Australia: un primer ministro con aspiraciones quedantistas

El estado-continente (7.600.000 km2) tiene un “premier”, John Howard, que desearía llega a los quince años de reinado. Con doce acumulados hasta marzo, debiera presentarse y ganar en los comicios previstos para fines de 2007.

4 agosto, 2006

Los australianos viven bien y son felices. En este momento, su mayor problema -como en Franciasm España e Italia- es la sobreproducción de vinos, que ha demolidos los precios .Por supuesto, son de calidad inferior a los europeos, argentinos, chilenos o norteamericanos. Pero la gente todavía no piensa en las elecciones.

Howard busca la segunda reelección apoyándose en una idea más bien latina: los políticos, entre ellos los jefes de gobierno, no se jubilan. En el poder desde marzo de 1996, si se impusiera el año próximo –algo perfectamente posible-, llegaría a 2011 con una década y media. No es habitual en países anglosajones. Pero Gran Bretaña tuvo a Willian Gladstone (diecisiete años en el siglo XIX) y Margaret Thatcher, trece en el XX.

La aceptación pública del primer ministro es amplia, pero tal vez sea mayor la de su rival interno, Peter Costello (48 años), actual titular de Hacienda. Merced a un auge económico, recobró el superávit fiscal, bajó la inflación y redujo el desempleo al mínimo desde los años 70. El ministro representa a quienes creen que un cambio en la cúpula del partido Liberal (conservador, en verdad) sería refrescante.

Esto ha generado un conflicto de personalidades que, la semana pasado, llegó al intercambio de insultos y acusaciones. Costello sostiene que Howard mintió en 1996 asegurando que entregaría el poder a mediados de la década siguiente (o sea, ahora). Howard define a su competidor como arrogante y maleducado.

En realidad, Howard suscitó polémicas por sus iniciativas contra la eutanasia, el suicidios y el matrimonio homosexual. En el último caso, ordenó a Michael Jeffery usar el veto real. Pero se trata del gobernador que representa al jefe nominal del estado, la reina Isabel II. Ésta no hizo comentarios, pero su sucesdor designados, Carlos, criticó los “excesos” de Howard.

Fuera de estos trajines, Australia pasa por un excelente momento mundial. Es una de las dos democracias auténticas del Pacífico occidental (la otra es Nueva Zelanda) y se ubica entre los más prósperas países en desarrollo, con algo de 20 millones de habitantes (eso le impide ser una economía central). Independiente desde 1902, no obstante sigue formando parte de la Comunidad británica. Hay otro problema: el virtual unicato de los liberales, pues los laboristas han quedado fuera de cuadro, situación que data de hace varios años.

Desde hace tiempo, el usual en Argentina compararse con Australia, que la supera desde los años 30. El estado-continente ocupa el décimo lugar del mundo en ingreso por habitante. Argentina está bajo el cuadragésimo. Australia figura tercera en desarrollo humano y Argentina ocupa el puesto 34. En Australia, el 20% más rico de la población gana siete veces más que el 20% más pobre y nadie vive con menos de dos dólares estadounidenses diarios. En Argentina, el 20% más rico gana dieciocho veces el ingreso del 20% más pobre y más del 14% vive cada día con menos de dos dólares.

Las comparaciones eran muy válidas, por ejemplo, para muchos actores políticos entre fines del siglo XIX y la gran depresión. Julio A. Roca envió una misión a las colonias australianas, intuyendo que los informes de sus emisarios le develarían el misterio del futuro argentino.

Poco después, Godofredo Daireaux examinó la pujanza de la estancia argentina en relación con los establecimientos australianos en el censo ganadero de 1908. Rafael Herrera Vegas, ministro de Hacienda de Marcelo T. de Alvear, decidió que el joven becario Raúl Prebisch viajara a Melbourne para analizar la tributación rural directa.

Ambos países se disputaban los mercados internacionales de bienes primarios. Lo dice el título de un opúsculo publicado en 1901 por el político australiano A.W. Pearse (Our great rival: the Argentine republic). Lo decía también Pedro Luro, durante los debates de 1899: “Argentina y Australia luchan hoy por el primer rango en producción ovina. La exportación conjunta de carnes congeladas ha alcanzado en 1898 seis millones y pico de cabezas”. Para el dirigente, “si se estudian las condiciones de uno y otro, puede asegurarse que nosotros saldremos definitivamente triunfantes en esta lucha por el predominio”. Sin embargo, un siglo más tarde, Argentina y Australia no son adversarios económicos de la misma talla ni calidad. La única ventaja de la primera es contar con 85% más habitantes en un territorio con 37% menos de superficie.

