezan a abrigar sospechas sobre sus negocios y los atentados registrados desde entonces en Occidente.

22 julio, 2007

Kamel maneja el Dallah al-Baraka Group, holding financiero instalado en su ínsula y descarta eventuales desvío de fondos a gente de Osama bin Laden y otros grupos violentos de Levante.De hecho, británicos, suizos y turcos creen que ciertos banqueros –otrora ligados al BCCI y al tráfico de armas- financiarían un hipotético “gobierno legal” en cualquier zona de Irak liberada de ocupantes. Similares sospechas giran en torno del “off shore” de Montevideo y la triple frontera alrededor del Iguazú, aunque sin ribetes geopolíticos.

El blindaje de sedes diplomáticas norteamericanas en Saudiarabia –hasta no hace mucho, principal aliado de Estados Unidos en la zona- sugiere que la Casa Blanca ya no confía en nadie, salvo Israel. Mucho menos, en los financistas islámicos que, ahora, también preocupan a Gran Bretaña.

Una de sus claves es la zakat, limosna o diezmo obligatorio de todo musulmán, establecida en la hadith (ley), que también funciona en las colectividades musulmanas de países occidentales. Según Kamel, empero, “las contribuciones caritativas pueden acumular enormes sumas, pero nada tienen que ver con terrorismo ni guerras”. Kamel es un multimillonario sirio de 73 años, allegado al régimen saudí. Ha levantado un imperio mediático y financiero a partir de una pequeña firma de mantenimiento aeroportuario (esas historias de “éxito personal” son demasiado frecuentes entre árabes).

En dos ocasiones, al-Baraka y Kamel fueron tratados como enemigos públicos por EE.UU. Tras los ataques de septiembre 2001, el FBI la confundió con el banco somalí al-Barakat –de hecho, son formas de la misma palabra, equivalente al hebreo b’rajá, bendición-, ligado a Al Qa’eda. En agosto de 2002, parientes de víctimas de los atentados radicaron demandas contra una filial del grupo, Al-Baraka Investment & Development (ABID), con sede en Saudiarabia y agencias en 27 países, que manejaba una cartera de US$ 4.500 millones.

Un tercer brazo del jeque, Al-Baraka Islamic Bank, opera desde Sudán –cuna de sectas fundamentalistas desde el siglo XVI- hasta Malasia, incluyendo Irán, Pakistán, Afganistán, etc. Esta entidad no suele publicar balances. Pero analistas europeos estiman que maneja una cartera por alrededor de US$ 75.000 millones.

En la actualidad, “la guerra santa de Al Qa’eda y su red contra Saudiarabia y la coalición cuenta con dinero de sobra. La banca Al Taqwa maneja ahora fondos del clan Saddam desde Suiza, Liechtenstein y Austria. También financia bombas móviles”. Así sostiene un “dossier” difundido hace bastante tiempo en medios de Europa occidenta. En realidad, las denuncias originales contra Al Taqwa datan de 2001, pero fueron diluidas por la influencia de banqueros suizos ligados a la extrema derecha de su país y Austria.

Esta trama financiera también abarca el tráfico ilegal de armas (financieramente centrado en Liechtenstein). Sus instrumentos favoritos son la “empresa” de la familia al Kasar –hoy de nuevo en la mira- y la mafia búlgara, vinculada por la inteligencia turca a las “bombas móviles” (vehículos equipados para choques explosivos) en Estambul. En verdad, esta táctica asomó en Buenos Aires, con los atentados de 1991 y 1994 contra la embajada israelí y la AMIA.

Por otra parte, los antiguos vínculos entre la aristocracia saudí, esos banqueros, el petróleo, el tráfico de armamentos y casi todos los servicios secretos de Levante –sin distinción de bandos- aseguran complicidad y protección a quienes financian el terrorismo mayorista. No sólo el islámico, sino también ETA y otros grupos que han transformado la violencia en negocio. Sólo una ofensiva coordinada puede acabar con la virtual inmunidad del terrorismo mayorista, vía restricciones al negocio financiero extraterritorial en la UE, Latinoamérica y el Caribe.

Entretanto, el fundador y amo de Al Taqwa, Yusef Nada, vive tranquilamente en Lugano. Su mano derecha, Ajmed Idrís Nasruddín, lo acompaña en las listas negras de la CIA, el MI5 y el MI6. Pero Berna no toca sus cuentas. Tampoco muestra interés en ellos el Banco central europeo, dirigido por un francés –Jean-Claude Tríchet- que debió ser precipitadamente desprocesado para asumir el cargo.

En 2004/5, Nada, Nasruddín y Ghaleb Himmat –tercer ejecutivo de Al Taqwa- quedaron implicados en una causa contra Abdurrajmán Alamudí, “empresario” acusado en EE.UU. de financiar el extremismo musulmán. Curiosamente, tanto el FBI como las autoridades italianas no pudieron ubicar a ninguno de los tres banqueros. Nasruddín, ex cónsul de Kuweit en Milán, financiaba una entidad cultural y Nasco, era dueño de un hotel vecino. Ahora está en varias listas negras. Ambos aguantaderos eran manejados por Nasruddín, que tenía hacia 2006 veinticinco cuentas corrientes anónimas en varios bancos suizos. Según la inteligencia británica, esos fondos pertenecían realmente a once presuntos terroristas, residentes en el norte de Italia.

Kamel maneja el Dallah al-Baraka Group, holding financiero instalado en su ínsula y descarta eventuales desvío de fondos a gente de Osama bin Laden y otros grupos violentos de Levante.De hecho, británicos, suizos y turcos creen que ciertos banqueros –otrora ligados al BCCI y al tráfico de armas- financiarían un hipotético “gobierno legal” en cualquier zona de Irak liberada de ocupantes. Similares sospechas giran en torno del “off shore” de Montevideo y la triple frontera alrededor del Iguazú, aunque sin ribetes geopolíticos.

El blindaje de sedes diplomáticas norteamericanas en Saudiarabia –hasta no hace mucho, principal aliado de Estados Unidos en la zona- sugiere que la Casa Blanca ya no confía en nadie, salvo Israel. Mucho menos, en los financistas islámicos que, ahora, también preocupan a Gran Bretaña.

Una de sus claves es la zakat, limosna o diezmo obligatorio de todo musulmán, establecida en la hadith (ley), que también funciona en las colectividades musulmanas de países occidentales. Según Kamel, empero, “las contribuciones caritativas pueden acumular enormes sumas, pero nada tienen que ver con terrorismo ni guerras”. Kamel es un multimillonario sirio de 73 años, allegado al régimen saudí. Ha levantado un imperio mediático y financiero a partir de una pequeña firma de mantenimiento aeroportuario (esas historias de “éxito personal” son demasiado frecuentes entre árabes).

En dos ocasiones, al-Baraka y Kamel fueron tratados como enemigos públicos por EE.UU. Tras los ataques de septiembre 2001, el FBI la confundió con el banco somalí al-Barakat –de hecho, son formas de la misma palabra, equivalente al hebreo b’rajá, bendición-, ligado a Al Qa’eda. En agosto de 2002, parientes de víctimas de los atentados radicaron demandas contra una filial del grupo, Al-Baraka Investment & Development (ABID), con sede en Saudiarabia y agencias en 27 países, que manejaba una cartera de US$ 4.500 millones.

Un tercer brazo del jeque, Al-Baraka Islamic Bank, opera desde Sudán –cuna de sectas fundamentalistas desde el siglo XVI- hasta Malasia, incluyendo Irán, Pakistán, Afganistán, etc. Esta entidad no suele publicar balances. Pero analistas europeos estiman que maneja una cartera por alrededor de US$ 75.000 millones.

En la actualidad, “la guerra santa de Al Qa’eda y su red contra Saudiarabia y la coalición cuenta con dinero de sobra. La banca Al Taqwa maneja ahora fondos del clan Saddam desde Suiza, Liechtenstein y Austria. También financia bombas móviles”. Así sostiene un “dossier” difundido hace bastante tiempo en medios de Europa occidenta. En realidad, las denuncias originales contra Al Taqwa datan de 2001, pero fueron diluidas por la influencia de banqueros suizos ligados a la extrema derecha de su país y Austria.

Esta trama financiera también abarca el tráfico ilegal de armas (financieramente centrado en Liechtenstein). Sus instrumentos favoritos son la “empresa” de la familia al Kasar –hoy de nuevo en la mira- y la mafia búlgara, vinculada por la inteligencia turca a las “bombas móviles” (vehículos equipados para choques explosivos) en Estambul. En verdad, esta táctica asomó en Buenos Aires, con los atentados de 1991 y 1994 contra la embajada israelí y la AMIA.

Por otra parte, los antiguos vínculos entre la aristocracia saudí, esos banqueros, el petróleo, el tráfico de armamentos y casi todos los servicios secretos de Levante –sin distinción de bandos- aseguran complicidad y protección a quienes financian el terrorismo mayorista. No sólo el islámico, sino también ETA y otros grupos que han transformado la violencia en negocio. Sólo una ofensiva coordinada puede acabar con la virtual inmunidad del terrorismo mayorista, vía restricciones al negocio financiero extraterritorial en la UE, Latinoamérica y el Caribe.

Entretanto, el fundador y amo de Al Taqwa, Yusef Nada, vive tranquilamente en Lugano. Su mano derecha, Ajmed Idrís Nasruddín, lo acompaña en las listas negras de la CIA, el MI5 y el MI6. Pero Berna no toca sus cuentas. Tampoco muestra interés en ellos el Banco central europeo, dirigido por un francés –Jean-Claude Tríchet- que debió ser precipitadamente desprocesado para asumir el cargo.

En 2004/5, Nada, Nasruddín y Ghaleb Himmat –tercer ejecutivo de Al Taqwa- quedaron implicados en una causa contra Abdurrajmán Alamudí, “empresario” acusado en EE.UU. de financiar el extremismo musulmán. Curiosamente, tanto el FBI como las autoridades italianas no pudieron ubicar a ninguno de los tres banqueros. Nasruddín, ex cónsul de Kuweit en Milán, financiaba una entidad cultural y Nasco, era dueño de un hotel vecino. Ahora está en varias listas negras. Ambos aguantaderos eran manejados por Nasruddín, que tenía hacia 2006 veinticinco cuentas corrientes anónimas en varios bancos suizos. Según la inteligencia británica, esos fondos pertenecían realmente a once presuntos terroristas, residentes en el norte de Italia.

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