Los australianos viven bien y son felices. En este momento, su mayor problema -como en Franciasm España e Italia- es la sobreproducción de vinos, que ha demolidos los precios .Por supuesto, son de calidad inferior a los europeos, argentinos, chilenos o norteamericanos. Pero la gente todavía no piensa en las elecciones.

Howard busca la segunda reelección apoyándose en una idea más bien latina: los políticos, entre ellos los jefes de gobierno, no se jubilan. En el poder desde marzo de 1996, si se impusiera el año próximo –algo perfectamente posible-, llegaría a 2011 con una década y media. No es habitual en países anglosajones. Pero Gran Bretaña tuvo a Willian Gladstone (diecisiete años en el siglo XIX) y Margaret Thatcher, trece en el XX.

La aceptación pública del primer ministro es amplia, pero tal vez sea mayor la de su rival interno, Peter Costello (48 años), actual titular de Hacienda. Merced a un auge económico, recobró el superávit fiscal, bajó la inflación y redujo el desempleo al mínimo desde los años 70. El ministro representa a quienes creen que un cambio en la cúpula del partido Liberal (conservador, en verdad) sería refrescante.

Esto ha generado un conflicto de personalidades que, la semana pasado, llegó al intercambio de insultos y acusaciones. Costello sostiene que Howard mintió en 1996 asegurando que entregaría el poder a mediados de la década siguiente (o sea, ahora). Howard define a su competidor como arrogante y maleducado.

En realidad, Howard suscitó polémicas por sus iniciativas contra la eutanasia, el suicidios y el matrimonio homosexual. En el último caso, ordenó a Michael Jeffery usar el veto real. Pero se trata del gobernador que representa al jefe nominal del estado, la reina Isabel II. Ésta no hizo comentarios, pero su sucesdor designados, Carlos, criticó los “excesos” de Howard.

Fuera de estos trajines, Australia pasa por un excelente momento mundial. Es una de las dos democracias auténticas del Pacífico occidental (la otra es Nueva Zelanda) y se ubica entre los más prósperas países en desarrollo, con algo de 20 millones de habitantes (eso le impide ser una economía central). Independiente desde 1902, no obstante sigue formando parte de la Comunidad británica. Hay otro problema: el virtual unicato de los liberales, pues los laboristas han quedado fuera de cuadro, situación que data de hace varios años.

Desde hace tiempo, el usual en Argentina compararse con Australia, que la supera desde los años 30. El estado-continente ocupa el décimo lugar del mundo en ingreso por habitante. Argentina está bajo el cuadragésimo. Australia figura tercera en desarrollo humano y Argentina ocupa el puesto 34. En Australia, el 20% más rico de la población gana siete veces más que el 20% más pobre y nadie vive con menos de dos dólares estadounidenses diarios. En Argentina, el 20% más rico gana dieciocho veces el ingreso del 20% más pobre y más del 14% vive cada día con menos de dos dólares.

Las comparaciones eran muy válidas, por ejemplo, para muchos actores políticos entre fines del siglo XIX y la gran depresión. Julio A. Roca envió una misión a las colonias australianas, intuyendo que los informes de sus emisarios le develarían el misterio del futuro argentino.

Poco después, Godofredo Daireaux examinó la pujanza de la estancia argentina en relación con los establecimientos australianos en el censo ganadero de 1908. Rafael Herrera Vegas, ministro de Hacienda de Marcelo T. de Alvear, decidió que el joven becario Raúl Prebisch viajara a Melbourne para analizar la tributación rural directa.

Ambos países se disputaban los mercados internacionales de bienes primarios. Lo dice el título de un opúsculo publicado en 1901 por el político australiano A.W. Pearse (Our great rival: the Argentine republic). Lo decía también Pedro Luro, durante los debates de 1899: “Argentina y Australia luchan hoy por el primer rango en producción ovina. La exportación conjunta de carnes congeladas ha alcanzado en 1898 seis millones y pico de cabezas”. Para el dirigente, “si se estudian las condiciones de uno y otro, puede asegurarse que nosotros saldremos definitivamente triunfantes en esta lucha por el predominio”. Sin embargo, un siglo más tarde, Argentina y Australia no son adversarios económicos de la misma talla ni calidad. La única ventaja de la primera es contar con 85% más habitantes en un territorio con 37% menos de superficie.

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